Si por definición, el Carnaval significa transgresión de las normas, mundo al revés, subversión, desorden, borrachera y orgía, las sumisas autoridades municipales de Huamanga y el wayki Osccorima, vasallos del poder central, para tapar el sol con un pulgar, han dictado una resolución pretendiendo que las comparsas que concursen no toquen a su majestad ni con el pétalo verbal de una rosa espinosa. Fracasarán seguramente, como fracasará el alcalde de Cajamarca, que tiene deudas con la justicia y no quiere que se burlen de él.
A diferencia de la Semana Santa (o Tranca para los jóvenes) donde uno observa borracheras a cada paso, el Carnaval de Huamanga no tiene muchos turistas y es una verdadera fiesta multitudinaria. Luego de “la entrada” del sábado, en la que desfilan ochenta comparsas “institucionales” (es decir, todas las instituciones públicas y privadas envían a sus delegaciones de danzantes), los días domingo, lunes y martes, la fiesta es generalizada y la ciudad es atravesada desde media mañana hasta la medianoche por comparsas de amigos, familias, vecinos para bailar al compás de guitarras (no hay huamanguino que no sepa tocar una guitarra), quenas, acordeones y tinyas (tamboriles de cuero de carnero) y de cánticos pícaros, insinuantes y burlescos.
No hay huamanguina que no quiera calzar las polleras, blusas y llicllas tradicionales y salir a bailar, aunque sea un solo día. Lo mismo pasa con los que viven fuera: los Carnavales son gozosa oportunidad de reencuentros familiares y amicales. En esos tres o cuatro días de Carnaval, las oficinas públicas solo abren sus puertas hasta el mediodía, pues, en las tardes, subordinados y jefes salen a festejar.
Pero, en paralelo, domingo, lunes y martes hay un concurso de comparsas que desfilan por la Plaza de Armas con mucho orden, bailes sincronizados, bandas de músicos profesionales, cuidando el mínimo detalle en la indumentaria o el disfraz de los danzantes que buscan el aplauso de los espectadores. La gigantesca maquinaria del turismo internacional, que hace varias décadas convirtió al de Río de Janeiro en espectáculo, domesticándolo, emasculándolo, apaciguándolo hasta reducirlo a desfile de figuritas, desembarcó primero en Cajamarca, siguió en Puno y luego en Huamanga hace varios años.
En las fiestas del Carnaval de Huamanga pugnan, pues, dos fuerzas, dos espíritus: el del espectáculo a imitación del de Río de Janeiro y el de la rebeldía contra los poderes que oprimen a hombres y mujeres de a pie. El afán de salir en el tik tok, Instagram y la tele limeña para atraer turistas y dólares, es decir, negocio, por un lado. La otra fuerza es la del ocio y la joda, pero también de la protesta contra la pobreza y sus urgencias, contra el machismo y el racismo déspotas.
Protesta disfrazada de ironía, burla, insulto, exceso y transgresión de las normas impuestas por la Iglesia, el Estado y el Mercado. Días de liberación de toda opresión, como que la comparsa más esperada y aplaudida de todas es la de “Las Charlies”, un conjunto de varones y mujeres travestido/as y pintarrajeado/as que rompen con la moral y las buenas costumbres, mostrando en sus máscaras y excesos la capacidad del ser humano para ser y hacer lo que le venga en gana, en busca de la felicidad a la que tiene derecho. Es el mundo de la informalidad que se resiste a parámetros, forzado, encasillado por autoridades y empresas corruptas que bien se benefician de la exportación del oro y de la cocaína “informales”, pero a las que atacan de la boca para afuera.
Desconozco la biografía de Erving Goffman para sostener que su tesis de que todos somos actores y adoptamos distintas máscaras según sean el entorno en el que nos hallemos, se inspiró en los Carnavales de Nueva Orleáns, pero pudo haber sido. La costumbre del enmascaramiento que trajeron los españoles pegó profundamente en el alma andina y sirvió para expresar sentimientos contra la opresión colonial que no podían darse en la vida cotidiana, so pena de una feroz represión. Ciertamente, la metáfora del sociólogo canadiense ayuda a entender cómo nos relacionamos con los demás. Y es que, en los Carnavales, todos se dan licencia para mostrar en la escena lo que ocurre detrás de las bambalinas, es decir, suspenden su juicio moral por unos días para mostrar sus verdaderos sentimientos frente a los poderosos y sus símbolos, pero también frente a vecinos y vecinas (de allí los hijos del Carnaval, no?).
Las autoridades inteligentes debieran escuchar el testamento de Ño Carnavalón para poder conocer, más allá de las encuestas que no dicen nada sustancioso, el verdadero sentir de la gente.
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