Sobre el comando anfibio de clérigos-gramáticos que se adentraron en las fuentes orales quechuas (siglo XVI) y transcribían los términos quechuas con oído y dicción hispana, el Inka Garcilaso deploraba: “los españoles corrompen lo más que toman en la boca”, y temiendo que el léxico oral quechua terminara fijado de modo espurio en los primeros diccionarios, advertía: “los pronuncian con la corrupción de letras y sílabas que se les antoja, que donde los indios dicen pampa, que es plaza, dicen los españoles bamba, y por Inca dicen Inga”. Esta temprana desviación estándar, que devino de la colisión de dos culturas, dos lenguas y dos códigos (oralidad/escritura), y que parece delito de menor cuantía, terminaría 6 siglos después en un desmadre.
Ahora no son los extirpadores de idolatrías, los cronistas soldados ni los misioneros hispanos los que acometen la corruptela idiomática, somos los propios andinos, los quechuahablantes peruanos, especialmente los mestizos bilingües, los letrados que sin el menor refrenamiento articulan la lengua-madre como se les antoja. Fue así que Bellido guapeaba en el zaguán-meadero del congreso vocalizando un quechua ininteligible, remendado con neologismos de su cosecha, localismos ilusorios y préstamos del español. Un balbuceo que, excepto él, ningún quechuahablante entendía.
Y ahora llega la señora-mandataria, y desde su pedestal de barro crudo, de su hornacina de mamacha de las sortijas profiere ¡mi wayki, mi hermano! Lo que, ciertamente, sería irrelevante si no fuera que ella (biotipo femenino) no puede dirigirse así a un varón, que para el caso no es otro que el rufián-gobernador regional, con quien en una suerte de contra-entrega de favores. Había trocado relojes, joyas por cuantiosas asignaciones de presupuesto. Y no es que lo que diga o deje de decir la señora le importe a la larva de la mosca soldado (cuyo ciclo de vida es de 3 horas), pero su efímero cargo de interpósita mandataria hace que lo que diga trascienda la trastienda que ocupa y discurra viral en los medios, tanto que ahora el término wayki es usado por doquier con la corrupción detrás.
Los mestizos-bilingües hemos corrompido el runasimi o quechua de nuestros mayores. Y ese gentío incluye académicos, instructores, estudiosos tenure track, dignatarios, y toda laya de dotores y mesticillos (justas dicciones de Guaman Poma). Por su naturaleza oral, el quechua es una lengua precisa, minuciosa, con tendencia a las acciones concretas, no conceptos, abstracciones ni subtextos: verbos performativos. En el runasimi oral el hablante es el referente central: saber quién habla es determinante. Y no es una cuestión de género sino de precisión. Así, desde el recinto oral, del vértice geométrico del hablante, una mujer dice turay a su hermano (en la variante chanka-apurimac de la señora es turiy), pero no puede decir wayki; sólo un varón dice waykiy a su hermano, y panay a su hermana; una mujer dice ñañay a su hermana.
En otra ocasión, después de permanecer upa (muda/silente) 5 semanas, la que personifica a la nación reapareció articulando fraseos en runasimi; manan suwachu kani, dijo, no soy ladrona. Y esta vez, si bien la urdimbre formal del fraseo es pertinente, el contenido es resueltamente cínico. En el runasimi el sustantivo o adjetivo mentiroso es llulla, pero el verbo mentir es llullakuy: lleva el reflexivo –ku que refiere que la acción del sujeto recae sobre sí mismo; es como peinarse (ñaqch’akuy), vestirse (p’achakuy). Por tanto, llullakuy es ‘mentirse’; en el mundo andino, el que miente se miente a sí mismo no a los demás. Ciertamente, la mandataria, primera mujer presidenta del Perú, pudo haber sido sucedánea de Micaela Bastidas, de Tomasa Titu Condemayta, pero no alcanza a ser siquiera una rabona de tropa.
Y qué decir de los congresistas bragueteros, legisladores que desaguan y se encaman debajo del hemiciclo, con secretarias reclutadas para prodigar sus favores. Allí, el plagiario de tesis, el doblemente sentenciado, pero absuelto por la ley de prescripción que él mismo instituyó: un perínclito caballero con aires de chulo de la feria sabatina del baratillo; allí, el congresista medio aborregado (hermano del prófugo), la presidenta de la subcomisión de acusaciones constitucionales, que dirime y absuelve forajidos; el canalla que configuró el talle de una parlamentaria, no en una cantina, sino desde su micrófono abierto del congreso: “todas se ponen sostenes con relleno y [ella] no es la excepción, tiene unas tetitas; ya las miré bien”.
Recurrir al quechua para disipar entuertos no es exclusividad de la señora; un canal de televisión lleva la dicción bastarda willax que deriva del participio willaq equivalente a el/la que narra un suceso. Los programas sociales del estado como PRONAA (Programa Nacional de Asistencia Alimentaria), plasmaron la denominación quechua qali warma (niño/a sano/a), aunque a los párvulos de escuela les hayan destinado alimentos enlatados de carne de caballo en descomposición. Denunciados por esta infamia, los asesores, el cuerpo colegiado de la señora decidió optar por otro nombre; ahora el programa se llama wasi mikuna que, según los infectos que la idearon, sería el equivalente a ‘comida hecha en casa’, pero no. Creer que rejuntando dos palabras (wasi+mikuna) que el léxico quechua posee va a prohijar un concepto de la lengua dominante, es propio de mostrencos.
En el mundo andino, entre el hogar y la comida hay una correlación innata, un cometido vinculante; no existe el concepto de restaurante como no existe el de hotel: el andino come y duerme en su hogar; conjuntar casa y comida no deriva de la comunidad de hablantes; más parece un neologismo de la pensión-soto.
El verbo usuchiy es casi exclusivamente para el agua, un bien común, no individual, que beneficia a la gente, animales, plantas; equivale a desperdiciar, desaprovechar un elemento esencial, básico, irremplazable. Además del agua, este verbo alcanza también al habla, al acto de desatinar, decir sandeces, hablar por hablar. Deriva del radical usu que equivale a derramar, derrochar. Usuri es el botarate, ruin, despilfarrador de un bien común; es el agravio más letal del grupo al individuo; no existe concha de tu madre ni hijo de puta.
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