Opinión: Quinta columna

La elección de los papas

«continuar o no con la sinodalidad, palabrita que significa “andar juntos”, es decir, el Papa con la Curia, los obispos, el clero, las religiosas y los laicos»

Por Alfredo Quintanilla | 3 mayo, 2025

La elección de los papas concita tanta atención como la del presidente de la primera potencia mundial. El papa, para los católicos, es el sucesor de Pedro, obispo de Roma y pontífice entre el pueblo y Dios. Para los ateos y no familiarizados con los asuntos religiosos, se trata solo de la elección del monarca de Ciudad del Vaticano, el estado más pequeño del mundo, que no tiene ejército, pero sí una gran influencia en más de la mitad del globo por la presencia de su clero y de sus fieles.

El reglamento que fija los procedimientos de la elección, están contenidos en el documento “Universi Dominici Gregis” escrito en latín, un idioma “muerto” que es la lengua oficial del Vaticano. No hay un jurado electoral ante el cual se puedan inscribir los candidatos, ni tampoco un período de “campaña” para obtener los votos. Tratando de compararla con las elecciones de los Estados laicos, esta es una elección indirecta, pues solo votan los cardenales habilitados y no los feligreses.

Este documento fija que el “padrón” de electores o electores habilitados es el de los cardenales menores de 80 años. Y aunque hay más de 250 cardenales, solo 135 están habilitados para elegir al papa o ser elegidos, aunque parece que dos están con graves problemas de salud. Para entronizarlo la regla fija que son necesarios los votos conformes de dos tercios de los cardenales, que esta vez deben sumar 90.

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Normalmente en todos los estados, la elección de los gobernantes o de los representantes que elegirán a los gobernantes se realiza en una jornada. La excepción es la India, donde las elecciones duran dos semanas. A ella se parece la elección del papa, en cuanto a su posible duración, aunque ha habido elecciones que sólo duraron un día o dos y una que duró cerca de tres años en 1271.

El cargo del papa es vitalicio (como el del presidente de Corea del Norte y de algunos emires árabes), esto es, dura toda la vida del elegido; salvo en caso de renuncia, como la del alemán Benedicto XVI, cosa que no ocurría desde hacía siete siglos.

Como en las democracias, el voto de los electores es secreto (las cédulas no se guardan y son quemadas después de cada ronda). Pero la particularidad de esta elección es que se hace en Cónclave, es decir, bajo llave, pues los electores son encerrados en la Capilla Sixtina hasta que termine la elección. Todos los electores deben prestar juramento de que guardarán secreto de lo que ocurra en el Cónclave, esto es, que no revelarán ni su voto ni el de los demás. Para asegurarse de ello se han instalado bloqueadores digitales que impedirán las comunicaciones electrónicas con la Capilla.

Como no se trata de una democracia en donde prime el “vox populi, vox Dei”, (hasta el año 768 los laicos de Roma participaban en la elección), sino de una comunidad inspirada en el Evangelio y el Espíritu Santo, la búsqueda del sucesor de Francisco está tomando su tiempo para que los electores se conozcan (salvo los que trabajan en el Vaticano, la famosa Curia, los demás solo se reúnen en los consistorios, el último de los cuales fue el de diciembre pasado en el que monseñor Carlos Castillo recibió el capelo) y conversen sobre los problemas urgentes a resolver y “el perfil” o cualidades que debe tener el siguiente pastor universal. Esto se hace en las congregaciones generales, reuniones de todos los cardenales -los habilitados y los jubilados- que empezaron el 23 de abril y terminarán antes del 7 de mayo, fecha fijada para el inicio del Cónclave.

Es de estas congregaciones generales de donde van surgiendo los nombres de los “papábiles” o precandidatos y que las transmiten al mundo los “vaticanistas”, alrededor de cuarenta periodistas que llevan años como corresponsales y tienen los suficientes y discretos contactos con cardenales o con los traductores de distintas lenguas que trabajan con ellos. A diferencia de la elección del 2013 en que sólo hubo cinco, esta vez hay listas de hasta quince papábiles. Una de ellas ha mencionado a monseñor Robert Prévost (69), de origen estadunidense, quien conoce bien a los peruanos porque fue obispo de Chiclayo por ocho años, antes de ser cardenal y encargarse del Dicasterio (o “ministerio”) de los Obispos el 30 de setiembre del 2023.

Pero el asunto no es tan espontáneo ni misterioso, pues según los vaticanistas, hay cardenales, sobre todo entre los eméritos, a quienes apodan los “kingmakers”, esto es “hacedores de reyes” que proponen sus candidatos y van persuadiendo de votar por ellos a los habilitados. Usualmente los kingmakers son de determinadas zonas geográficas o de idioma y tratan de conseguir al menos 25 votos para la primera votación, para ser viables, como cuenta el vaticanista inglés Austen Ivereigh.

Los temas que se tratan en las congregaciones generales son los que han caracterizado la gestión pastoral de Francisco: continuar o no con la sinodalidad, palabrita que significa “andar juntos”, es decir, el Papa con la Curia, los obispos, el clero, las religiosas y los laicos, como que es la gran reforma emprendida por él, según Ivereigh. 

Hay que recordar que en el Sínodo 2023-24, por decisión de Francisco, por primera vez, una cuarta parte de los votantes no fueron obispos. Y de ella, la mitad fueron religiosas y laicas. Pero también son líneas a seguir el sacar a la Iglesia de las capillas hacia una nueva evangelización al servicio a los pobres, enfermos y migrantes; la tolerancia cero con los abusos sexuales; el acabar con la corrupción en las finanzas vaticanas; y actuar en favor del cese al fuego inmediato en Gaza, Ucrania, Sudán y Congo. 

Pero, claro, muchos no están de acuerdo con el diagnóstico de Francisco de que el gran mal de la Iglesia es el “clericalismo” por el cual los curas se sienten superiores a las religiosas y los laicos. Los otros temas son los que le gusta a la prensa: la bendición de las parejas homosexuales; el celibato sacerdotal; la ordenación de mujeres; la comunión de los divorciados; el pacto entre el Vaticano y el gobierno de China para nombrar en consenso a los obispos de ese país.

Como se sabe, desde que la Iglesia se unió al poder con el emperador Constantino (otro de los males señalados por el Papa Francisco, bautizado como el “constantinismo”), ha estado atravesada por apetitos de reyes y potentados. Es campo de lucha por el poder y hoy no es ajena a las presiones de ricos y poderosos. Como que el presidente de Estados Unidos ha dicho que es un enviado de Dios y reza antes de empezar sus sesiones de gabinete. 

No olvida que el Vaticano, sin tener ni un tanque, tuvo intervención decisiva en la disolución de la Unión Soviética y el desmembramiento de Yugoslavia. Trump, como el premier de Israel, está ansioso de que el sucesor de Francisco no se oponga a sus políticas abiertamente, como lo hizo Francisco. Y tratarán de influir sobre los electores con (des) informaciones “confidenciales” de la CIA y el Mossad o de los cardenales Burke, Müller, Stella, Rouco de las millonarias diócesis que contribuyen con las limosnas a las diócesis pobres de África, Asia y América Latina.

En la institución más antigua y milagrosamente perdurable de la historia, todos saben que los cardenales no son ángeles, sino hombres de carne y hueso. Con sueños, ambiciones y temores. Con prejuicios y pecados. Por lo que, para encaminar la búsqueda, el discernimiento y la elección del Papa, celebran una misa diaria donde recuerdan que entre cristianos solo puede ser autoridad quien esté dispuesto a servir a los demás. Y, entonces, como en otras ocasiones ocurrió, una de ellas fue en 1978, puede haber sorpresas, por encima de las previsiones de los kingmakers, que los creyentes interpretamos como súbitas inspiraciones o soplos del Espíritu.

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