Era el último año de la década del ochenta. Y el concreto se acababa ahí, a unos metros de la casa. Entonces el verde se encontraba en los campos, como debía ser. Esa era la Arequipa que figuraba en los versos y, aún en los 80, sorprendía a los capitalinos, cansados del concreto.
Diez años después, antes de abandonar esa casa, ya habían cercado el campo, el ganado había desaparecido y en el lugar construyeron un restorán campestre. Otra década después, el campo fue el que se acabó. Ahora, en ese lugar, hay varias urbanizaciones modernas. Lo mismo le sucedió a otros lugares como Cayma, Cerro Colorado, Hunter, entre otros distritos que equilibraban la agricultura con las zonas urbanas.
Irónicamente, Arequipa sigue siendo una ciudad llena de verdor. Lamentablemente no es por acción de la naturaleza, pues la campiña y las áreas forestales siguen siendo imparablemente tragadas por el concreto. La coloración se debe a la gestión municipal del alcalde provincial Alfredo Zegarra, un verdadero fanático del verde, pero no de la vegetación, sino del tinte artificial que caracteriza el logotipo de su movimiento político con el que ha decidido inundar la ciudad.
LOS ARBOLITOS Y ZEGARRA
En 1944, una población cercana a 90 mil habitantes se asentaban en 800 hectáreas de superficie urbana y disfrutaban de 9 mil 200 hectáreas agrícolas. En la actualidad las áreas agrícolas se sostienen por debajo de las 10 mil hectáreas, para una población cercana al millón de habitantes, que ocupa más de 11 mil hectáreas urbanas…
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