COVID-19: ¿Podemos imaginar un futuro común? (Parte 2)

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Parte 2: Imaginando el fin del capitalismo

La prisa con la que Slavoj Žižek ha predicho el fin del capitalismo “al estilo de Kill Bill” (dixit) contrasta con la rapidez con la que la opinión pública ha salido a refutarlo basándose en la posición de Byung Chul-Han, quien vaticinaba un capitalismo mucho más feroz y autoritario amparado en el control biopolítico a través del big data (no muy distinto a lo que el mismo Žižek decía hace diez años cuando se refería al peligro del surgimiento de un “capitalismo con valores asiáticos”).

No me apresuraría tanto a descartar la posición de Žižek, sino más bien a considerarla dentro de un abanico de escenarios dentro de una perspectiva de (muy) largo plazo. En ese sentido, valdría la pena hacer dos preguntas. En primer lugar, ¿cuáles son los condicionantes claves que garantizan la continuidad del capitalismo como sistema histórico? y segunda: ¿qué tanto sabemos sobre la capacidad del COVID-19 (u otra pandemia futura) de afectar severamente dichos condicionantes en el largo plazo?

No han faltado análisis sobre los efectos del COVID-19 en la economía global, los cuales en su mayoría coinciden en la venida de la peor recesión mundial desde 1929 (algo ya anunciado oficialmente por el FMI); así como en la progresiva fragmentación de las cadenas de suministro globales. Sin embargo, existen dos aspectos concomitantes que se mantienen constantes a pesar de todos los escenarios y especulaciones que se puedan hacer sobre el futuro tras el covid-19: 1) La confianza de la gente en el valor del dinero en tanto medio de cambio; y 2) El flujo de las telecomunicaciones. Internet, en tanto red global de comunicaciones, también ha generado una dependencia absoluta de las bases de datos de cualquier actividad humana conocida en el planeta, incluidos los servicios básicos de telefonía, agua y electricidad.

Asimismo, el valor del dinero como medio de cambio se sostiene mediante los millones de intercambios y fluctuaciones que ocurren a diario en las bolsas de valores a nivel mundial, dentro de las cuales el dinero impreso/acuñado representa sólo una pequeñísima parte de de los trillones de dólares/euros/yuanes/otros que circulan a diario en la red sin generar ningún tipo de valor real más allá del que los seres humanos hemos convenido en otorgarle; ya que si aceptamos el hecho de que el dinero es sólo papel pintado que no se puede comer, la mayoría del que existe ni siquiera es un objeto material o palpable.

Si bien existe una discusión sobre qué pasaría si súbitamente ocurriera un apagón mundial de Internet debido a un desastre natural masivo o ataque nuclear, lo cierto es que ésta es una red flexible y descentralizada que no depende de un solo país y puede seguir funcionando así la mayoría de sus bases de datos y servidores quedaran inutilizados.

Por supuesto, para que el sistema siga funcionando, tiene que haber alguien que garantice su funcionamiento; y ahí quizás habría que considerar más detenidamente la posición de Žižek. Como ya ha indicado la OMS, es poco lo que sabemos del COVID-19; y si bien a pesar que la letalidad de la infección sigue siendo baja en comparación a otras enfermedades, la transmisibilidad y tendencia a la mutación del mismo debe considerarse. Si a la fecha la cepa actual de coronavirus llamada COVID-19 ha demostrado un alto nivel de resistencia y permanencia sobre superficies como plástico, vidrio y acero; ¿qué pasaría si éste empezara a mutar hacia un nuevo virus más nocivo que ahora pueda permanecer en forma de aerosol que viaje por el aire durante varias horas, o si apareciera otro nuevo que sí tuviera esa capacidad? ¿De qué servirían medidas como la cuarentena y el aislamiento social si es que ahora podemos contagiarnos con sólo salir a comprar pan para el desayuno, así nos mantengamos a diez metros de distancia de todo individuo con el que nos crucemos en la calle? Un nuevo virus con las características que menciono ya no sólo exigiría a los Estados a reordenar todo su aparato productivo hacia adentro, sino a incluir nuevos mecanismos de automatización y provisión de servicios a través de sistemas de Inteligencia Artificial.

Implementar medidas de ese tipo provocaría índices de desempleo en masa tan grandes los Estados se verían obligados a autoaislarse para experimentar soluciones cortoplacistas que calmen la creciente inestabilidad social, terminando por desintegrar lo que quedaría del modelo angloamericano de globalización. Esto generaría como consecuencia un progresivo “desacoplamiento” del sistema por parte de los Estados, especialmente aquellos del Sur Global; quienes acusarían a los organismos internacionales de corruptos y poco solidarios frente a sus respectivas crisis internas; así como a las grandes potencias de hipócritas que lucran con la necesidad de los países más pobres.

Así, el primer resultado de esta rebeldía masiva de los Estados menores frente al orden mundial implicaría que las monedas nacionales dejarían de tener valor externo, y, en consecuencia, dejarían pronto de tenerlo al interior (ya que, como dijimos, objetivamente el dinero es sólo papel pintado y para efectos prácticos no tiene ninguna utilidad mayor a la que tiene cualquier papel).

Este hipotético desacoplamiento traería como consecuencia una desconexión masiva de la red de Internet, dejando a los países dependientes exclusivamente del manejo de sus ondas electromagnéticas de radio (y con suerte, de TV local). La gente al ver de un día para otro que su dinero (impreso o bancario) ya no vale nada, empezaría a organizarse para realizar saqueos masivos a supermercados, tiendas, y hogares; con lo que el poder civil cedería fácilmente frente a cualquier junta militar “restauradora” que prometa cierto orden frente a las diversas bandas organizadas formadas por ciudadanos comunes y corrientes impulsados por el miedo. Finalmente, en aquellos Estados donde dichos liderazgos militares se consoliden (con mayor probabilidad en América Latina y el Asia Oriental), se implementarían economías de guerra con despoblamientos masivos de ciudades y programas de re-educación orientados principalmente a la producción agraria, la autodefensa militar y la salud pública; mientras que en los Estados más frágiles (principalmente África Oriental y Central, así como Oriente Medio) se agravarían las tensiones étnicas y sociales, llevando el estado de guerra civil a largas porciones de su territorio como nunca antes. Todo esto sin mencionar la impredecible respuesta de las principales potencias mundiales al ver que el orden global que crearon se desmorona frente a ellos como un castillo de naipes.

Por supuesto, el escenario apocalíptico que describo es sólo uno de todos los posibles; pero vistas las cosas así, el error de fondo cometido por Žižek no sería el de haber predicho la futura muerte del capitalismo, sino el asumir que lo que vendría a reemplazarlo sería algo mejor. Como fuere, la evidencia muestra que la tendencia no es hacia el debilitamiento, sino hacia el fortalecimiento de la Internet, por lo que es más fácil decidir si le damos la razón a Žižek o no. En tanto y en cuanto las redes de comunicación generadas en torno a Internet continúen operando, el capitalismo se seguirá transformando, pero no desaparecerá. No hay mucho más qué decir al respecto.

(*) Licenciado en Ciencia Política, Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Erasmus Mundus Master of Arts in Public Policy, Erasmus University Rotterdam / University of York. También es investigador Asociado del Instituto de Estudios Políticos Andinos (Lima), Profesor de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Católica de Santa María (Arequipa) y coordinador para el Perú de la International Association for Political Science Students (Holanda).

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