El próximo presidente del Perú tendrá que enfrentar las secuelas sanitarias, económicas, sociales y morales de la pandemia. Pero, eso no amilana a los aventureros de la política, ni a los de raigambre electoral que ya están alistando sus candidaturas. Es así que, las próximas elecciones prometen un menú muy parecido al de siempre, en el terminaremos eligiendo entre el malo y el peor, con la diferencia de que esta vez sus poses y mentiras acarrearán mayor daño que el acostumbrado, pues del éxito o fracaso del siguiente gobierno dependen nuestras posibilidades de recuperarnos del golpe o retroceder unos 30 años de desarrollo.
Lamentablemente, para asumir semejante reto, la lista de aspirante no es prometedora. Y no lo es, no solo porque hasta ahora no se vislumbra ninguna propuesta de real renovación de la política; sino porque, los ciudadanos nos encontramos más vulnerables hoy a los engaños, que en condiciones regulares. Los últimos cinco años han sido de escándalos y crisis política; mientras que, en los últimos meses, nos tocó pagar la factura de 25 años de debilitamiento del Estado y las instituciones. Meses de confinamiento, con muertos que se cuentan por miles y desempleos que se registran en millones, han dejado a muchos peruanos susceptibles a validar cualquier propuesta que signifique la atención de sus necesidades inmediatas, aunque no tengan ningún asidero en la realidad o represente una seria amenaza para el futuro.
En conclusión, hoy más que nunca necesitamos elegir bien y, al mismo tiempo, las condiciones para que esto suceda son menos favorables que de costumbre. Haría falta un verdadero milagro en estas elecciones.
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