«Segundos paternales», cuento finalista VII Concurso Literario «El Búho»

«Tiene agarrado a su hijo del cuello. Sabe que debe tomar una decisión. Sacar afuera a su vástago y que lo maten frente a sus ojos o dejar morir a todos allí. Trata de encontrar una salida»

Por El Búho | 7 febrero, 2021

Esta obra es una de las cinco finalistas de la categoría Cuento, del VII Concurso Literario El Búho. «Segundos paternales» fue premiada con un diploma en diciembre de 2019.

El autor,  Sarko Medina Hinojosa, escribió este cuento bajo el Seudónimo: Zeus. A continuación, el texto completo.

autor cuento premiado

Sarko Medina Hinojosa. Nació en 1978, Arequipa – Perú. Escritor, periodista y articulista.
Trabajó en RPP Noticias, Diario Arequipa Al Día, Diario Noticias, Actualmente escribe artículos de opinión en Diario Exitosa y Semanario La Central. Es editor en la página Entre Líneas Cultura. Ganó el premio nacional de periodismo 2006 categoría prensa escrita organizado por Ciudadanos al Día.
Sus libros publicados son: ”Palo con clavo y santo remedio”, “La Vengaza de los Apus” y “El Ekeko y los deseos imposibles” Editorial Aletheta 2019. Además, en formato digital: “33 microcuentos de verdades en pareja” (2011), “Insólita Realidad” (2012) (Reedición Editorial Torre de Papel 2015), Impactante Fascinación (2014); en cuento y fotografía: “Palomas” (2012). Cuentos suyos están en las antologías: “El Umbral, Antología de Relatos Insólitos” (2015) y “El Lado Oscruo de la Luz, Relatos de Misterio” (2016); “Las Sombras cuento “Redecorter” ha sido antologado en la muestra “Más allá de lo real. Antología del cuento fantástico peruano del Siglo XXI”, Investigación a cargo de Elton Honores catedrático” de la Universidad Mayor de San Marcos.

Cuento «Segundos paternales«

La puerta se abre con violencia dejando paso al balón de gas, morada estructura de metal que entra haciendo ruido de campana en cada rebote. Los ocupantes de la sala se ocultan detrás de los muebles.
—¡Tienen treinta segundos para que salga el “Truzas”, antes de que haga explotar la casa! y no intenten tocar el balón, que al primero que asome la cabeza que no sea ese hijo de puta me lo bajo de un tiro —se oye al suboficial Mariano gritar en la calle.

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En el segundo en silencio que sigue, se escucha el silbido del gas saliendo.
Veintinueve segundos. Andreina Ccana recordó, en su escondite tras la mesa junto a su hija y nieto, que ese hijo la hizo sufrir, con un parto difícil en medio del pasillo de la posta en Independencia. Sus manos sudan entremezcladas con las lágrimas que no paran de salir. Trata de encontrar en las travesuras de la infancia que se le cuelan entre la memoria, algún aviso de la transformación de “Pedrito”, como aún lo llama. Ese hijo de diecinueve años es reclamado para matarlo allí, en plena calle de su infancia. Las lágrimas se detienen. Un recuerdo cambia su rostro, se endurecen los párpados y sus labios cambian el rictus de pena por uno de rabia. Mira a su hija. Aprieta los dientes.

Veintidós segundos. Yuliana Llamoca, aprieta a su pequeño bebé de diez meses contra su pecho, como si quisiera que entre de nuevo en su vientre y estar protegido, mientras musita una oración perdida entre la negrura de un pasado caótico. Entre un padre dedicado a taxear y beber; y una madre ocupada entre tanto descendiente, la suya fue una existencia vacía, matizada solo por los gritos para poner la mesa o limpiar la casa.

Lo que siempre existió fue el acoso de Pedro, al que ahora reclaman salir por ser un “monstruo”. Tiene una encrucijada en el corazón. Ella cedió a esos acosos y la culpa le atrapa la respiración en una red. Entre la presión y la curiosidad se debatió su entrega y ahora su conciencia. Le pesa el miedo a ese ser extraño. Aprieta al bebé pensando que pudo ser la víctima en vez de esa otra bebé. La culpa de nuevo le atenaza el pecho.

Diecisiete segundos. Mariano, con el pecho doliéndole, con la pistola en la mano, apunta, a través de la puerta abierta, al punto morado. Vive allí, en ese barrio de muros sin estucar y esquinas malolientes de orín. Su barrio. Sabe que el “Pitufo” es arranchador de carteras o que el “Julián” se cargó a otro choro en una pelea hace tres años. Los conoce a todos. Le tienen respeto porque no chupa ni se excede, tampoco tira dedo a nadie. Hasta al “Truzas” lo conocía, callado y propenso a que le caiga golpes de otros chicos, su máximo delito alguna vez conocido fue robarse calzones y truzas de algunas vecinas, de allí su chapa.

Ese chico le hizo tremenda bestialidad con su Dorita, su bebé de dieciocho meses. El arma baja un poco, las fuerzas decaen junto al sollozo incontenible. La imagen del cuerpito destrozado en esa torrentera lo sacude. Pero la ira lo rearma y afirma el brazo, la puntería.

Once segundos. Rubén es el padre, marido, protector de esa casa, alcohólico y pegalón, cariñoso y malhablado. Enfrenta la realidad que quieren matar a su hijo, el segundo varón, el sexto de sus descendientes. Criado en esas calles, consiguió estabilidad con un carro ahora viejo y destartalado, pero que le permite malvivir entre las noches en que nada sediento de monedas y los domingos en que la cerveza lo ayuda a olvidar la pobreza de sus deseos. Tiene agarrado a su hijo del cuello. Sabe que debe tomar una decisión. Sacar afuera a su vástago y que lo maten frente a sus ojos o dejar morir a todos allí. Trata de encontrar una salida.

—Es tu culpa papá.
—¡Cállate!
—Sabes que sí, por eso lo hice también con la Yuli de chibolo.
—¡Que te calles carajo! déjame pensar cómo salir de esta cagada.
—Sácame afuera, si me agarran los tombos será peor, en la cárcel ya no cambio, saldré para hacerlo de nuevo, deja que me mate el Mariano.
—Eso debería hacer, mierda, toda la vida jodes y jodes y ahora esto.
—Eso no pensabas cuando me la metías, papá.
Un segundo.
Rubén suelta a su hijo e intenta llegar al balón.
Yuliana abraza al bebé y a su madre.
La turba afuera grita con furia.
Mariano aprieta el gatillo.

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