La voluntad de los votos en blanco y nulos

"En otras palabras, el “no voto” fue el gran ganador; pero, estamos obligados a elegir entre dos opciones no deseadas por más del 80% de votantes"

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Es curioso cómo se viene utilizando la democracia y su defensa como un argumento para disuadir de votar por un candidato o por el otro, en la contienda electoral que actualmente experimentamos en el Perú. Deberíamos suponer que los especialistas en marketing político o los jefes de campaña, tanto de la candidatura de izquierda, como de la derecha, creen que la democracia es un valor apreciado para los ciudadanos y quizás lo sea. Pero, es conveniente analizar de qué democracia estamos hablando.

A la luz de los resultados de las últimas selecciones, podemos afirmar que nuestra democracia ha llegado a un punto en el que ya no es más el reflejo de la voluntad del electorado. Partamos del hecho de que el padrón electoral en el país es de 24 millones 799 mil 384 electores; y que los candidatos que pasaron la segunda vuelta suman apenas el 18% de ese padrón. De hecho, los votos en blanco tienen mayor porcentaje del que obtuvo la candidata del fujimorismo. Además, si sumamos los nulos, tenemos un 13,2%, que es mayor al porcentaje que obtenga cualquiera de los 18 candidatos en competencia. En otras palabras, el “no voto” fue el gran ganador; pero, estamos obligados a elegir entre dos opciones no deseadas por más del 80% de votantes, en primera vuelta.

En mi opinión, si hablamos de democracia que represente la voluntad del pueblo, los votos en blanco y nulos no deberían ignorarse desde el sistema. En el caso del Congreso, por ejemplo, esos votos deberían traducirse en escaños vacíos, lo que no resulta tan malo como podría parecer; si tenemos en cuenta que el actual mecanismo convierte, indirectamente, los votos en blanco y nulos en un incremento ficticio al porcentaje de los partidos. Del mismo modo, en una elección presidencial, cuando los candidatos no hayan podido obtener un porcentaje mayor al de los votos en blanco y nulos; esto debería demandar una decisión por parte de las autoridades electorales.

Actualmente, la ley contempla la nulidad de una elección cuando dos tercios de los votos son blancos o nulos; lo que, en términos numéricos, es solo una probabilidad remota. Para casos como el actual: candidatos que pasan a una segunda vuelta con menos preferencia que los votos nulos y en blanco, se debería contar con un mecanismo concreto que ofrezca una nueva elección con distintos candidatos; y, así, atienda lo que el pueblo está diciendo en las urnas. Después de todo, dejar en blanco o anular el voto -por temor a que le den mal uso a la cédula en blanco- es también una expresión del pueblo; una expresión de desconfianza y rechazo que los partidos deberían estar obligados a responder.

Lamentablemente, este tipo de reformas está en manos de políticos a quienes no les conviene un cambio. Así, el sistema democrático depende de un sistema electoral y de partidos que lo condenan al fracaso.

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