Arequipa, entre tus sillares se susurran bellas historias de antaño

Innumerables historias de carácter extraordinario esconde Arequipa entre sus muros de sillar, callejuelas y distritos tradicionales.

Por Pamela Zárate M. | 15 agosto, 2022
Lado derecho: El reconocido actor Reynaldo Delgado.
Lado izquierdo: Uno de los últimos lonccos, el Sr. Lizárraga.

Hoy 15 de agosto, día de Arequipa, celebremos su historia honrando los recuerdos de nuestros abuelos quienes nos dejaron el orgullo y la nostalgia de lo que implicaba “haber nacido al pie de un volcán”. Innumerables historias de carácter extraordinario esconde Arequipa entre sus muros de sillar, callejuelas y distritos tradicionales. Son nuestros antepasados quienes relatan con añoranza como era la Ciudad Blanca cuando aún eran niños.

Tres historias, tres destinos diferentes, pero cuyos hilos se entretejen en el mismo lugar, Arequipa.

Hernán, el ciclista más saludable de Arequipa

Hernán Morante Trigoso

Para comenzar este recorrido, hay que parar primero en Paucarpata, lugar tradicional que aún conserva sus andenes y bellos paisajes. Ahí mismo se encuentra don Hernán, que se ha ganado el nombre del titular gracias a su increíble historia con su buena amiga, la bicicleta. Hernán Morante Trigoso nació en Paucarpata, allá por los años 50. Un niño saludable cuya infancia recuerda nítidamente. Cuenta, por ejemplo, que Paucarpata producía mucho trigo, había suficiente ganadería para producir leche y quesos. A él le gustaba jugar a los trompos, a los frijoles, a la rayuela, pero después de terminar sus tareas.

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“Jugábamos hasta las 10 de la noche fútbol, usábamos un solo par de zapatos que nos aguantaba todo el año, y si queríamos jugar, teníamos que jugar sin zapatos. Solo nos compraban nuevos zapatos cada 28 de julio, para los desfiles”.

Hernán Morante Trigoso.

Menciona a las lecheras que vendían sus productos en cantarillas que cargaban los burros, la crianza de las vacas que era libre y sin corrales, el camino hasta llegar al mercado San Camilo, a través del tranvía.
Recuerda mucho que la educación fue pilar fundamental para su formación. Sus padres eran muy estrictos con él y sus hermanos (como era en ese tiempo). Sin embargo, con su hijo Pablo, la relación fue diferente, fue la sapiencia de su hijo la que le salvó la vida cuando sus temores fueron confirmados por un médico al afirmar que el cáncer había invadido su cuerpo. “Para mí, (el cáncer) en ese tiempo era mortal, estaba subido de peso, también tenía artrosis en la rodilla y várices. Tengo un hijo que es ciclista que me animó a subir a la bicicleta, ahora soy un ciclista urbano”.

Esta decisión -de la que no se arrepiente y recomienda- la tomó hace 12 años. Él agradece infinitamente a su hijo, pues el ciclismo lo ayudó a convertirse en un amante de la vida y a creer en el poder de la mente. “Usted puede estar cansado o enfermo, pero si sube a la bicicleta, usted se transforma. Eso le da salud mental y vitalidad”.

Su casa se ha convertido en refugio de ciclistas, de extranjeros y de cualquier persona que desee encontrar un punto despierto en Arequipa en el “Huerto de Faustroll”, un lugarcito construido únicamente con material reciclado y autosustentable donde se dictan talleres artísticos y de jardinería; además, presenta obras de teatro, alberga círculos de poesía, cineclubs, etc.

Las 5 comidas de un arequipeño

De Paucarpata, nos vamos a Tiabaya, donde creció Plácida González Obando, niña bonita del color del sillar y de cándida sonrisa que recuerda más a sus padres y sus abuelos que su propia historia. Recuerda las historias de sus padres, ellos le contaban la cantidad de picanterías que había en Tiabaya y la abundante chicha que se producía. “Mi mamá era neta arequipeña, incluso hablaba el lenguaje arequipeño, decía: Anda vete a lavar esa cara que esta ‘huishui’”.

Antiguo mercado San Camilo

Vagamente recuerda que conoció el ‘sol de oro’, pero sí recuerda firmemente que su educación fue muy severa: “Los niños no podían estar con los adultos, ni reírse, ni hacer una broma, nos manejaban con la mirada, decían: ‘yo escupo a la piedra y si no estás acá, te va a caer’, y nos caía”. Entre el bullicio de la gente que hace sus compras en los pasillos del mercado El Altiplano, Plácida cuenta algo curioso, en Arequipa se comía hasta 5 veces al día:

  • Desayuno a las 7 de la mañana, leche con su canchita y su pancito de tres puntas.
  • A las 10 de la mañana una merienda, cualquier platito de comida acompañado de mote con su chicha.
  • 12 del día su almuerzo que constaba de su caldo de patasca y su segundo.
  • A las 4 de la tarde otra vez su lonche.
  • Y a las 7 de la noche la cena que contenía sopa, segundo y su postre.

Filomena, una enfermera enviada desde Polobaya con la bendición de la virgencita de Chapi

Filomena Quispe Ramos

El recorrido tiene su punto final en Polobaya, hogar de la Virgen de Chapi, patrona de Arequipa. Polobaya posee una variedad de cataratas que se extienden a lo largo de sus ríos cubiertos de piedra laja negra, de gran demanda para los enchapes de paredes. Filomena Quispe Ramos nació ahí.

Acostumbrada a la vida de campo durante su infancia y a los paisajes de flora y fauna que ofrece el lugar, Filomena llegó a la ciudad de Arequipa a los 17 años para ingresar al hospital Goyeneche como ayudante de enfermería.

El histórico hospital era atendido por monjas y ella aprendió a sanar a los enfermos y heridos por ellas. “Había solo un médico, nosotras hacíamos de técnicos para atender al paciente, trabajábamos de 6 de la mañana a 6 de la noche, todo el santo día”. Era el único hospital general de la ciudad en ese tiempo, y recuerda que en su juventud atendió a numerosos pacientes con viruela y otras epidemias que aquejaban al mundo en los años 60. Las personas que se atendían eran de toda clase y estatus social humilde.

“En esa época la Beneficencia Pública ponía todas las medicinas, accesorios y alimentación, nosotras éramos muy horradas, cuidábamos las cosas como si fueran nuestras”. Filomena calcula que a lo largo de sus 30 años de carrera, sus manos atendieron a más de 3 mil pacientes como mínimo.

Recuerda con mucho cariño las fiestas costumbristas de Arequipa, el primer festival en que se realizó en Tingo. “Íbamos a picantaear, a tomar nuestro vaso de chicha. Los jóvenes tocaban su guitarra, nosotras cantábamos los yaravíes, era bonito las fechas de Arequipa”.

Filomena recuerda que cuando se construyó el nuevo templo de la Virgen de Chapi, “ella no quiso salir de su templo por más esfuerzo que se hacía por trasladarla”.

Antiguo hospital Goyeneche

Herencia que debe conservarse

Arequipa ha sido cuna de grandes talentos como historiadores, escritores, letrados, artistas, científicos, médicos; etc. Sin embargo, sus callecitas albergan valiosas historias de vida de personas que estuvieron presentes en esta transición del crecimiento de una pequeña ciudad a la urbe que es hoy. Decía el historiador Juan Guillermo Carpio que “tenemos que tratar de no perder la identidad cultural pasada, sino enriquecerla o variarla, pero no perderla. Sobre todo, en los aspectos más importantes como nuestra arquitectura, la gastronomía, la música, el baile, etc. Pero esos son los aspectos visibles, que no son los fundamentales. Los fundamentales son la laboriosidad del arequipeño, siempre ha sido muy trabajador”.

Así, las nuevas generaciones deben tener presente que es su responsabilidad conservar y reproducir el legado oral que poseen los mayores, como parte de la tradición arequipeña.

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Pamela Zárate M.

Periodista y editora audiovisual. Culminó sus estudios en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y se ha especializado en periodismo digital gracias a la formación de Google Adsense, Google News Initiative y la Fundación Gabo.