Cuchillazo llegó a Arequipa la tarde del viernes 30 de junio para desatar su poderío musical acompañado de otras cuatro bandas locales, al menos eso se prometía.
Capi Baigorria, con chullos siempre y cresta mohicana a veces; Rafael Otero, con un polo de David Bowie; y Hugo Vecco, llevando el logo del power trío que lo acoge ahora; compartieron con algunos fans la previa al recital y se retiraron temprano para afilar bien los riffs que exige la comunidad subte de la Ciudad Blanca.
Apenas llegaron a Arequipa, Capi, el vocalista y baterista de Cuchillazo ya había anunciado la ferocidad del pogo que se venía: “Estamos en un momento mágico, supremo, absoluto. Estamos comenzando de nuevo, como si tuviéramos 20 años otra vez. Estamos encantados que Arequipa sea testigo de lo que nos está pasando, porque Cuchillazo no somos solo los tres: Cuchillazo son todas nuestras queridas bestias”.
‘En Arequipa siempre nos suceden cosas misteriosas’
La brisa helada del frío serrano golpea la piel, pero los seguidores de Cuchillazo se mantienen firmes en la espera. Han venido este sábado 1 de julio, hasta la avenida Tacna y Arica, para hacer vibrar el piso cementado con sus borceguíes y chamarras negras. No se irán hasta pogear el último tema.
En el mismo local, a más de cincuenta metros también se realizaba un evento animado con reggaeton. En algún momento vi gente de indumentaria dark bailando los hits de Bad Bunny y por otro lado a los reguetoneros con la intención de infiltrarse entre los punks.
La diferencia generacional entre los dos públicos serían unos diez a veinte años, más o menos. Una mujer que asistía al concierto de Cuchillazo, con cabello verde, hablaba con su hija en el baño. La adolescente se despidió agradeciendo la complicidad de su madre: “Pero no le digas a mi papá que estoy acá”.
Era como asistir a un pequeño Coachella que en el escenario 1 sonaban los Rage Against peruanos y en el otro los perreos del momento. No es ningún delirio, los Cuchillazo ya antes han formado parte del Line Up de festivales internacionales como el Cosquin en Buenos Aires.
Más de 600 fans, muchos de ellos que crecieron viendo Misterio, lograron su entrada y coparon el aforo. La infraestructura y los trabajadores de la organización estuvieron a la altura y dentro de los cálculos de garantías de seguridad colectiva. La barra que dispensaba bebidas, no estoy segura sobre si se dio abasto, pero la euforia y resolución post pogo que se veía en todas las caras satisfechas parecía confirmarlo.
“Cada vez que venimos a tocar a Arequipa no es normal: es especial. Es el sitio al que hemos venido a tocar más veces. Tenemos vínculos importantes con varios músicos de acá como Los Chapillacs”, compartió Rafael Otero, entre gestos inquietos evocando mentalmente sus aventuras en esta tierra volcánica.
Los ‘Saboteros’ y la insobornable espera de las bestias
Arequipa se ha convertido en un territorio largamente deseado por bandas nacionales e internacionales, pese a que la reactivación de eventos culturales se está dando de manera lenta y desleal después de la pandemia, las protestas contra el régimen de Dina Boluarte y el reciente cambio de representantes municipales.
Algunos empresarios y ‘autoridades’ aprovechan el entusiasmo de las fanaticadas para poner entradas a precios irracionales o improvisando reglamentos que podrían ser ideados por algún cobrador de cupos.
También, otra brecha contra la que está creciendo la ‘movida’ underground arequipeña es la concentración de eventos de calidad en la capital.
Esta vez, un grupo de músicos con experiencia en producción apostaron por la Ciudad Blanca y ofrecieron un espectáculo de talla festivalera con precios razonables. Casi a ‘Kisse Lucas’, bueno, a treinta en la preventa, y a sesenta en la puerta.
Por el aguante que el público cuchillero tiene en esta ciudad, en los promocionales de la banda ya se advertía que siempre pasan cosas raras cuando tocan en Arequipa. Como cuando lo hicieron en un pequeño bar de la calle Bolívar abarrotada de bestias.
El problema con el evento del sábado surgió a última hora, justo antes de abrir las puertas. Algunos ‘funcionarios’ improvisaron un extraño operativo.
En la antesala del concierto no todo fue fácil, valgan verdades. Algunos entes burocráticos quisieron romper el filo metálico de Cuchillazo. Pero esa dentadura corrupta fue rebatida por el aguante de los fans que sabían que el concierto se iba a dar SÍ o SÍ.
El pogo salvaje
Varios productores y colaboradores rápidamente solucionaron el impase ocasionado por los ‘saboteros’ y se les cerró la boca a los desinformadores que deseaban ahuyentar a los fans que llegaban con toda la energía para romperlo todo… todo lo que está mal.
Cuando apareció el equipo de realizadores, artistas y productores que solucionaron las trabas eran más de las 8 de la noche. Muchos seguidores de la banda que llegaron desde la mañana a formar la fila, estaban embriagados de impaciencia y otros de alcohol, pero ¿Cómo evitarlo?
De todas formas, las fuerzas que quisieron interponerse entre Cuchillazo y la comunidad under de Arequipa perdieron en sus argucias. Pero no hay mucha tinta para desperdiciar describiendo eso, ‘no tengo tiempo de explicar, porque es absurdo de verdad’ y sí… hay cosas que se deben escribir y construir todo de nuevo.
El pogo ha sido tal que han pasado más de tres días y los músculos duelen como si hubiera pasado una jornada de exigentes ejercicios físicos. Aun siento el temblor de los graves amplificados por todo el andamiaje rockero resonando en mi cuerpo.
El público con más lava que sangre en las venas, encendió los ánimos que quisieron caldear los saboteadores de saco y corbata. Las casacas de cuero y púas pudieron más que las chaquetas corporativas microgubernamentales. Una vez más, los malos de verdad perdieron. La comunidad subte de Arequipa convirtió ‘el frío en calor’ y ‘el hambre en valor’.
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Primero tocaron los locales Distorsión. Los pequeños grupos de pogo iban consolidándose. Después subieron al escenario Roncha Kills, que hizo manifiesta su protesta contra los saboteros. Los Roncha, encabezados por el conocido Omar Reptil, gestor y creativo de Foraja Producciones, calentaron el escenario hasta romper sus propias cuerdas de pura pasion punki grunge.
Se apagaron las luces y sonó One de Metallica. Los amplificadores estaban listos para expandir las notas y los gritos como navajazos o misiles sonoros sobre el concreto. Se sentía como golpes hasta en las clavículas si estabas en primera fila.
Los cabellos castaños de algunas chicas y reporteras estaban flotando por el ambiente electrizado. Tan diverso y complejo es el público de Cuchillazo que se podían encontrar fans LGTB con banderas arcoiris llegando de la Marcha del Orgullo. Con glitter en la cara, algunos de ellos repasaban el delineador negro en los parpados para reforzar la actitud obscura y equilibrar la estetica pogera.
Es así que, a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, Cuchillazo asestó su tecno-furia por séptima vez en Arequipa. El primero después de la capital ante su resurrección.
Capi Baigorria, de voz firme pero de actitud risueña, apareció en el escenario con cresta roja en su casco de lana. Saludó al público y se posicionó en la batería DW Collector. Rafael Otero tocó un bajo rojo y blanco Musicman Stingray. Hugo Vecco usó dos guitarras. una Kramer roja en flecha y otra blanca Fender Stratocaster Dessert Burst.
Hugo Vecco, viejo amigo de la banda y ahora nuevo guitarrista, es el superhéroe revelación de este grupo de rock, trayendo a la vida a quienes pensaron que habían partido definitivamente de los escenarios.
“Yo soy más viejo que ellos pero de espíritu joven. Es la primera vez que voy a tocar en Arequipa y con el recibimiento que estamos teniendo soy feliz. Hemos trabajado duro para esto. El pogo va a estar brutal”, así lo anunció un día antes el guitarrista, y así sucedió.
Hicieron sonar los ágiles acordes, latidos y solos de 17 canciones. Empezaron con El ojo y Atravesando muros. También tocaron Colgado, Pishtacos y narcos, Escribir todo de nuevo. Cerraron con Máquina, Agua y El niño bomba.
Cuchillazo feroz
Quisiera decir que fue una masacre lo que pasó esa noche. Fue una batalla campal cuerpo a cuerpo entre punkis, grunges, metaleros y algunas chicas reguetoneras aferradas a la reja de la primera fila. Un perro pogo o un pogo perreador. Pero decir ‘masacre’ o ‘batalla’ me preocupa en los tiempos que resisten justo muchos jóvenes del sur peruano que tratan de sacudirse de la situación política del país con algo de música.
Es difícil no pensar en el momento coyuntural, o tal vez en la reflexión histórica con canciones como Munición que fue gritada a todo pulmón por los seguidores de Cuchillazo en esta tierra.
En esta canción, casi de las últimas que se entonaron, un joven se subió a los parlantes del lado derecho del escenario y se atrevió a lo que todo fan conciertero quiere hacer en su vida: lanzarse sobre la multitud y ser cargado en brazos por sus hermanos de pogo. Se llama Jordy Hualpa, tiene 27 años y también es músico.
En entrevista con esta redacción Capi Baigorria ya había delimitado lo político y lo íntimo de los temas de Cuchillazo:
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Durante los descansos Capi, Rafael y Hugo trataban de recuperar el aliento por los golpes de altura que sofocaban su respiración. Tres o cuatro bocanadas de aire frío mistiano, y volvían a la carga para disparar su arsenal de riffs y letras sobre las mentes y cuerpos disueltos. No eran personas, ya se habían convertido en una gran masa de púas, melenas, botas y crestas: Eran una sola bestia.
Cuando las olas de personas ya estaban casi agotadas, con la garganta desgastada, empapados en sudor y alcohol, llenos de polvo y con las piernas magulladas de moretones: acabó el concierto con Niño bomba.
Antes de eso Eduardo Ugarte y Jorge Infantas, productores del evento, detuvieron los rasguños a las cuerdas y tomaron el micrófono para anunciar que Capi estaba de cumpleaños.
Después del concierto un muchacho que tenía el aspecto de Boom Boom Kid abrazó a Rafael Otero, el bajista, y le juró que, si seguía vivo era por Cuchillazo.
Capi, Rafael y Hugo no dejaron de lado la horizontalidad y compartieron firmas, fotos, y cervezas con sus fans, que llegaban con máscaras de calaveras, esqueletos, y enredosas cabelleras.
Entre los nombres que los productores extienden sus agradecimientos está Claudio Rivera de Mandrake Creativos, los hermanos Paola y Gabriel Infantas, Paúl Lizárraga (Pachul) de El Wecco Comunidad, Omar (Reptil) del Carpio de Foraja Producciones y más rostros comprometidos con la música en Arequipa, que no le tienen miedo a la corrupción enemiga del arte y la cultura en la ciudad.
“Fue un reto muy grande hacerlo entre dos personas [Eduardo Ugarte y Jorge Infantas], pero el evento se dio… Nuestro evento ha sido un éxito. La banda tenía que tocar en Arequipa contra viento y marea. Con todo esto nosotros estamos motivados y orgullosos del trabajo que hemos hecho”, comentó Jorge Infantas, productor de larga carrera, músico y artista visual. Él es uno de los realizadores de Cuchillazo al pie del Volcán.
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