En el Óvalo Quiñones, cerca del mediodía, una mujer policía muy – muy – joven trata de ordenar el caótico tráfico. La falta de experiencia se hace evidente, pues tras varios minutos, la situación ha empeorado. Ella hace un gesto de hartazgo, guarda su silbato y se va. Se va. Unos 50 metros más allá, está otro joven policía mirando fijamente su celular. El desorden y los bocinazos bullen a su alrededor, pero él permanece entretenido con lo que quiera que sea que encontró en su teléfono móvil. ¿Qué se puede esperar de estos jóvenes policías de tránsito? Con el ejemplo que tienen en sus altos mando, muy poco.
La ineficiencia de aquellos efectivos policiales resulta irrisoria, cuando la comparamos con la pasividad que viene teniendo la institución a la que pertenecen frente al sicariato desatado en nuestra ciudad. Siete balaceras en solo cinco semanas, tres de estas con víctimas mortales, han ocurrido ante la pasividad de la Policía Nacional del Perú. Es más, ante el pedido de una declaratoria de emergencia por parte de algunos alcaldes, el jefe policial de la región, Gral. Colin Sim Galván, sostiene que no es necesario. El enfrentamiento entre bandas extranjeras ha cobrado magnitudes nunca vistas en la ciudad y la población espera acciones por parte de la Policía, pero esta no responde a la medida de la gravedad de la situación. Desafortunadamente, en los últimos días, la acción rápida más destacada de la Policía ha sido en contra de una caricatura que los ridiculiza.
Siete de cada diez personas desconfían de la Policía, según una encuesta de IEP de abril del 2023. Dos confían un poco, y solo una persona cree mucho en la PNP. Si bien el descrédito se ha expandido por casi todas las instituciones del Estado; en el caso de la Policía, su falta de capacidad para cumplir con el deber nos deja a merced de delincuentes, cada vez más avezados y sanguinarios. Como diría Chespirito: y ahora, ¿quién podrá defendernos?
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