Casablanca esta noche… (y todas las noches)

"Cuando pensamos en el concepto de “milagro” bien haríamos en pensar en Casablanca porque en ningún otro momento los astros se conjuntaron tan magníficamente para hacer de una producción del montón el mito humano por excelencia"

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La mañana del lunes 03 de agosto de 1942 fue una mañana como cualquier otra: el ajetreo en los estudios Warner era el habitual. Se estaban filmando seis películas en ese momento y una de ellas, casi la de menor inversión, había por fin terminado su rodaje: Casablanca. Todo el equipo estaba aliviado, Al Alleborn, el gerente de producción redactó su informe e indicó que el Blue Parrot y el mercado negro estaban finalmente desmontados y a las dos últimas estrellas, Ingrid Bergman y Paul Henreid se les había cancelado todo lo que se les debía. De hecho, si algún curioso se hubiese asomado a los estudios aquel lunes hubiese visto todavía a Ingrid y a Paul haciéndose unas últimas tomas publicitarias.

Durante los cuatro meses que la Bergman pasó rodando Casablanca, tenía en mente una sola cosa: ¿le darían finalmente el papel de María en “Por quién doblan las campanas”? Esa misma mañana le dijeron que sí y ella lanzó un grito de conquista que alarmó al sensible Henreid. Bogart ya hacía horas que había abandonado el set para filmar “Across The Pacific”, una experiencia, según dijo después, “muchísimo más divertida que el rodaje de Casablanca”. Al día siguiente, martes 04 de agosto, empezaría el rodaje de la película en la que la Warner sí tenía fundadas sus esperanzas para convertirse en éxito y tentar las estatuillas de la academia: “Edge of Darkness”. Este filme bélico (con la misma temática antinazi de Casablanca) contaba con la participación de la verdadera estrella de los estudios Warner: Errol Flynn.

Hoy, pocos recuerdan “Edge of Darkness” y nadie tiene siquiera que recordar Casablanca porque Casablanca está en nuestra memoria como si hubiésemos nacido con ella en la retina y en el alma. Cuando pensamos en el concepto de “milagro” bien haríamos en pensar en Casablanca porque en ningún otro momento los astros se conjuntaron tan magníficamente para hacer de una producción del montón el mito humano por excelencia. Ningún cínico individualista (que descubre después su alma heroica y se desprende de ella como de un lastre) pintó tan fehacientemente el alma de Norteamérica.

La sola idea de juntar a una docena de actores extranjeros para denotar el cosmopolitismo de Casablanca (o del Rick´s Café) parece una pésima idea que ningún guionista se hubiese tomado la molestia de tomar en cuenta. En realidad, todas las ideas de Curtiz y compañía parecen malísimas: el sensiblero momento de La Marsellesa, las lágrimas de Madeleine Lebeau, el letrero sin gracia del Café de Rick, la imposible niebla de la escena final, el ridículo gesto de Claude Rains al echar al trasto una botella de Vichy… Dios, pero qué ideas tan malas. Es de suponer que mientras se iba rodando el filme, todo el equipo se resignaría a esas ideas ya que, como dijimos antes, Casablanca era casi una apuesta B. Baste recordar que cuando el papel de Ilse se lo ofrecieron a Michele Morgan y ella pidió 55 mil dólares, a los ejecutivos les pareció ridículo que una actriz extranjera cobre esa suma por una película como Casablanca. La Bergman aceptó 25 mil, lo cual era “justo”. Y mirando en retrospectiva, ¿lo que Casablanca hizo con la carrera de Ingrid, lo hubiese hecho con la carrera de Morgan? Michele Morgan desapareció para Hollywood y para el cine unas pocas películas después, a Ingrid no creo que la vayamos a olvidar pronto.

Todo en Casablanca es milagroso. “As time goes by” no se descartó de la grabación por un afortunado accidente (esa primera nota del piano en sol a la que sigue una fantasía hasta el fraseo conmovedor de “A Kiss is just a Kiss” es el cine mismo vivo y presente). Bergman, que era una actriz seria y muy profesional, sufrió mucho durante los cuatro meses de rodaje en que ignoraba el final de la película. Esa anécdota, según la cual todas las mañanas los gemelos Epstein llegaban al plató con material escrito la noche anterior, que fue contada luego con mucha gracia por todo el equipo (y que -nuevamente- revela el sentido taumatúrgico del filme), no le hizo ninguna gracia a Bergman.

Aquel verano del 42 fue especialmente tórrido. A diferencia de MGM o de Paramount, ubicados al otro lado de las montañas, Warner, en pleno centro de San Fernando Valley, sin litoral, era un horno. Todos estaban en ascuas, cada mañana, propensos al fracaso, sudorosos y desesperados, todos querían que se termine el suplicio ya. Por eso, esa mañana, aquel lunes de agosto, con once días de retraso, cuando se filmó la última escena, todos salieron disparados como en una estampida. Una película más para los registros de Warner, pero, para nosotros, acababa de nacer el mito.

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