En una noche apacible de primavera desenfundas un álbum de The Cure y lo colocas suavemente en la bandeja. Los mágicos y atronadores arpegios de “The Kiss” empiezan a poblar tu espacio y tu mente. Te arrellanas en el sillón y acaso enciendes el último Winston rojo que te queda. Piensas, recuerdas, haces memoria de aquel 1987, cuando la energía corría por tus venas como un spiritus fortitudo que te quemaba y embriagaba. ¿Qué se hizo de esa sed? ¿A dónde fue la determinación adolescente de vivir dentro de una canción? ¿Cómo es posible que hayamos envejecido de esta manera tan vil? ¿Cómo es posible que no hayamos muerto de amor? No lo sé. Sólo sé que 37 años después, la belleza de “Kiss me, Kiss me, Kiss me” nos sigue interpelando.
Las dieciocho pistas del álbum se grabaron en el Château Miraval, en la bucólica campiña de Correns, en Provenza. Cada mañana, la banda desayunaba croissants y café au lait (el mayor regalo de Francia al mundo, según Lol Tolhurst) para luego, empezar las sesiones de grabación en un ambiente distendido, con algunos fans presentes en la sala. Luego del almuerzo, la esposa de Jean Costa, el ingeniero del estudio de Draguignan, donde se grabaron algunos demos iniciales, servía el pastis que daba pie a un alegre sentimiento de camaradería. Mientras algunos jugaban al futbolín, otros se perdían en la inmensa campiña, bajo el melancólico sol del Mediterráneo. Después de la extenuante gira de “The Head on the Door” (150 conciertos en dos años), la banda había decidido tomarse unas vacaciones. El viaje a ese lugar apartado y paradisiaco tenía esa intención. Pero ya que tenían cerca dos excelentes estudios de grabación y las maquetas que habían grabado ocho meses atrás en casa de Boris Williams, ¿por qué no aprovechar la situación?
El hecho de poder grabar en Provenza, en un ambiente de lujoso ocio, indica en qué punto de su fama se encontraba la banda. Ya estaba un poco lejos la rabia punk de dos muchachos creciendo solitarios en Crawley y soñando con lo que ahora estaban tocando con las manos. Lol y Robert, ya crecidos, habían asumido su proyecto como una amistosa y democrática amalgama de ideas. Los tiempos eran propicios: se vencía el contrato con Fiction y verdaderos monstruos de la industria ya empezaban a enamorar a la banda con exorbitantes sumas. Robert establecería en Miraval un sistema de composición inédito: cada mañana, Simon, Porl, Lol, Boris y Roger llegarían con las ideas que habrían grabado previamente en cintas de casete, se escucharía ese material y se decidiría entre todos qué incluir y qué descartar (Robert dibujaba una carita feliz o una carita triste en su cuaderno donde apuntaba las partituras).
Ese sistema inclusivo explica por qué “Kiss me, Kiss me, Kiss me” no sólo es un disco doble de dieciocho pistas (la edición Deluxe en CD de 2006 trae un tercer disco con demos, bootlegs y otras rarezas) sino un amplio concentrado de ideas muy diversas. Todo este variopinto repertorio nos hace sentir que el álbum no tiene cohesión y que -a diferencia de “Pornography” o de ”The Head on the Door”, no se erige como una palmaria declaración de intenciones. Quizá es así. Pero también hay que pensar que para ese momento The Cure era ya una banda de tamaño estratosférico. Tenían que plasmar un universo. Tenían que decirlo todo en todas las claves rítmicas conocidas. El momento lo requería y el brillo azul de Provenza lo exigía. Escuchando las distorsiones de guitarras en “The Kiss” o en “Torture”, las brillantes secciones de cuerdas en “Just Like Heaven” o en “A Thousand Hours”, los límpidos acordes de “If Only Tonight We Could Sleep” y todas las texturas de los sintetizadores… pues simplemente decimos: esto funciona. El álbum nos puede parecer un poco largo, pero tiene los hits, las pausas, los momentos de alegre relajación que impide que uno se aburra.
La única nota triste de todo el proceso de grabación la dio Lol Tolhurst, pues su alcoholismo se había intensificado tanto para entonces que apenas recuerda algo de lo que vivió en Provenza. Pero para Robert y los demás muchachos fueron áureos días de creatividad esplendente, como cuando, casi diez años antes, dos adolescentes soñaron con tocar en el Royal Albert Hall y un día vieron que era posible. Esa belleza, ese sueño, esa melancolía de anhelos que se entrevén en el horizonte, que se aproximan y que desaparecen, eso está presente en el álbum. Y por eso, al colocarlo en la bandeja, te interroga: ¿y tú, qué hiciste con todos esos sueños? Mais où sont les neiges d’antan?
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