El arco iris de gravedad, una proeza imbatible

"La persecución y huida incesantes de Tyrone Slothrop (anagrama de «entropy or sloth», «entropía o desidia») componen el hilo narrativo más claro entre la compleja urdimbre de El arco iris…  "

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Yo me pregunto, ¿para qué sirven las guerras?

Tengo un cohete en el pantalón…

A. C.

Ocurre que allí donde Tyrone Slothrop (el protagonista de esta meganovela) ha tenido sexo con alguna vivaz jovencita, unos días después, indefectiblemente, cae allí mismo, o muy cerca, una de esas destructoras bombas-cohete V2, aniquilándolo todo. Como si una fuerza oscura, más bien muda (estas bombas-cohete superan la velocidad del sonido: si oyes el estallido es que, gracias a dios, por esta vez, sigues vivo), se encargara de aniquilar cualquier resto de su pasado amoroso-sexual.

En una de las paredes de su cubículo Slothrop luce un colorido plano de la ciudad de Londres, adornado con estrellas de diferentes colores —verdes, plateadas, doradas— etiquetadas con los fugaces nombres de sus conquistas. Este plano de los encuentros sexuales de Slothrop coincide, punto por punto, con otro plano, este más bien siniestro, de los impactos de muerte sobre Londres, marcados no con coloridas estrellas sino con burocráticos circulitos rojos.

Para decirlo en sencillo: allí donde Slothrop ha follado, ha caído luego una de esas jodidas bombas. Servicios de inteligencia de varios bandos han descubierto esta extraña coincidencia. Slothrop es entonces perseguido incesantemente: si llegan a capturarlo, interrogarlo, torturarlo, someterlo a improvisados, rebuscados experimentos de todo tipo, tal vez descubran qué impensada afinidad existe entre sus súbitas erecciones y el blanco de las bombas. Uno de esos proverbios para paranoicos que salpican El arco iris… dice: «Si tú te escondes, ellos te buscan».

No es que Slothrop odie a aquellas mujeres con las que ha tenido alguna relación, no siempre carnal, y que algún deseo inconsciente de destruirlas, de desaparecerlas de la faz de la tierra, teledirija telepáticamente (en sintonía con el encargado enemigo de disparar las bombas) o por psicoquinesis (uno de los investigadores conjetura: «el don de Slothrop es la psicoquinesia. Slothrop consigue, con la fuerza de su mente, que los cohetes caigan donde lo hacen. No es que los haga bailotear físicamente por el cielo, pero es probable que juegue con las señales eléctricas del interior del sistema de controles del cohete»), la dirección de esas bombas-cohete hacia estas mujeres, no, aunque conjeturas así cruzan por las mentes afiebradas de algunos de los personajes (que en total suman más de doscientos).

Slothrop no odia a las mujeres con las que se ha acostado. Le pasó algo cuando era un chiquito, un bebé. Lo que explica perfectamente esa extraña sensibilidad suya en el pene a los objetos mortíferos que caen desde lo alto. Sí, en el pene, en el cohete, en el pantalón, gemelo del otro que viaja más rápido que el sonido. Sexo y muerte son los polos entre los que se mueve la novela.

El arco iris de gravedad es extremadamente compleja, y tiene fama de ser imposible de seguir. Esta fue una de las razones por las que se le negó, en 1974, el Pulitzer. Se la acusó de obscena y sobreescrita. Ganó el National Book Award, pero Pynchon mandó un payaso en su representación y en medio de la ceremonia cruzó el escenario un loco calato. Aquí una breve lista de los adjetivos que suelen acompañarla: postmoderna, extraordinaria, enciclopédica, fantástica, espeluznante, humorística, dramática, perversa, alucinada, imposible, auténtica proeza, provocadora, hermosa, sucia, surrealista.

Es, además, una novela postapocalíptica, escrita sobre los escombros de una ciudad devastada por un feroz bombardeo. Y a partir de una tradición literaria que, aparentemente, ya había dado todo de sí (el narrador es un auténtico prodigio con infinidad de matices: humor, ironía, ternura, sarcasmo, a veces impasible, a veces lírico). La novela empieza así: «Un grito atraviesa el espacio. Ya ocurrió otras veces, pero ahora no hay nada con que compararlo». Postapocalíptica por partida doble. La novela después de la destrucción total (Londres destruido), y la novela después de su agotamiento como género. Publicada en los años setenta, cuando el «agotamiento de la novela como género» (Barth) era una de las preocupaciones centrales de los escritores posmodernos norteamericanos.

La persecución y huida incesantes de Tyrone Slothrop (anagrama de «entropy or sloth», «entropía o desidia») componen el hilo narrativo más claro entre la compleja urdimbre de El arco iris…  Novela que, al contrario de las pinturas puntillistas, que al ser contempladas de cerca carecen de sentido y que, para distinguir alguna forma reconocible, hay que alejarse un poco, la novela de Pynchon tiene sentido solo vista de cerca. Si nos concentramos en cada pasaje, en cada fragmento. Pero si tomamos distancia con la intención de apreciar y entender el panorama completo, el diseño entero se desdibuja. Todo se torna caótico.

Thomas Pynchon tal vez sea el escritor vivo más importante (no resisto la tentación de decir: más de p*** madre). Y El arco iris de gravedad es una novela extremadamente difícil. Si te vence a la primera o a la segunda, insiste todas las veces que haga falta. No desesperes si, a medida que pasas páginas y páginas, te sientes un poco perdido. De eso se trata. El acto de leer como entropía: desperdicio de energía, ruido en la comunicación, tendencia al caos.

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