Ferenc Karinthy: Metrópolis, disección del caos

"Traducida al inglés como Metropole y al castellano como Metrópolis (otras traducciones conservan el título original; la francesa añade unas tildes"

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…por más lingüista que es (él, que se defiende en dos docenas de lenguas), ha de explicarse mediante gestos, valiéndose de las manos y de sus diez dedos, al modo de los sordomudos.

El título original de esta novela (calificada por muchos como kafkiana), publicada en húngaro en 1970, es Epepe. Traducida al inglés como Metropole y al castellano como Metrópolis (otras traducciones conservan el título original; la francesa le añade unas tildes: Épépé, haciendo aún más extraño el término). ¿Y qué significa «Epepe»? ¿Es una palabra húngara? No. ¿Significa algo en alguna otra lengua, cercana o remota?

Al parecer, no. «Epepe» suena como la primera palabra que escucha o cree escuchar Budai, el protagonista, al comunicarse telefónicamente, desde su cuarto de hotel, con un número marcado al azar en un intento desesperado por conseguir información: quiere saber algo tan sencillo como ¿dónde estoy?: «le contestan de idéntica e incomprensible manera, con la misma entonación inarticulada y resquebrajada: ebebé o pepepé, etieté o algo parecido». «Epepé» es también, o puede ser, el nombre de la rubia ascensorista de la que Budai se queda prendado. Aunque no está seguro si escuchó «Bebé», «Teteté» o «Etyetyé».

La cosa se complica. Budai es un reconocido lingüista, filólogo y políglota, alguien con los suficientes conocimientos especializados como para abrirse camino entre la peor de las babeles imaginadas. Su oído, acostumbrado a inflexiones y acentos de todo tipo, «a las consonancias más variopintas y a distinguir los matices», no logra descifrar qué idioma es este ni le encuentra parecido con ningún otro. Budai se hace de unas hojas impresas con la ilusión de que, a partir de la escritura, podrá descifrar el galimatías que le llega a los oídos. Imposible. Apunta cientos de símbolos distintos y no paran de surgir nuevos.

¿Qué pasó? ¿Cómo es que se originó todo este lío? Budai debía llegar a Helsinki (Finlandia), a un Congreso de Lingüística, pero tal como arranca la novela: «Volviendo a pensar en ello, lo que debió de suceder es que Budai se equivocó de salida, se subió probablemente a un avión con otro destino».

La ciudad a la que Budai llega por error es la dantesca pesadilla de una metrópolis abrumadora. Publicada en la Hungría comunista de la década del setenta, la pesadilla de urbe que Karinthy describe es como hoy Nueva Delhi (treinta millones de habitantes en 43 km2), con una densidad poblacional semejante a la que debe existir en el mismísimo infierno, y con una congestión vehicular que supera la peor hora punta. Pero en cualquiera de estos lugares, superpoblado, hipercongestionado, por poco que camines encontrarás a alguien que hable tu idioma. No así en la ciudad en la que ha caído Budai (en palabras del narrador: «una ecuación en la que todos los términos son incógnitas»). Todo es tan extraño —construida con concreto o piedras, crece y se expande con la aceleración y el vértigo de una megalópolis digital— que hasta los alimentos tienen un sabor levemente azucarado.

En esta pesadilla atestada de personas y de edificios en incesante construcción se hace colas para todo: para la recepción en el hotel, para los múltiples ascensores (aunque Budai, prendado de la rubia, elige siempre el mismo), para comprar en la tienda, para abordar el metro, para las cabinas telefónicas, etcétera, etcétera. Y no es poco frecuente, entre la multitud, sentirse impelido a tener que abrirse paso a golpes de codazos, empujones y patadas. Metrópolis combina la angustia de la incomunicación con la más absurda comedia física.

El caos —«la concatenación de azares desafortunados»— es narrado en oraciones y párrafos bien estructurados. En su descripción abundan corrientes y remolinos, turbulencias, direcciones en uno y otro sentido que se entrecruzan, que chocan. Barahúndas, mareas humanas, masas de gente, multitudes aborregadas, hormigueros, enjambres. Se recurre con frecuencia a listados de cosas variopintas.

De estilo sencillo, directo y minucioso, Metrópolis no supone ningún desafío a las convenciones narrativas. Pero su expresión vívida, la disección del más absoluto hacinamiento y del caos más alborotado, la sensación creciente de incertidumbre… se ha logrado con rotundidad. La narración propiamente dicha carece de entropía. Es decir: no hay desperdicio de energía (nada que frustre al lector y lo obligue a releer). Ni ruido en la comunicación (narrada en tercera persona, con un único punto de vista). Ni tendencia al caos (descripciones objetivas, sin asomo de flujos de conciencia o digresiones que se desvíen de la trama). Pero lo que la narración narra o cuenta es todo entropía.

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