Llegado el final del XIII Concurso Literario, en diciembre pasado, resultó ganador de la Categoría Crónica, Diego Álvarez Inca, quien envió varios trabajos que también obtuvieron menciones honrosas. Pero el Jurado Calificador, compuesto por el escritor José Carlos Agüero, y los periodistas Paulette Desormeaux y Jorge Malpartida, determinaron como ganadora a la obra “Muchas veces Edward”.
Sobre el autor de la crónica ganadora del Concurso Literario
Diego Edward Álvarez Inca (Ayacucho, 1998) nacido en la histórica ciudad que ha sido escenario de importantes acontecimientos históricos del país, estudió Sociología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y es escritor por vocación, desde joven.
Se describe a sí mismo como “especialista en trazar trayectos a farmacias, comprar medicamentos y aparecer con ellos en el hospital antes que su familiar deje de respirar. Suda mucho con esas tareas, sí, pero no por cansancio. El miedo hace que su espalda esté mojada. Ese mismo miedo, imagina, que sienten los arqueros cuando están parados delante del balón, sin saber si atajarán o no el penal más importante de sus carreras”.
La obra ganadora será publicada junto a otras premiadas del Concurso Literario “El Búho” que llega así a su XIV edición en 2025.
La obra: Muchas veces Edward
Era enero de 2022 cuando Edward escuchó que debía entrar a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Todavía hoy se siente el miedo en los mensajes que le escribió a su esposa aquella tarde. «Me quieren llevar a la UCI. Ven rápido. Yo no quiero».
Todo inició unas semanas antes en Huancapi, una pequeña ciudad a tres horas de Huamanga, mientras comía menestras con trucha frita. Después de un par de bocados empezó a sentir náuseas. Quizá utilizaron aceite quemado en la preparación, pensó, pero a los días una prueba clínica confirmó que era uno de los síntomas del nuevo coronavirus. Pasó unos días más para que sus heces oscuras, casi negras, lo convencieran de volver al hospital. Esta vez los médicos dijeron que la coloración de su caca era señal de una hemorragia interna y debía ser internado.
En el tiempo transcurrido desde iniciada la pandemia en Perú, casi tres años, Edward se había esmerado en escapar de las manos del virus. Casi no salía a la calle y cuando lo hacía tenía puesta una mascarilla quirúrgica. Incluso aprendió una nueva forma de emborracharse, como para ponerle un poco de color a la rutina pandémica. Edward desde su azotea y el vecino desde la suya, cada uno con su vaso, acompañaban sus sorbos de cerveza con canciones chichas y huaynos.
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La mente de Edward, en todo el tiempo que pasó sedado en UCI, no dejó de producir historias tan reales para él, tan ficticias para los demás.
Sueño: Edward ve morir a su hijo mayor de un balazo en la cabeza. El muchacho está en un taxi y se resiste al robo del dinero que acaba de sacar del banco producto de un préstamo. Después de un tiempo, mientras está internado en una clínica, Edward recibe la visita de su hijo menor quien le informa que su hermano no está muerto, que la bala nunca impactó en sus sesos, que se quedó dormido segundos antes del disparo e inclinó la cabeza, que eso lo salvó.
Sueño: Edward, en medio de su fiesta de cumpleaños, muestra un video donde su esposa aparece con otro hombre. Edward se raya, hace un escándalo y pierde el conocimiento.
Sueño: Edward casi es enterrado vivo. Los médicos de una clínica lo declaran muerto después de caer en un barranco. Lo ponen en un ataúd. Y cuando el cortejo fúnebre está camino al cementerio reacciona. Patalea, se mueve bruscamente, grita. Su cuñada pide que la banda deje de tocar. Abren el cajón.
Sueño: Los médicos no pueden matar a Edward. Una sobrina, quien trabajaba en la misma clínica donde está internado, pide al médico que lo mate. El doctor asegura que de este día no pasa. Edward no muere. La sobrina llama a una enfermera y le pregunta cuánto cobra por ahorcarlo con una cinta. Ciento treinta soles, responde. Edward no muere.
Sueño: Edward, mientras está internado, puede comunicarse con una niña por una especia de televisor. Ella le avisa que no va a morir, que este médico no lo matará, que este otro quizá sí. Le cuenta todo lo que está por suceder, Y los médicos, unos chinos que antes le habían cortado los huevos y se lo comieron con pan, acaban de darse cuenta de esas conversaciones con la niña que está quién sabe dónde y bloquean la comunicación.
Sueño: Edward escucha a los médicos coordinar su asesinato. El doctor que en un inicio cuidaba su salud, ahora, a insistencia de sus colegas, permite que lo maten con dosis elevadas de medicamentos.
Sueño: Edward está muerto y sus alumnos de colegio reclaman su cuerpo. Esperan toda la mañana y tarde. En realidad, Edward no está muerto aún. Los alumnos ya tienen la ropa que vestirá en su cajón. Terno marroncito con la insignia del colegio en el pecho. En realidad, Edward no está muerto aún. Los alumnos ya están molestos, reclamaban el cuerpo.
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Una noche, Edward pidió al médico que lo mate. Era su único deseo después de seis semanas inconsciente en la UCI, acababa de despertar. El doctor, antes de pasar revista a otro paciente, solo reprodujo una risita burlona.
Minutos después un celular, sostenido por un enfermero, lo enfocó. La esposa de Edward y sus dos hijos estaban al otro lado de la línea. Quizá el enfermero pensó que al cortar la videollamada el paciente dejaría de decir idioteces.
El enlace telefónico duró apenas un par de minutos. Y la cara encostrada de Edward no dibujó ni una pizca de felicidad. Puso los ojos sobre el enfermero y lo acusó de contratar a la mujer que se hizo pasar por su esposa. Claro, ¿cómo la madre de sus hijos podría conversar con él si es que la vio morir de un paro cardiaco tras recibir una inyección en el cuello mientras estaba de visita en el hospital? ¿Cómo la madre de sus hijos podría conversar con él si es que la pusieron en un ataúd y la enterraron al compás de marchas fúnebres?
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Edward aún se encuentra en la UCI. Tiene electrodos en el pecho, un catéter atraviesa su piel a la altura de su corazón, el oxímetro en el índice de la mano y sobre su cabeza un monitor con números y curvas no deja de sonar. Ya no tiene el tubo que entraba por su boca y terminaba en su tráquea. Ahora solo una máscara transparente le provee la cantidad de oxígeno que necesita para continuar viviendo.
Las visitas a pacientes en estado crítico o, lo que es lo mismo, a quienes tienen un pie en el cementerio están prohibidas, pero los ruegos de Edward hicieron que su hijo este en esta habitación. El muchacho puede ver la herida en la ceja izquierda de su padre, la herida en el mentón de su padre, la herida en la panza de su padre. Todas esas marcas producto del tiempo que estuvo boca abajo antes de despertar. Y es que poner en esa posición al paciente reduce el estrés en los pulmones y mejora la oxigenación.
Edward cruza palabras con su hijo que está cubierto con el clásico overol turquesa y mascarilla y se irá después de diez minutos.
– ¿Estás ayudando a tu hermano con sus tareas? – dice Edward con una voz que parece romperse.
– Papi, ¿qué mes crees que estamos?
– ¿Abril?
– Recién estamos en febrero, papi, aún no hay clases. Hablé con mi abuelita hace unos días y me dijo que te visitará apenas estés en la casa.
En la mente de Edward su madre ya está muerta. Estuvo con él tres días, al costado de la cama, sentada en una sillita. «No te preocupes hijo, todo irá bien». Tenía la chompa blanca, sombrero de paja, bien limpiecita. Edward intentó tocar a su madre. No pudo. El cuerpo de la anciana no era más que una sombra.
Casi son las siete de la noche y el personal de salud empieza a caminar con apuro. Están por irse a casa después de doce horas alimentando cuerpos sedados, pinchando cuerpos sedados, bañando cuerpo sedados, retirando pañales con deposiciones de cuerpos sedados. Y antes de que un nuevo grupo de médicos, licenciados y técnicos ingrese a la UCI para quedarse hasta que el reloj marque las siete de la mañana Edward pide a su hijo que se retire. «Otro día no te dejarán pasar si te quedas más tiempo». Y, aunque lo quieran, no pueden despedirse con un beso, un abrazo, como siempre. El hijo cruza el pasadizo estrecho que conduce a la salida y cae en cuenta que el pizarrón con la lista de pacientes internados en el pabellón no cambia hace mucho. UCI. Cama 05. Edward Álvarez Escobar.
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Edward no sabe cuándo es de noche. Las luces eléctricas mantienen siempre iluminada la habitación. Quiere ver el cielo oscuro, pero no puede. Poner sus ojos en la estrecha ventana ubicada a sus espaldas es imposible. Tan imposible como quitarse la sábana blanca y descubrir su cuerpo desnudo, solo con el pañal que aún no ensucia. Y es que los medicamentos que le suministraron para soportar la intubación por tanto tiempo le quitaron la movilidad del cuerpo. Sus músculos no responden, no tienen fuerza. Por eso, cuando pase a la Unidad de Cuidados Intermedios (UCIN), el día de su cumpleaños número 48, pedirá que lo ubiquen al costado de una ventana. Ahora, entre estas paredes blancas, debe conformarse estando junto al paciente 04 que continúa con la sonda incrustada en su boca y no despierta.
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