Atrapados por el Chili: historias de supervivencia

Al ciudadano promedio le gusta el vértigo del peligro. Solo así se explica la masiva presencia de curiosos al borde de los puentes, como dubitativos suicidas, contemplando el caudal del río Chili creciendo hasta en 10 veces su normalidad.

Como una bestia marrón, el río Chili bramaba a su paso, provocando inundaciones en chacras próximas a sus costados y poniendo en peligro la vida del ciudadano Carlos Chávez, de 35 años, que vive a las márgenes del río mayor de la ciudad. Su breve domicilio quedó a merced de la naturaleza, que no tuvo el menor reparo en llevársela de encuentro. Chávez, en su comprensible intento por salvar la vida, no tuvo mejor idea que amarrarse a un árbol, como hiciera hace miles de años el bravo Ulises, que se ató al mástil de su barco para no caer en la tentación de los cantos de sirenas mientras trataba de regresar a Ítaca al regazo de Penélope.

Pero a Chávez las sirenas que lo visitaron luego de 48 horas de angustia ribereña fueron las que sonaban desde los vehículos de la Unidad de Rescate de la Policía Nacional. Y es que, en conocimiento de su tragedia, se armó todo un operativo con el único fin de salvarle la vida a quien llevaba dos días pensando en si es realmente una buena idea eso de estar amarrado cuando vienen a tu encuentro 123 millones de metros cúbicos de agua.

Convencido de la urgencia, el suboficial Fernando Hilaquita Peralta se descolgó hasta el centro del río gracias a un sistema de cuerdas instalado desde el puente Bolognesi. Como Spiderman, bajó hasta donde el pobre Chávez luchaba por su existencia. Al llegar, le colocó un arnés que estaba unido a ese tramado de sogas que habían armado para la ocasión. Con cautela por la proximidad del caudaloso Chili, Hilaquita puso a Chávez en trayectoria de salvataje, colgando sobre la avenida La Marina hasta llegar a los brazos del resto del escuadrón policial, que lo esperaba para decirle lo obvio: “Ya no vivas ahí pes’ huamán”.

Amores perros

Honor y gloria a los perros. Nadie como ellos para querer al hombre, incluso cuando éste no es más que un miserable. El perro promedio no te juzga, ni te reprocha. Se limita a quererte por ser tú. Hasta Hitler tenía uno llamado Blondi que murió en manos del propio dictador, cuando éste, antes de quitarse la vida, probó la eficacia del cianuro en su mascota querida. Una basura el tipo.

Por eso hay perros a los que se les quiere más que a algunos hombres. Lo saben bien los muchachos del Albergue de Perros Abandonados de Arequipa, que siempre andan en busca de recursos para mejorar las condiciones de vida de aquellos canes que no tuvieron la fortuna de tener un amo decente. Con la crecida del río, su labor alcanzó lo sublime. Casi flotando en un islote precario, toda una familia de perros sin dueño no tenía opción a nada.

Arriesgando la vida propia por la del cuadrúpedo anónimo, muchachos y muchachas del albergue, junto a otros valientes de Arequipa Antitaurina, llegaron hasta el lugar para tratar de sacarlos de su húmeda miseria. Armados de cariño y unas frazadas, se acercaron hacia donde habitaba la jauría, que se pudo identificar como una madre junto a sus 4 cachorros, además de un perro macho que se presume es el directo responsable de la población canina allí presente.

Naturalmente temerosos, los perros actuaron con recelo y enseñando los colmillos ante la presencia de sus salvadores. Y lo que en la casa se resuelve con un simple “quieto carajo”, en esta oportunidad tuvo que arreglarse con precisión y paciencia. Despacito, los chicos y chicas pudieron sacar a los animales de ese cautiverio natural y ponerlos en tierra firme. Así, la familia perruna (además del presunto padre) se encuentra a salvo del río que crece. El problema ahora es ver quién los quiere, ya que la buena voluntad no alcanza para darle de comer al mejor amigo del hombre. Las ayudas para estos canes salvados de las aguas como hace milenios el buen Moisés se coordinaron telefónicamente. En el cielo de los perros, Blondi lo agradeció.

Mientras esto ocurría, en Uchumayo, un caballo todavía no identificado fue arrastrado por la corriente, que pudo más que sus equinas fuerzas y lo mató. No todos los animales tienen suerte.

Publicado en Semanario El Búho, edición 459, del 27 de febrero del 2011 | Texto: Jorge Álvarez Rivera

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