Ha caído Dina Boluarte, la marioneta que la coalición mafiosa que nos gobierna se encontró para librarse de Pedro Castillo. Digo caído y no vacado, porque lo último supondría que aceptamos vivir en un Estado de derecho y lo que hemos vivido los últimos casi tres años es todo torcido. No debemos olvidar que, con su caída, da paso al séptimo presidente, en este caso José Jerí, que tiene el Perú en siete años, en una crisis que se abrió con la también caída de Pedro Pablo Kuczynski en marzo de 2018 y que todavía espera los actores que escriban su final.
La pregunta inmediata es ¿por qué sucede ahora y no sucedió antes? Creo que por una necesidad electoral. Hasta hace unos meses a la ultraderecha no le importaba que su popularidad fuera evaporándose porque veía lejos el escenario electoral y grande su capacidad de represión. Pero con los primeros aprestos electorales y el repudio de sus candidatos les ha entrado temor. Dudan de sus posibilidades para organizar un fraude. De allí, que renuevan sus tácticas y se infiltran en las movilizaciones populares, levantando temas muy repudiados, como la última ley de las AFPs que ellos mismos habían aprobado, para después de la protesta derogar rápidamente la norma y aparecer escuchando el reclamo popular.
Pero eso no era suficiente, había necesidad de algo más contundente y la oportunidad la encontraron con la agudización extrema de la violencia criminal que llevó a cambiar a Boluarte por Jerí. Una maniobra a la que nadie se podía oponer y que aparecía en la superficie, satisfacer la ira popular, aunque sea en los tiempos y con los personajes que quiere el poder.
Sin embargo, al igual que con la caída de Castillo, el esfuerzo porque todo parezca una “sucesión constitucional” no se lo ha tragado nadie, solo los áulicos de la coalición mafiosa que siguen aparentando normalidad. Tan desamparado está el poder que los propios defensores del modelo neoliberal reprueban a la nueva marioneta en funciones y piden mayor decoro.
No olvidemos que quienes hoy se llenan la boca con el respeto a las instituciones son los mismos que no dejaron de burlarse de ellas. En especial de su propia constitución que han cambiado ¬—sin poder constituyente— decenas de veces. Son aquellos que desde el Congreso que presidía Jerí modificaron las leyes, una y otra vez, para favorecer al crimen organizado, dar leyes con nombre propio y reprimir, por enésima vez, la movilización social. Asimismo, controlar de manera matonesca el Ministerio Público, copar el Tribunal Constitucional y la Junta Nacional de Justicia.
Esa mayoría congresal que ha puesto como presidente a uno de los suyos es la que aspira con esta maniobra continuar dominando la política peruana. Para ello, le es indispensable controlar el proceso electoral que ya está en curso. No quieren otra sorpresa como la que significó, en su momento, Pedro Castillo y están dispuestos a cualquier cosa para evitarlo. Nada mejor para este propósito que renovar la cara del Poder Ejecutivo tan venido a menos con Dina Boluarte. Alguien que llegó a acercarse al 0% de popularidad.
Por todo ello, esta maniobra contra la democracia no puede pasar. La transición política que se abre con la caída de Boluarte y llegada de Jerí debe estar dirigida, mínimamente, por un personaje de consenso, que no responda a la coalición mafiosa y garantice elecciones libres y justas. Sabemos que esto no se va a conseguir en arreglos tras bambalinas en los pasillos de las manoseadas instituciones de este régimen autoritario. Será únicamente como producto de la movilización popular. Hoy, como hace casi tres años, la movilización de la ciudadanía se convierte en la gran institución de la democracia. Es a ella a la que debemos apostar.
Los tiempos, sin embargo, son cortos, tanto para la resolución electoral como para la resolución política de la crisis. Por eso, las fuerzas opositoras deben hilar muy fino para presentar un bloque que esta vez sí sea un desafío real al poder establecido. Y poner una mayoría nacional detrás de la esperanza en una renovación tanto política como moral del Perú.
Esto significa que de la magnitud de la movilización ciudadana depende no solo la realización de elecciones limpias. También poner al país en otra orientación que nos dé mayores posibilidades de que una situación similar, de gobierno mafioso, no vuelva a repetirse.
Publicado en Otra Mirada.pe

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