De cada 100 siniestros viales que ocurren en el país, solo 15 tienen lugar en las carreteras, los demás suceden en avenidas y calles de la ciudad (Observatorio Nacional de Seguridad Vial). Pero, los accidentes en carreteras suelen ser más violentos y con mayor número de víctimas mortales. El kilómetro 781 de la carrera Panamericana Sur es un trágico testigo de ello. En ese tramo carretero, el pasado miércoles 12 noviembre, cayó al abismo un bus de la empresa Llamosas llevándose la vida de 37 personas. Cerca de allí, siete años atrás, fueron 50 los fallecidos en un bus siniestrado de la empresa Rey Latino.
En la tragedia de esta semana existe un ingrediente que ha indignado profundamente a la población: el vuelco del bus lo provocó una camioneta que iba conducida por un chófer en estado de ebriedad. La indignación creció cuando las noticias dieron cuenta de una aparente manipulación de la Policía en el análisis de alcoholemia para favorecer al conductor. Pero, si lo que se pretende es librarlo de la cárcel por supuestamente no haber excedido los límites de alcohol en la sangre, la pregunta es: ¿provocó, entonces, intencionalmente el choque con el bus? ¿estaba distraído? ¿iba a excesiva velocidad? Borracho o no, Henry Apaclla Ñaupari causó la muerte de 37 personas y la justicia no debería ser benevolente.
Pero, también me pregunto: si el choque se hubiera producido en el kilómetro 350 y no en el 781, quizás el saldo mortal no hubiera tenido la magnitud que tuvo. ¿Por qué las carreteras del sur peruano se trazan al borde de precipicios? La respuesta parece lógica: la geografía es desafiante. Entonces, ¿estamos condenados a arriesgar la vida cada vez que subimos a un bus interprovincial? La respuesta la tienen miles de personas que usan esas carreteras de miedo con frecuencia. O esos choferes que trabajan a diario al filo del abismo. Pero, no tendría que ser una condena, ya que el Estado debería invertir en mejorar la infraestructura vial, con mejor control y seguridad. Lamentablemente, los millones que podrían invertirse en ello, se los lleva la corrupción a manos llenas. Son 10 mil millones de soles perdidos en corrupción en los últimos 10 años.
Entonces, es cierto que un conductor ebrio que provoca la muerte de 37 personas merece el más duro de los castigos; pero, también es cierto que el Estado tiene una deuda con todas las personas que han fallecido en un accidente, por no darles vías seguras para llegar a sus destinos. De modo que, hay algo más que podemos hacer, además de pedir justicia: dejar de elegir inútiles corruptos que nos condenan a viajar siempre en peligro.

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