A pesar de que la historia de Whitney Houston, plagada de momentos tan épicos como trágicos, es ideal para escribir un jugoso guion que sintonice con el fervor de su multitud de adoradores, “I Wanna Dance with Somebody” (TriStar Pictures, 2022) es poco convincente y demasiado convencional. El guionista, Anthony McCarten, ha hecho lo mismo que hizo con “Bohemian Rhapsody”: ceñirse a la “historia oficial” y no atreverse a apartarse un palmo de ella. El resultado es un plato soso que, por más aderezo que le eches, siempre te deja con la desagradable sensación de que el problema está en los ingredientes.
La historia no sigue una secuencia cronolĂłgica lineal, sino que se desarrolla sustancialmente en flashbacks que se remontan al barrio de Houston en New Jersey, en 1983. Pero ese recurso narrativo, que podrĂa parecer un alarde de sapiencia en el montaje, carece de sentido y de finalidad porque no le otorga la mĂnima nota de emociĂłn al relato. Pareciera que guionista y director hubiesen chequeado las noticias más recurrentes acerca de Whitney Houston (los tĂłpicos de su biografĂa en Wikipedia, digamos) y jaloneando esos datos aquĂ y allá hubiesen tejido esta frĂa amalgama de perogrulladas: su entorno familiar musical (que Whitney recita literalmente a su amiga Robyn mientras caminan por un tĂpico gueto de Newark, con una tĂpica cancha de básquet de fondo), la noche en que Clive Davis la escuchĂł, su primera presentaciĂłn en la televisiĂłn, el rodaje del videoclip de “How Will I Know” (¡emociona aĂşn hoy!) y su carrera en general hasta llegar al declive que empezĂł con su relaciĂłn con Bobby Brown y su incremento en el consumo de drogas.
Hay chapuzas verdaderamente risibles, como la Ăşnica toma que utilizan para mostrar a Kevin Costner (sentado en un descanso de “The Bodyguard”, Tere y yo nos reĂmos pues parecĂa que el tipo se mantenĂa firme en esa posiciĂłn durante largos minutos) o aquella escena en que un rubio pelilargo, utilizando estratagemas de alto espionaje, le alcanza un poco de droga a la cantante… en un lapicero.
Precisamente, en esta parte del relato (que se supone debĂa ser el clĂmax, el derrumbamiento emocional y fĂsico de la cantante), la pelĂcula se anda con tiento y no nos muestra a una Whitney demacrada, desaliñada y con evidente desorden de peso (como fue) sino a una Whitney apenas llorosa. El final de la pelĂcula no tiene la fuerza emotiva de cierre que en algo hubiese menguado sus falencias. Por alguna razĂłn, al director se le ocurriĂł que cerrar con el famoso medley (¡completo!) del American Music Awards de 1994 era lo indicado. A ello le añade unas patĂ©ticas escenas de Whitney en el dĂa fatal de la bañera. Esa intenciĂłn de atenuar su consumo de drogas, su relaciĂłn lĂ©sbica con Robyn y la problematicidad de ser una cantante negra en un mundo de permanente y abierto racismo y machismo sĂ es grave. Porque es falseamiento sin más.
Dicho esto, y aunque suene contradictorio, sĂ recomiendo ver la pelĂcula. O mejor aĂşn, recomiendo escuchar la voz de Whitney. Recomiendo que alguna vez (mejor todavĂa si es que se da inesperadamente) uno se regale esa magnĂfica experiencia de escuchar a la muchachita de Newark en aquel primer álbum homĂłnimo de 1985, editado por Arista. No importa que la pelĂcula de Lemmons no haya podido pintar el cuadro completo, con sus haces de luz brillantes y sus tĂ©tricas sombras, porque quienes escuchamos a Whitney y seguimos (Âżcon sorpresa?) su desbarrancamiento, tenemos en nuestra mente “la pelĂcula” definitiva, la que no olvidaremos y en la que estamos nosotros, como figurantes, dispuestos a bailar con alguien, con ella.
La pelĂcula está disponible en HBO.
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