Boquitas pintadas o el acercamiento a un lenguaje íntimo

"En toda la novela está presente la impostura, la hipocresía de una clase media que vive de apariencias y también late en todas las páginas el recuerdo de tiempos mejores"

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A manera de novelita rosa, Manuel Puig nos ofreció su segundo trabajo, “Boquitas pintadas”, en 1969. La novela está estructurada en 16 capítulos, como 16 entregas de un folletín romántico, pero no es una novela romántica ni mucho menos. Se trata de la minuciosa y despiadada descripción de las miserias morales de un puñado de familias en un pueblito del interior argentino: Coronel Vallejos (pueblo ficticio basado en el pueblo real donde nació Puig: General Villegas).

La prosa de Puig está profundamente marcada por el lenguaje cinematográfico. Al leer sus descripciones, sus monólogos interiores, sus diálogos, uno puede imaginarse una cámara moviéndose con despacioso deleite por decorados realistas de evocadora ornamentación. En “Boquitas pintadas” la voz del narrador se desplaza para dar paso al informe policial, a la misiva familiar, al diario íntimo, al artículo periodístico… Es decir, Puig, haciendo un hábil pase de manos, deja que la historia la cuente una voz neutra y fríamente objetiva. Se trata de un interesante recurso narrativo, pero también es la constancia de un talento literario que puede moverse en múltiples registros. De cualquier modo, la voz de Puig (la ternura de su corazón) se advierte, sin ambages, en esas desesperanzadas cartas que Nené escribe a Juan Carlos y a la señora Leonor.

En ellas, Nené quiere aparentar primero una holgada y feliz vida doméstica, pero conforme avanzan los días y no obtiene respuesta, su angustia le hace confesar el tedio y la grisura en la que vive sumida. En toda la novela está presente la impostura, la hipocresía de una clase media que vive de apariencias y también late en todas las páginas el recuerdo de tiempos mejores, el menoscabo que los años dejan en el cuerpo, en la salud y en la alegría.

Algún tiempo después, afincado en Nueva York, Puig habría de confesar que tuvo que huir de General Villegas. Su infancia y primera juventud en una sórdida provincia donde imperaba la impostura y la pacatería hicieron que alzara vuelo teniendo siempre, como brújula, su infinito amor por el cine y el glamour. Esa búsqueda constante de la belleza (en contraste con los taciturnos colores de la pampa) hicieron que se buscara también un lenguaje. Uno que hablara desde la intimidad y desde la verdad. En “Boquitas pintadas” se puede advertir dicha búsqueda.

Una novela de lectura rápida y sencilla y que vale la pena leer junto con “La traición de Rita Hayworth” y “El beso de la mujer araña”.

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