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Ricardo Valderrama: morir es proseguir

«Me lo contó en quechua Ricardo Valderrama, en el taller del pintor cusqueño Manuel Gibaja, donde lo conocí, cuando yo era estudiante-cachimbo»

Por Odi Gonzales | 6 septiembre, 2020
Ricardo Valderrama y Odi Gonzales

Dicen que cuando el poeta, profesor y hacendado Andrés Alencastre o Kilku Warak’a se hartaba de los charlatanes y expertos que bullían en los foros académicos, congresos de Americanistas, o en el café Ayllu de Cusco, extraía su navaja suiza, insertada en sus botas de equitación y, con venia debida a una eminencia, murmuraba aquél verso quechua fraguado en su garganta: upallay opa/simikipin q’opa, que en una pobre aproximación sería cállate necio/deglutes maleza; y como el experto no hablaba quechua, la imprecación pasaba por elogio. Me lo contó en quechua Ricardo Valderrama, en el taller del pintor cusqueño Manuel Gibaja, donde lo conocí, cuando yo era estudiante-cachimbo.

Ricardo Valderrama y Odi Gonzales
Cusco 2018, Casa Garcilaso. Presentación del libro Walaycho Qorilazo. Ricardo Valderrama, Pablo Delgado, Soledad Ortega, Odi Gonzales y Carmen Escalante

Desde entonces compartimos una resuelta amistad arraigada en nuestro mutuo fervor por el quechua y el mundo andino. Después, cuando empezó mi peregrinaje, en cada retorno fui acogido en su casa-quinta de San Jerónimo, donde coincidí con otros peregrinos como William Rowe, Martin Lienhard, Bruce Mannheim, entre otros.

Autobiografía de Gregorio Condori y Asunta Quispe, es el libro peruano más traducido en el mundo y el menos leído en el Perú. No lo escribió un escritor ni un académico; lo plasmó en quechua un cargador de bultos, un venerable iletrado sabio, que durante años fue refiriendo las vicisitudes de su vida a la pareja de antropólogos (Ricardo Valderrama y Carmen Escalante), con limpios fraseos de sabiduría, humor y la cuota justa de poesía.

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Ricardo Valderrama, William Rowe, Martin Lienhard, una pareja de etnólogos hispano-francos, Odi Gonzales y la hija menor de los Valderrama.

En los años 90, en Arequipa, cuando leía con unción La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, Luchito Figueroa, el cineasta cusqueño con facha de bailarín cubano de guaracha, me envió la Autobiografía; y al cabo de las primeras páginas de la versión quechua y, después, de la buena traducción del tándem Valderrama/Escalante, percibí la cadencia del movimiento armónico simple. Treinta años después, sigo preguntándome: “Kundera o Condori/no sé quién es/ mejor fabulador”.

Antes de irme a la Universidad de Maryland, en 1999, alcancé a culminar en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, la edición de ese otro libro capital de testimonios del Valle del Colca La doncella sacrificada; para cuya portada el generoso fotógrafo Alejandro Balaguer, nos cedió uno de sus espléndidos trabajos.

La última vez que lo vi fue en Cusco (julio, 2018), cuando Carmen y él, pioneros del género testimonio en el Perú, presentaron mi libro de recopilaciones Walaycho Qorilazo.

Calca, en un toldo de la Fiesta de la Asunción: Ricardo Valderrama, Luis Palao, Odi Gonzales, el poeta Vladimir Herrera, y la escritora española Helena Usandizaga.

En el quechua, cuando referimos la muerte de un individuo se dice, por ejemplo, wayqey Ricardo wañupusqa qayna p’unchay/mi hermano Ricardo había muerto ayer; cuando referimos la muerte de un animal, se usa el mismo verbo (wañuy) sin el sufijo –pu, porque el animal no tiene conciencia ni discernimiento sobre la muerte como tránsito; en el caso del ser humano, el sufijo –pu, llamado regresivo, marca el retorno al punto de partida; en el pensamiento andino, el ser humano emerge de la madre tierra, discurre sobre ella, y al morir vuelve a ella; el sufijo –pu marca ese retorno. Morir es proseguir, hermano, Ricardo.

                                                                 Greenwich Village, New York, 01/09/2020

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