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La piedra y el perdón

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Foto: Erick Rodríguez

Aunque el debate no fue precisamente una exhibición de virtudes oratorias, la agresividad de la candidata Fujimori resaltó frente al nerviosismo y falta de recursos de Pedro Castillo, y terminó de configurar su imagen asociada a la “mano dura”. La piedra que siempre parece llevar en el bolso, sus gritos emplazando a Cerrón, sus invocaciones al terrorismo del VRAEM; nada cuadra con el humilde perdón que pidió rodeada de hombres ilustres de camisas blancas.

En tanto, el campesino Castillo llegaba a Juliaca congregando una multitud nunca antes reunida por un político en esa ciudad. En su próxima parada, el Cusco, se espera una muchedumbre igual o mayor; mientras que Latina hace público su apoyo a Keiko Fujimori y Vargas Llosa aparece en un patético video desdiciéndose de todo lo que había caracterizado su personalidad política. En el mismo camino, pero sin ningún halo ilustre, Pedro Cateriano, Rafael Belaúnde, Álvaro Vargas Llosa, compartían la ceremoniosa escena de la firma de un juramento. Un juramento que, en términos parecidos, había suscrito en 2016, incumpliendo cada uno de sus puntos.

En esta escena, no hay mérito particular en Castillo, salvo la escenificación de David y Goliat y la poderosa carga de representación de los excluidos; los pobres, los humildes, los serranos y todo lo que es mayoritario en nuestro país. Y esto, pese a la lluvia de millones que prometió Fujimori en el debate que los medios sujetos a las corporaciones que los poseen celebran, dándole el triple de likes a la candidata naranja. Lima aguarda en su propia órbita y el Perú arropa a su representante, más que nada por el contraste con lo que ella representa.

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Así las cosas, la tendencia no parece tener punto de retorno. En este caso le toca a todo ese Perú que respalda a Castillo, lo vigile y le dé soporte al mismo tiempo; para que la historia del clan Fujimori, que se encontró casualmente con el poder y se enredó en él como una mafia, no se repita. Ni piedra, ni perdón.

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