Somos millones (de heridos y 60 muertos)

"El Perú está partido en dos y en esa pelea queda expuesta toda la miseria humana de la que somos capaces. Y no hay salida fácil"

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Acuarela “Volver a Chuquito”, del pintor puneño Alcides Catacora Pinazo

Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos juntos, nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos despreciaba…

José María Arguedas

La toma violenta e injustificada de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, símbolo del acceso popular a una vida mejor, a través de la educación pública, marca el punto cumbre de la escalada de violencia que, desde ambos extremos, se ha desatado en el país.

Precisamente por eso, será el punto de partida de una nueva oleada de indignación… y protestas. La prepotencia de la Policía Nacional, embriagada de poder quedo retratada para siempre en los gritos de una mujer policía vestida de civil que humilló con violencia a una anciana tendida en el suelo; y en el éxtasis de otro policía uniformado que habló de haber aplastado a los “terroristas”.

La miopía de quienes ven en una docena de dirigentes que han identificado “planificando las marchas” el origen de esta conmoción social, es desesperanzadora. Unos cinco mil reservistas, caracterizados por su visión radical de la sociedad, con un cabecilla bastante desquiciado como Antauro Humala (hoy desaparecido convenientemente). O una treintena de “eternos dirigentes” con discursos anacrónicos sobre sueños revolucionarios de los años 60, no tienen este poder. Si lo tuvieran, ya habrían ganado alguna elección.

Opinólogos y prensa asalariados del fujimorismo lo saben bien, pero insisten en terruquear y reducir las protestas a la supuesta resurección de Sendero Luminoso. Los congresistas agudizando la polarización hasta el límite, buscando mantenerse en el poder que hoy manejan por partida doble. El Legislativo y el Ejecutivo a través de una acorralada Dina Boluarte, digitada por un personaje ansioso de notoriedad que ha negociado su cargo de Premier con las fuerzas dominantes en el Congreso, entre ellos exmilitares sedientos de sangre “terrorista”.

Pero la gran masa de la ciudadanía, que no participa de estos arreglos, está partida. Abismalmente dividida entre ciudadanos que normalmente van a la iglesia y depositan unas monedas caritativas, pero que hoy hablan de meter bala a los “indios de mierda”. Ganados por la violencia, se entiende, porque ven perjudicados su trabajo, su negocio o su vida cotidiana, sin entender que es el costo de haber vivido indiferentes a la monstruosa brecha social que caracteriza al Perú. Y una mayoría, cada vez más herida, tornando su frustración en ira. En circunstancias normales, tampoco lanzarían piedras o intentarían arremeter contra la policía. Pero hoy, incluso si jamás pensaron en tomar aeropuertos o comisarías, estarán a un paso de hacerlo. El Perú está partido en dos y en esa pelea queda expuesta toda la miseria humana de la que somos capaces.

Y no hay salida fácil. Porque la “paz” que hipócritamente piden los que hoy detentan el poder, no es viable cuando los que protestan han visto morir a sus hermanos. O los han visto humillados por el Estado, e insultados por una prensa convertida en enemiga de las mayorías populares, por orden de sus dueños. Porque la “protesta pacífica” que vienen realizando hace 200 años, no será escuchada otros 200 años si no interrumpen al menos una carretera. O sino marchan hacia Lima arriesgándolo todo. Y porque, no seamos igualmente hipócritas, ¿acaso alguien se cree el cuento que la clase política y empresarial del Perú hubiera hecho algo por cambiar las cosas, de no haberse producido este estallido social?

Lo peor es que, incluso después de esta agitación y de las edulcoradas promesas de paz y justicia; y los ramos de olivo que ladinamente extienden, no tienen ninguna intención de cambiar. Y eso, el Perú que desprecian, no está dispuesto a tolerarlo. Porque somos millones.

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