No soy muy afecto al punk. Creo que es un estilo que tuvo su razón de ser y su momento en un período particular de la historia de la música y de la cultura. Seguir hoy, en el siglo XXI, el ideario punk es un anacronismo o un acto meramente sentimental. Sin embargo, en mi biblioteca, en la sección “música”, tengo una buena cantidad de libros sobre este género. Ello contrasta con los estantes donde tengo los discos: los que son de punk, se pueden contar con los dedos de las manos. La razón de esta contradicción es simple: las historias de la era punk, a diferencia de las de otros géneros, son muy emocionantes, honestas y plenamente vitales.
He terminado de leer, recién ayer, el libro de Viv Albertine, “Ropa música chicos” (Anagrama, 2017) y al cerrar el libro he comprendido que lo voy a tener presente siempre. Cada vez que el desaliento o el dolor me atenacen el alma, pensaré que Viv pudo sobreponerse a ello e hizo inclusive más: dejó constancia de su experiencia volcando sobre el papel toda su sangre y todas sus lágrimas.
El título de la edición en castellano es un poco equívoco. En inglés, “Clothes, Clothes, Clothes. Music, Music, Music. Boys, Boys, Boys” hace clara referencia a la cantilena que la madre de Viv clamaba cada vez que ella regresaba del colegio sin haberse aprendido la lección, pero con todos los datos sobre la ropa que llevaban sus amigas, sobre los discos de moda de aquel entonces y sobre los chicos que le gustaban. La forma como es presentada la madre en el inicio del libro podría también llamar a error, porque su madre no fue una tiránica presencia en la vida de Viv, sino todo lo contrario, siempre una mano amiga y salvadora. Aunque también es verdad que, como muchos adultos en los años sesenta, ella también creía que una chica no tenía ningún futuro en el mundo de la música ni del arte. La figura problemática y tortuosa sí fue la del padre, un hombre silencioso y amargado que abandonó pronto a sus hijas y que ejercería aún sobre ellas (o sobre Viv, en todo caso) una influencia perniciosa a la distancia.
El libro, como si de un LP se tratase, está dividido en dos secciones: Cara A y Cara B. La primera parte, nos sumerge en el torbellino de aventuras que fue crecer como una punky en los setenta. La infancia de Viv, sus tristezas familiares, su timidez en la adolescencia, su terrible inseguridad… pero también las amistades que hizo, su entrada en el universo punk de Londres, la seguridad que fue ganando con las Slits, sus relaciones sentimentales, algunas desastrosas, otras dulces y memorables, en fin, lo duro que fue para una mujer pertenecer a ese mundo eminentemente masculino (con todo lo negativo que eso conlleva).
En la Cara B se narra la adultez de Viv después de que se disolvieran las Slits. Tras el emocionante recuento del lado A, uno pensaría que lo mejor del libro ha quedado en esas páginas. No. Creo que la cosa se pone mejor incluso en el lado B, cuando Viv debe arrastrar el terrible pesar de ya no pertenecer a una banda, de hacerse mayor y de sufrir hasta lo indecible para llegar a ser madre, “siento como si mi cuerpo fuese una de esas figuras humanas que se ven dibujadas en los carteles de las consultas médicas, despellejadas, con las palmas de las manos hacia afuera, con los vasos, las arterias, los órganos a la vista, en carne viva”. Después nos cuenta las penurias de su matrimonio, tras diecisiete años de convivencia, la dura separación, el abrumador sentimiento de soledad. Una noche, en Nashville, ella contempla a medianoche, desde su hotel, la acera mojada de una silenciosa avenida, piensa en su hija a 14 horas de vuelo, en Hastings. Piensa que en 14 horas bien podría sucederle una desgracia y ella no está cerca. La soledad que nos transmite es dura, es potente y es REAL.
Las múltiples peripecias de la autora son contadas con brutal honestidad (hay capítulos con una nota preventiva: “por favor, si eventualmente puedo gustarte, sáltate esta parte”), pero con la dosis justa de sarcasmo: Viv no quiere aleccionarte ni agradarte, ella tiene una historia que contar y lo va a hacer sin miramientos. Al final, cuando cierras las vibrantes páginas de estas memorias, te sientes inspirado porque has estado cerca de una mujer valiente, corajuda, que te abre su corazón y te ofrece lo que hay dentro.
Una frase vista en un baño de mujeres en Londres, el George Tavern, reza: “Detrás de toda mujer de éxito, siempre hay un hombre que intentó detenerla”. Viv coloca ese epígrafe en uno de los capítulos finales del libro y nosotros pensamos que es directo e idóneo. Ella tuvo que enfrentarse toda su vida a hombres (aunque también nos cuenta que conoció a algunos maravillosos, como Mick Jones, por ejemplo). Primero a la mala leche de su padre que le espetó un “Tú no eres chic” cuando ella, niña todavía, le dijo, armándose de valor, que quería ser cantante pop. Luchó contra ejecutivos de Islands que estaban convencidos de saber cómo debía ser el disco “Cut”, mejor que sus propias autoras. Luchó contra pandillas urbanas de Londres que querían agredirla cada vez que la veían (a ella, ¡una chica!) vestida con atuendos coloridos que marcaban su resuelta personalidad. Luchó contra su marido que, al final de su matrimonio, creía que Viv estaba soñando despierta si pretendía volver al mundo de la música y el espectáculo, tras 25 años de haberlo dejado. Luchó contra su propio editor que le dijo que si no había un negro literario de por medio “su libro no lo iba a leer nadie”. En fin, luchó siempre con todas sus fuerzas, ella, que era tan frágil y -aparentemente- nada aguerrida. Luchó con toda su energía y esa es la lección que nos deja su libro.
Lo bonito es que no es un discurso moralista. No nos dice “haz lo que yo” en ningún momento. Simplemente cuenta su historia y nos desvela los entresijos más profundos de su alma. Un ser sin muchas fuerzas que tuvo que luchar siempre… ¿el destino de toda mujer? Por lo menos, el de Viv, y tras leer estas valientes páginas, acaso el nuestro.
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