El capítulo 8 del libro “Todo el mundo adora nuestra ciudad” de Mark Yarm (Es Pop, 2015) lleva por título “Los cuatro tíos más raros de Ellensburg” y trata, por supuesto, de la formación y el devenir de la banda norteamericana Screaming Trees.
En este libro, el baterista Mark Pickerel relata: “Conocí a Van Conner durante mi primer año de instituto, en el otoño de 1981. Fue durante una excursión a Walla Walla con la banda del instituto, llevaba mi walkman y me estaba quedando sin música para escuchar. Casualmente, pasé junto a Van justo mientras estaba revisando sus casetes y le pregunté si podía echar un vistazo. No pensé que fuera a tener nada bueno, porque en aquella época Van era un chaval bastante del montón, su manera de vestir no indicaba en modo alguno que pudiera gustarle, ya sabes, la buena música. Tenía de todo, desde lo más habitual, como Cream y Jimi Hendrix, hasta cantidad de grupos de los que yo nunca había oído hablar, como Echo and the Bunnymen, XTC, Siouxsie and the Banshees. Me dijo: «La mayoría de estas cintas me las graba mi hermano».
Su hermano era Gary Lee Conner, el cual ya se había graduado del instituto, pero seguía viviendo en casa. Más adelante, el editor jefe de la revista quincenal The Rocket, Grant Alden, aclara jocosamente que Mark Lanegan, los hermanos Conner y Mark Pickerel tenían características muy similares que los hermanaba en torno a Screaming Trees: “Y acabaron juntos en un grupo porque ¿quién diablos iba a juntarse con ellos?”.
Sin embargo, a pesar de su apariencia de gañanes desequilibrados, cuando lanzaron el álbum “Uncle Anesthesia” (Epic, 1991) supieron amoldarse a las exigencias internacionales que las disqueras esperaban de las bandas de Seattle.
Recuérdese que todo el año 1991, en bares, tiendas, supermercados, bazares, garitos, en fin, en cada lugar donde había un stereo sonando, lo que estaba sonando era “Nevermind”. Todo el mundo en Seattle sabía que se cocinaba algo gordo. Y aunque Screaming Trees no era una banda nativa de Seattle, había crecido en ese entorno y había ayudado a crear aquel movimiento que después fue llamado “grunge”.
El contrato de Screaming Trees con Epic fue algo semejante al contrato de Nirvana con Geffen: una invitación a la internacionalización con réditos cuantiosos. Abriendo entonces la década de los noventa y dejando constancia de por qué era considerada una banda seminal del género, los Screaming Trees se ponen serios y nos ofrecen una exquisita muestra de su talento en la composición, la voz y la ejecución instrumental. “Uncle Anesthesia” no es el típico álbum grunge de cuatro chicos enojados con el mundo. Por sus surcos corren sustancias nutricias diversas: hay bastante psicodelia al estilo Barrett, hay notas de hard rock, unas cuantas gotas de power pop y, por supuesto, guitarras distorsionadas que a veces pintan paisajes de estilo oriental. La voz siniestra de Lanegan nos podría hacer pensar en presencias fantasmales góticas y hasta de tipo darkwave (por instantes uno creería estar escuchando a Wolfsheim o a Apoptygma Berzerk).
Mientras que Nirvana era pura efervescencia, los Trees nos recordaban por qué había que tomarse en serio a Seattle. La portada del álbum está inspirada en “Alicia en el País de las Maravillas” y, efectivamente, al escuchar el álbum somos la pequeña Alicia adentrándose a un mundo desconocido y, a primera vista, tétrico, pero una vez que los ojos se acostumbran, también puedes percatarte de maravillosas sutilezas que están allí, invitándote a disfrutarlas. Tan sólo uno o dos años después, el “sonido Seattle” se glorificó y cerró filas contra la improvisación y la innovación. En esa desasosegante atmósfera en la que reinaban Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains y Soundgarden como entidades monolíticas y absorbentes, Screaming Trees no tuvo ya nada que ofrecer.
En mi estante de discos tengo “Buzz Factory”, “Uncle Anesthesia” y “Sweet Oblivion”, no necesito más. La carrera de Mark Lanegan sí que la he seguido con bastante expectativa y hay, por lo menos, tres álbumes suyos que vale la pena escuchar. Lamentablemente falleció en febrero de 2022 y hoy Screaming Trees es solo un recuerdo de días dorados, los años noventa, cuando escuchábamos con voracidad los discos que nos formaron.