Cuestión de des-confianza

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Cateriano en el Congreso

El Congreso de la República, es el reflejo del Perú. Ancho y ajeno, muchas sangres, nunca juntas; siempre presto a la polarización y, básicamente, mediocre. En lugar de ver esa complejidad y diversidad, los analistas prefieren explicar la confianza negada a Pedro Cateriano, desde una única perspectiva, la que conviene a sus intereses. El aludido, por ejemplo, explica su brevedad en el cargo, en la existencia de mafias (claro que las hay) que quisieron chantajearlo; y él, henchido de integridad, habría ido al sacrificio en nombre de sus convicciones.

Claro que, horas después, por si toda esa gestualidad no bastara, recurrió a su habitual soberbia para -además- explicarnos cómo esa supuesta recua de “fanáticos religiosos” e ignorantes del Frepap, no podía comprender su valía.

Ninguna autocrítica por pretender imponer a dos pulpines amigos suyos como ministros, en un alarde de poder desubicado; o por un discurso caracterizado por la medianía, ajeno a la angustia que en ese momento -y ahora- colma la calle por la pandemia reciente del covid y la otra, muy antigua, de la pobreza. Repitiendo el sonsonete que el Perú es un país minero, cual ventrílocuo de la Confiep, solo acentuó la desconfianza de los “fanáticos” y sus representados.

Que las bancadas de APP y Podemos representan a universidades con licencia denegada y que hoy se aprestan a censurar al ministro de Educación, Martín Benavides, así como la matonesca complicidad del presidente del Legislativo en esas jugarretas; no bastan como explicación, de este nuevo enfrentamiento con el Ejecutivo, en el momento más grave de la pandemia.

La derecha presiona por todos los medios y se lamenta por haber perdido la posibilidad de maniobrar desde adentro en función de sus intereses; el fujimorismo sonríe con malicia al ver cada vez más debilitado al gobierno de Vizcarra (su voto a favor estaba fríamente calculado); sobre cuya debacle basan sus posibilidades de reaparecer en las próximas elecciones.

La izquierda, por su parte, con su irresistible vocación por la división y el descontento, acaba siempre boicoteando la posibilidad de avanzar en su agenda; si es que realmente se guían por el beneficio común y la justicia social. Si en los últimos 30 años el fujimorismo sostenido por la DBA ha sido su principal enemigo y Martín Vizcarra, sin partido político ni habilidades extraordinarias, ha sido quien le ha propinado el golpe mayor al cerrar el Congreso de mayoría naranja y ponerlos en evidencia; no se explica que, en lugar de apoyar las reformas -aunque tímidas- que venía realizando, terminen por orillarlo hacia Cateriano y el sector que representa, negándole todo apoyo.

La orfandad política del presidente, quien ha tratado de mantenerse al centro sin mucho éxito, se explica por la polarización política que genera nuestra inmadurez. Asediado desde ambos lados del espectro político, era obvio que acabaría enfrentado con el Congreso. Ese foro donde conviven intereses y cuya irresponsabilidad en esta hora es la misma de quienes caminan sin mascarilla, con la curva en pleno ascenso. Mismos ciudadanos que los eligieron, apenas en enero de este año.

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