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La única moneda verdadera en este mundo en quiebra

«Uno se da cuenta también de que el modo que Lester tiene para ensalzar una obra es humillándola, echándola al cieno, machacándola una y otra vez. Y tiene sentido, porque ¿puede haber mayor homenaje para una obra de arte que someterla al tamiz de una crítica seria e implacable?».

Por Manuel Rosas Quispe | 10 julio, 2024
Lester Bangs, música

El más gañán y desaforado de los críticos de rock, Lester Bangs, empezó su pantagruélico magisterio en la revista Creem, en 1971. Luego, en Nueva York, siguió endilgando artículos brutales a sus encandilados lectores de la revista Rolling Stone, mientras también pergeñaba vandálicas obras maestras de la crítica ácida para la revista The Village Voice. Escribió, por supuesto, para otras revistas, acaso más famosas, pero a Greil Marcus, su amigo y compinche en Rolling Stone, le ha parecido que la producción de Lester se concentra en esas tres publicaciones. Y así, reuniendo esas perlas, Marcus editó en 1987, un sentido homenaje al amigo ido tan tempranamente por una sobredosis de Romilar y belladona: Reacciones Psicóticas y Mierda de Carburador.

En 2018, el sello barcelonés Libros del Kultrum, empieza su camino editorial precisamente con este libro, bellamente editado, con acabados de lujo, fotografía original en la portada, hojas de buen gramaje, tipografía especial y solapa ancha para que cubra el libro como una caja.

El título se debe a la banda que Lester más admiró: Count Five, cuyo álbum de 1966, “Psychotic Reaction”, sienta precedentes de lo que el punk abrazará después como motivo. Hay que tener presente ese gusto por el rock más garajero, de estructura básica y sin adornos para entender las críticas de Lester. Porque después te sorprenderá demasiado que desprecie a artistas tan consagrados como David Bowie, Alice Cooper o Elvis Presley. Aunque, andando las páginas, uno se da cuenta también de que el modo que Lester tiene para ensalzar una obra es humillándola, echándola al cieno, machacándola una y otra vez. Y tiene sentido, porque ¿puede haber mayor homenaje para una obra de arte que someterla al tamiz de una crítica seria e implacable? Así lo sentía Lester y por eso leemos pasajes que podrían provocar un sobresalto al lector desprevenido, como esta referida a Elvis: “Me resulta difícil ver a Elvis como una figura trágica, lo veo más como si fuese el Pentágono, una gigantesca institución armada de la que nadie sabe nada, excepto que su poder es legendario”. (Pág. 331) O sobre Bowie: “Bowie jamás podría caer en una autoparodia, pues él fue una parodia desde sus mismos comienzos” (Pág. 245). O sobre Slade y Marc Bolan: “¿Acaso considera que las esperanzas del rocanrol están en grupos relativamente sanotes como Slade o en la androginia bubblegum de Marc Bolan? Naaaa”. (Pág. 228). Pues así era Lester Bangs, un sujeto sumamente exigente y bochornosamente honesto, con cierta agradable propensión a trabajar la grosería.

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En lo referente a sus gustos musicales, además de los mencionados Count Five, Lester siempre sintió una enfermiza admiración por Lou Reed y por Velvet Underground. En el libro se consignan los “duelos verbales” que mantuvo con Lou en su propio departamento del Lower East Side. Como eran conocidas las dotes verbales de ambos, se anunciaban estos duelos con anticipación y Lester, como un púgil avezado, se preparaba con dosis de Romilar y LSD mientras calentaba el ambiente lanzando terribles acusaciones a Lou (una de ellas decía, por ejemplo, que lo único que Lou había aprendido de Andy Warhol había sido a marquetearse y vender su imagen a un público incauto).

Son muy divertidas las crónicas de esos duelos, Lester nunca intentó ganarlos, al contrario, relata con cómica pesadumbre sus caídas a la lona y sus inútiles intentos por conectar, por lo menos, un gancho a su oponente. Todo lo cual se parece a aquella vez en que Lester, en Londres, hizo gira con otra de sus bandas favoritas: los Clash. La primera noche, puesto de whisky hasta las orejas, Lester intentó sorprender a Mick Jones y le lanzó lo que él creía eran preguntas “filosóficas y profundas” (“lo que yo creía eran dardos devastadores”), pero que provocaron la hilaridad del público y el estupor del autor que, sin reparos de ninguna clase, nos lo cuenta luego con total alegría y desparpajo. Esa alegría, ese desparpajo, esa radical ausencia de pudor, era lo que Lester esperaba de los músicos. El glamour de las estrellas encumbradas le enfermaba. Estas crónicas y memorias seleccionadas por Greil Marcus son una excelente oportunidad para conocer algo más al crítico despiadado, al inocente inquisidor que desnudó las ridículas pretensiones y las imposturas en las que había caído el rock de los setenta. Fue una pena que muriese tan pronto, aunque alcanzó a ver el surgimiento del punk y comprendió bastante rápido que nuevos tiempos se acercaban para el pop y el rock.

¡Larga vida a Lester Bangs!

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