La Filosofía y el Coronavirus

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Hace unos días, en estos de confinamiento en la soledad inspiradora de la creación conceptual, me topé en mi biblioteca con el libro de filosofía de Emmanuel Kant Crítica de la razón pura y volví a leer allí: nuestro mundo mental está formado por ideas a priori, puras, inmutables y que, al proyectarse como una película, crean el mundo exterior de la materialidad.

Hegel corrigió a Kant al negar que esas ideas a priori fueran inmutables y las vio en evolución dialéctica ininterrumpida.

filosofía y coronavirus

Estamos, claro, ante el idealismo, tal como Parménides lo creara en Grecia y lo modelara Platón al darle a las ideas como hábitat lo que llamó el Topus Uranus, o, se diría, el alma, hace unos 500 años a. C.

Si alguien hoy quisiera comprobar si esas ideas a priori existen no tendría más que encontrar en ellas la del coronavirus, que ha puesto en jaque a la humanidad, y buscar otras ideas a priori para eliminarlo, dejando que estas hiciesen este trabajo en el Topus Uranus; y, en consecuencia, cerrar los laboratorios que no descansan, tratando de encontrar algún fármaco y vacuna para erradicar la pandemia, y disponer el abandono del aislamiento, la circulación sin mascarillas y la prescindencia de lavarse las manos.

Las facultades de Filosofía están pobladas de profesores —filósofos— que enseñan a rajatabla el Idealismo y no perdonan a los alumnos que no repiten de memoria sus doctas enseñanzas. No lo han dicho, pero, se supone que lo piensan. Para ellos, se debería cerrar las otras facultades que forman estudiantes para tratar con el mundo de la naturaleza, la sociedad y la conciencia; en razón de que las ideas puras del Topus Uranus no necesitan los servicios de profesionales. Por vía de consecuencia, si alguno de esos filósofos idealistas tuviese la desdicha de ser invadido por el coronavirus, no requeriría el auxilio de las ciencias médicas, puesto que esa intrusión sería ilusoria.

Diógenes fue un filósofo que vivió entre el 412 y el 323 a. C. en Elea, una ciudad griega del sur de Italia. Un día escuchó a Zenón, entonces joven discípulo de Parménides, afirmar que, en una carrera de Aquiles, tenido por el corredor más veloz de Grecia; y una tortuga colocada muy adelante, esta nunca podía ser vencida. Porque cuando Aquiles la alcanzaba, ella había ya avanzado algo, y así sucesivamente hasta que la separación a favor de la tortuga se hacía infinitesimal. Su razonamiento contra el movimiento parecía irrebatible. Diógenes se rascó la cabeza, pensando y dijo: “el movimiento se demuestra andando”. Salió del tonel donde vivía y, ante las carcajadas de todos, se puso a caminar a grandes zancadas, adelantando a quienes se pusieron al lado.

Como lo dijera Marx, superando a Hegel, el mundo mental refleja, como conceptos, recuerdos y otros hechos psicológicos, las cosas y los hechos de la naturaleza y la sociedad en su evolución dialéctica; y es, asimismo, una creación del cerebro.

Por lo tanto, en este caso concreto, al coronavirus se le derrota con la ciencia; la conciencia de la necesidad de defenderse, modelada por la experiencia y las prescripciones de la ciencia; la práctica de las medidas de protección y con las disposiciones apropiadas, impartidas por quienes han recibido el encargo de administrar la sociedad. Todo esto en la materialidad del mundo exterior a la mente.

La filosofía idealista debe continuar arrumada en los anaqueles de las bibliotecas.

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