Historias de migración: venezolanos en Arequipa, ¿qué hicieron para sobrevivir?

Si antes del brote de la pandemia, los migrantes venezolanos ya eran un grupo vulnerable, tras 80 días de paralización económica, su situación puede ser francamente dramática

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Foto: Erick Rodríguez

A nuestra ciudad llegaron miles de ciudadanos venezolanos, en busca de un futuro mejor para sus familias. Dejaron la tierra donde nacieron por circunstancias políticas internas y han pasado mil penurias para establecerse en otros cientos de ciudades de Sudamérica. Pero con la llegada de la epidemia, lo poco que habían logrado conseguir, se acabó.

Esta es la historia de Maileth Betancourt una madre venezolana de 28 años que reside en Arequipa hace 2 años. Está desesperada porque la señora que le arrendó la habitación donde habita con sus dos niños y su esposo, exige los 350 soles de alquiler. Se las ingeniaba vendiendo unos postres que hacía otra compatriota suya a través de pedidos por WhatsApp.

Maileth tiene dos hijos y se ha quedado sin mercadería para vender. Foto: El Búho

“Ayer hice 40 soles. Las tortas las hace una venezolana y me las puso a 1.50 para que yo la venda a 2.50. Le dije que iba a regresar al día siguiente por las que faltaban repartir. Hoy me dice que esas tortas se las llevó su esposo y ahora me he quedado sin nada y no sé qué hacer”

Sin productos que vender y con la deuda encima, Maileth siente su mundo venirse abajo. Todos los días, camina desde Israel (Paucarpata) hasta San Camilo para recoger dos almuerzos que se les entrega como apoyo humanitario. Ella va de la mano con su pequeño de tan solo 4 años y su otro niño de 10, ambos estudiaban y ahora solo se limitan a ver el programa “Yo aprendo en casa”. Menciona que antes de la pandemia ella trabajaba en un restaurante, junto a su esposo. Recaudaban lo justo para el alquiler y su alimentación.

Ahora, esta familia corre el riesgo de quedarse literalmente en la calle, si no encuentra pronto la manera de pagar el alquiler. Maileth dejó su número para quienes deseen apoyarla 978 492 845.

Migración por medicinas

Joan Salguedas tiene dos años viviendo en Perú. Llegó en el 2018 y es un militar retirado. Tuvo un ingreso fijo durante todos sus años de servicio ya que los militares en Venezuela están entre los mejores pagados. Además, Joan también tenía un negocio propio. Cuesta creer que teniendo un ingreso estable y acomodado, ahora se encuentre vendiendo por las calles de Miguel Grau de Paucarpata, zanahoria y rocotos a un sol. Pero es completamente comprensible saber que su decisión se debió a una sola razón: salvar la vida de su esposa

Joan utiliza el coche de su niña para colocar los productos que vende a hurtadillas.

«Mi esposa tuvo una fuerte infección cuando se encontraba embarazada. Allá, por la situación en ese entonces, no había medicinas. Además, los medicamentos que mi esposa necesitaba no estaban disponibles en el país, por eso me vine a Perú»

Pudo salvar la vida de su esposa y la de su niña. Su pequeña tiene dos años en este momento y es peruana. Joan cuenta que, antes de la pandemia, había encontrado un ingreso fijo trabajando de taxista. Con esto, y algunos trabajos que su esposa realizaba esporádicamente, lograban juntar lo necesario para vivir en el país. Pero el coronavirus lo obligó a él, a su esposa y a su  niña, a caminar a diario por las calles ofreciendo a viva voz las verduras que vende. Vive con el temor de contagiarse, pero teme más que su niña no tenga qué comer al día siguiente.

Por el mismo motivo, se vinieron a Perú Keive Morgado y José Romero, dos venezolanos que ahora se dedican a vender aceitunas de Yauca, a 3 soles el medio kilo, en los alrededores de la Feria el Altiplano. Ambos ni se conocían, y ahora por la pandemia, trabajan juntos. Keive casi finalizaba su carrera de ingeniería mecánica. Pero la crisis y la falta de medicinas lo obligó a viajar a Perú para que su esposa pueda tener un parto digno.

venezolanos en Arequipa
Keive y José venden aceitunas en su triciclo en la feria el Altiplano. Foto El Búho

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Keive se encontraba laborando en una empresa de transporte urbano, mientras que José se ganaba la vida de manera ambulante. A pesar de que el dinero que ganaban no era lo suficiente, por lo menos les alcanzaba para pagar el alquiler y el alimento del día.

Reinventarse para sobrevivir

Raimani junto a su primo venden salchipapas y pollo broaster por delivery. Es cierto que para realizar esta actividad se debería contar con los permisos necesarios y demostrar que el restaurante cumple con todos los protocolos de seguridad; sin embargo, decenas de negocios han comenzado a operar. Estos dos venezolanos aseguran que tienen mucho cuidado al manipular los alimentos.

venezolanos en Arequipa
Raimani y sus primos venden salchipapas por delivery. Foto: El Búho

«En este tiempo de pandemia nos hemos tenido que adaptar poco a poco, ya que la situación no ha sido fácil para nosotros. Al principio estábamos acatando lo que dijo el presidente, pero ya llegó un momento que no teníamos con qué seguir sobreviviendo»

Raimani es mamá y vive con sus tres primos. Ya tiene cerca de dos años en Perú, pues estuvo entre los primeros grupos de migrantes que arribaron al país. Allá en Venezuela, ella también tenía un ingreso fijo como técnica superior en relaciones industriales. Aquí, empezó a trabajar con su pequeño carro de salchipapas, hasta la llegada de la epidemia.

Gracias a sus ahorros esta familia aguantó unas semanas sin salir de casa. Algunas iglesias incluso les han repartido canastas de alimentos para que puedan subsistir. Felizmente, la familia que se quedó en su país tiene un apoyo del estado y su situación no es tan dura como la de ellos; sin embargo ya es muy tarde para regresar.

venezolanos en Arequipa
Eduardo y su hermano, venezolanos que venden pasteles por las calles de Miguel Grau. Foto: El Búho

«Sigo con la fe de volver a trabajar cuando todo esto pase»

Mientras ellos preparan estos fiambres tan consumidos por los peruanos, hay quienes han optado por la pastelería; Eduardo de 25 años es cocinero y en sus manos lleva una bandeja de pasteles que vende a un sol.

Diariamente Eduardo utiliza su habilidad en la cocina para arreglárselas. Entiende que la situacion no es fácil para nadie, pero es optimista y confía en que él y su hermano podrán recuperar sus empleos y entonces, puedan recuperarse económicamente.

Arriesgar la vida para vivir

Estos empleos precarios y autogestionados, ponen en riesgo sus vidas, por el constante peligro del contagio. Ellos lo saben, pero coinciden en que antes de tener algo que comer, deben tener lo suficiente para pagar el alquiler del cuarto donde viven. Quedarse en la calle es algo que temen más que la enfermedad. También son conscientes que el ahorro es tan importante como comer. Sin embargo, la generosidad que muestran al compartir entre ellos lo poco que ganan para dar a quien no tiene, es digno de resaltar.

“Si no nos mata el coronavirus, nos matará el hambre”

Otros venezolanos, que no han encontrado una alternativa para trabajar, también salen a las calles a pedir ayuda, pero son los menos. Antes, muchos tenían el oficio de “jaladores” de turistas hacia los restaurantes de la plaza de armas, por una propina por cada cliente que conseguían. Otro tanto trabajaba en salones de belleza o Spas, que ahora están cerrados. En Lima muchos venezolanos encontraron una oportunidad trabajando para las funerarias o crematorios, arriesgando su vida, pero en Arequipa, la Unidad de Recojo de Cadáveres, solo contrató personal local.

El reto de sobrevivir, es el mismo para toda la humanidad, pero las condiciones es que se hace, no son iguales para todos. Los venezolanos han entendido que, sin la solidaridad entre ellos, puede que no lo logren. ¿Lo habremos entendido nosotros?

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Autor

  • Pamela Zárate M.

    Periodista y editora audiovisual. Culminó sus estudios en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y se ha especializado en periodismo digital gracias a la formación de Google Adsense, Google News Initiative y la Fundación Gabo.

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