Y entonces se fundó la Villa Hermosa

Unos por haber visto, otros porque lo saben de oídas, todos dicen que sí se quedarán en Arequipa por ser más sana y conveniente.

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Arequipa
Cuadro de la fundación de Arequipa del pinto Teodoro Núñez Ureta que se encuentra en el Salón Consistorial del Municipio de Arequipa

Por: Patricio Rickets Rey de Castro

Nadie faltó a la misa de Fray Diego Manso. Ahora los vecinos cambian chanzas y noticias delante de su capilleja de barro y cañas. Pese al frío y la llovizna, ninguno se retira. Su alcalde, Garcí Manuel de Carbajal, los ha ido convocando por orden del marquez gobernador.

Uno a uno, los llama al interior a declarar en secreto lo que todos conocen. Está sentado ante una mesa, con el escribano Alonso de Luque, que lleva cuenta de cada palabra en su grueso libro forrado en piel.
Los vecinos juran por Dios, Santa María y los santos evangelios, con la mano derecha puesta sobre la cruz. Les pregunta Carbajal si Arequipa es mejor y más sana que Camaná para los indios de la Sierra. Unos por haberlo visto y otros porque lo saben de oídas, todos dicen que sí. Luque toma nota. Firman la respuesta. Y regresan al Corrillo.

Así ha dispuesto Pizarro que se haga todo: prolija y solemnemente, remachando en papeles sus razones transparentes. Desde mediados del año anterior, cuando el gobernador estuvo en Arequipa, muchos de sus hombres qué quedaron en poblar la Tierra, ninguno ha muerto en el valle donde son muy pocas las pérdidas de indios. En camaná, por el contrario, los anofeles causan más bajas que Manco Inca: españoles e indígenas enferman “con grandes trabajos” según tienen informado; y es de temer que, en poco tiempo, el lugar tuviera que despoblarse.

Trasladó pues; pero de manera tal que no salgan luego los de Chile con enredos y cargos. Ya vienen diciendo que los pizarristas maltratan la tierra y a los indios de Arequipa, que le roban oro, plata, maíz y ganado; que hay behetría y que él favorece a quienes más españoles mataron en la guerra con el adelanto. Tarde o temprano esas especies llegarán a la corte: es menester obrar con cautela, codo a codo con un notario.

Carbajal recibe orden de juntar a los vecinos que tengan indios. También a los religiosos y médicos. A todos tomaron parecer bajo juramento. Entretanto el marqués le ha enviado la traza de la ciudad que debe fundar. Ha de ser espaciosa como los reyes y buena para cabeza de la religión. Si los vecinos juzgan que Arequipa es más sana y conveniente para ellos y sus indios, todos saldrán en el acto de Camaná; a la fuerza de ser necesario. Carbajal deberá ir en persona al valle alto a fundar allí la ciudad, en nombre del gobernador, con lo cual “dará por ninguna la población de Camaná”.

Han concluido las declaraciones, Garci Manuel de Carbajal firma el acta. Y manda pregonar la decisión unánime de los vecinos: en 20 días a partir del 20 de julio de 1540, todos partirán hacía Arequipa.

En los primeros días de agosto, el éxodo levanta polvaredas. Atrás queda el fértil valle nublado donde los hombres tiemblan sin remedio dos veces por semana. Mulas, caballos, asnos, ganado, en interminables filas de indios cargadores, alforjas, serones, armas, vituallas, utensilios, animales, todo lo que tienen. Larga es la columna, pesada la marcha en el inclemente arenal, ásperas las quebradas, escasa el agua de los odres y magro en yantar del camino. Pero pronto se dejan ver a la distancia las montañas de la tierra prometida. Y se alegra el lento subir de la esperanza.

El 15 de agosto, fiesta de Nuestra Señora de la Asunción, todos están en el valle alto, jubilosos. Son cerca de un centenar de veteranos, entre descubridores y conquistadores: 15 menos de los primeros vecinos de los reyes pero mucho más que los fundadores del Cuzco, el doble de los de Jauja y San Miguel; y más del triple de los acompañantes de Pizarro cuando creó Trujillo. Junto a los venidos de Camaná están los que por su cuenta y riesgo se instalaron en la tierra, que ya conocen palmo a palmo.

Representan a muy diversas regiones de España. Abundan los andaluces no menos de 11 y los extremeños 7, que se sepa, pero también hay 5 vallisoletanos, 4 salamanquinos y mirobrigenses, otros tantos segovianos y hombres de Toledo, Madrid, Pamplona, Valencia y Vizcaya. Con pocas excepciones de gente de la tierra adentro y de las comarcas altas. De no traerse a cuento el asunto de las tercianas, ellos tampoco habrían vacilado en la elección de Arequipa por morada. Elevados y secos, soleados y severos, esos parajes riman bien con sus añoranzas de España. Algo tienen de la “geografía bastarda”, frugal y estoica de Extremadura; y también de los adultos Campos Castellanos. Se percibe en ellos una intensidad telúrica muy al gusto de guerreros que sienten llegado el tiempo del reposo.

Rodeando de bien montados caballeros, ataviado con sus mejores galas, el muy magnífico señor y Teniente gobernador García y Manuel de Carbajal, galopa en señal de dominio por las tierras del Sol y del inca. Va con un regidor a cada lado: son Hernando de Silva Hidalgo de Ciudad Rodrigo que se distinguió en el sitio de Lima por Manco Inca; y a quién Pizarro acaba de otorgar 800 indios en la provincia de Condesuyos y de Camaná, de dónde viene; y Hernando de Torres, gaditano asentado en Arequipa, que ha recibido en encomienda 600 indios en Tacna, junto a las tierras de Pedro Pizarro. Con ellos está Juan de la Torre, 13 del gallo y encomendero de Condesuyos que ya dispone de 800 indios. Es el flamante alcalde de la ciudad qué van a fundar.

Carbajal ya anduvo y paseó el valle como tenía mandado. Ya se informó del asiento más conveniente y con menor perjuicio de los naturales, habida cuenta que, cómo le informaron a Pizarro, ” no hay muchas tierras además de las de los indios”.

Ha llegado el momento de proceder el acto solemne en las anchas tierras encima de la Barranca por donde corre la acequia Coa. Ha llamado 5 clérigos, uno bravo, uno manso, y dos inocuos y la misa cantada no deja nada que desear en ese día de la Asunta.

Los Conquistadores asisten a ella con devoción. Los caciques y mantoncillos secundarios que han traído de las aldeas cercanas del valle observan a distancia, perplejos y sumisos. Desde lejos miles de indios contemplan el gentío.

Los días que siguen son de regalar. Los solares se van dando con respecto a las jerarquías, a partir de la Plaza Mayor. Todos los vecinos están advertidos: deberán cercarlos y edificar en ellos sus casas en el plazo máximo de seis meses. Para eso disponen de los indios del valle…

Ya se impartió la bendición, resuena, trompetas atabales y chirimía. En el campo donde se abrirá la Plaza Mayor, el muy magnífico señor Garci Manuel de Carbajal hace pregonar, en nombre de Su Majestad Don Carlos, por la gracia de Dios emperador de Alemania y rey de España, y del Márquez gobernador Don Francisco Pizarro, qué va a fundar la Villa Hermosa de Nuestra Señora de la Asunción del Valle de Arequipa.

Acto seguido, caminó rodeado de frailes y presbíteros, acompañado siempre del alcalde y regidores, hasta el lugar donde se levantará la iglesia, en el lado de las montañas. En este suelo que ellos acaban de bendecir, alza la cruz en nombre del rey y del gobernador. Y asentó la primera piedra de la ciudad. Vuelve luego hacia el frente opuesto de la futura Plaza. Con las mismas invocaciones, clava el rollo o picota, árbol de la justicia cuando por orden de Carbajal se pregona que Arequipa ya está fundada, estalla el júbilo y la algarabía. Sin guerreros, han sentado para siempre su real. Los tambores y las trompetas no dan más de sí.

Ahora despejan el campo. Empiezan a trazar, desde la Plaza Mayor, las líneas rectas a cordel. Son 16 según lo tiene dispuesto en su trazo el Marquez gobernador. 8 vienen de norte a sur, como es la voluntad de Pizarro y otras 8 de oeste a este, camino de Flandes.

En las grandes manzanas habrá solares para todos. Y templos. Y albergue para el Marqués. También para sus hermanos Hernando y Gonzalo. Y para el obispo Valverde, que el año anterior estuvo allí de paso a Lima, dejando poderes para que le manejen sus bienes.

Los días que siguen son de regalar. Los solares se van dando con respecto a las jerarquías, a partir de la Plaza Mayor. Todos los vecinos están advertidos: deberán cercarlos y edificar en ellos sus casas en el plazo máximo de seis meses. Para eso disponen de los indios del Valle.

Viene a continuación el reparto de tierras de labranza, más allá de donde Arequipa se asienta se dan 351 fanegadas. En el éjido, junto al río, 144 y media. El número de fanegadas va de acuerdo con la jerarquía, calidad y méritos de los conquistadores, según Carbajal con los ojos del Marquez gobernador. A este vecino principalísimo de Arequipa, se le conceden sobre la barranca 24 fanegadas: el doble que a sus capitanes.

Le encarga Pizarro que entre los fundadores de Arequipa haya calidad y variedad. Ahí están tres del gallo, incluyendo al primero en cruzar la raya. No pocos de los vecinos lo han sido antes de Los Reyes, de Jauja y del Cusco. por lo menos 11 de ellos estuvieron en el cerco de Lima por las huestes de Manco Inca. Otros vienen de combatir en el sitio del Cusco y se cuentan entre los soldados que Hernando Pizarro juzgó capaces de medirse con el triple de enemigos. Son, cómo dirá Pedro Pizarro de sí mismo y Miguel Cornejo, buenos hombres de guerra y muy buenos a caballo.

Años más tarde, Alonso de Luque explicará que los fundadores fueron gente principal, de lustre y trayectoria; y Álvarez de Carmona agrega que eran las más principales gentes que entonces había en el reino. Tampoco escasearán los hombres de iglesia y los de leyes y papeles: cinco sacerdotes, cinco licenciados, dos bachilleres, dos notarios y un pregonero público. No abundaron en cambio, en esa comunidad de guerreros, las gentes de oficios prácticos: apenas un herrero, un sastre y un carpintero.

Meses antes de la fundación oficial de la ciudad, distribuyó a sus capitanes por el Contisuyo, con la premeditación de un maestro del ajedrez. bien sabía que el poder se sostiene a partir de la articulación de los intereses creados. Arequipa, en ese esquema, sería el gran castillo de la feudalidad.

Desde luego que la gente no acudió a Arequipa para ganar un magro solar y algunas fanegadas de sembríos. Poblar significaba encomendar: entregar a los vecinos gigantescas extensiones y millares de indios. Era el poder feudal que se instalaba. Desde el bucólico remanso de Yucay, donde los incas buscaron solaz, Pizarro organizó ese poder con rapidez, no bien llegado a Arequipa, meses antes de la fundación oficial de la ciudad, distribuye a sus capitanes por el Contisuyo, con la premeditación de un maestro del ajedrez. Bien sabía que el poder se sostiene a partir de la articulación de los intereses creados. Arequipa, en ese esquema, sería el gran castillo de la feudalidad sureña, adicta a su dominio.

Preocupado fundamentalmente por asegurar su control de la región sureña, el marqués concede cuanto le piden sus capitanes. Arequipa le interesa sobremanera. En el Cusco crea once encomiendas, seis en Huamanga y una en Charcas; en Arequipa no menos de trece. A Lucas Martínez Begazo, descubridor de las minas de plata de Tarapacá, le entrega de allí a Ilo, para luego recortar según convenga… Tal como lo hicieron con él en Toledo. Por hacer más vecinos acortó el Marques los repartimientos que había dado largos, se queja Pedro Pizarro, su pariente.

“Esta población y repartimientos hizo Picado, el secretario del Marqués, mucho dañó a muchos anota el cronista- porque el marqués Don Francisco Pizarro, como no sabía leer ni escribir, fue a base de él y no hacía más de lo que él le aconsejaba, y así hizo este mucho mal en estos reinos, porque el que no andaba a su voluntad sirviéndole, aunque tuviese méritos, le destruía”.

En algunos casos, Pizarro repartía un pequeño Valle. En otros, una provincia entera. Cuando se pudo, los documentos especificaron con gran precisión pueblos y caciques, así como relaciones de interdependencia y jerarquía. Cuando esto no fue factible, bastaron las referencias genéricas. Las superposiciones resultaron inevitables. Si los vecinos no sabían arreglarlas con potentes transacciones, para eso estaban los bachilleres. El marqués no podía conocer las minucias de cada poblacho. Encomendaba indios y lugares con la olímpica despreocupación por los detalles de la marcha a Cajamarca. Llegar, conquistar, ocupar: ese era su cometido.

No fue Pizarro, como el inca de la leyenda, hombre que dijera blandamente “quedaos si os place”. En Arequipa, su voz resonó como un mandato: ! Allí os pongo! ! Que nadie ose quitaros lo que os doy! Sus hombres así lo entendieron.

(*) Este texto fue publicado por El Búho el 15 de agosto del año 2000 con el permiso respectivo del autor de la crónica sobre la Fundación de Arequipa, hace 480 años.

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