Argentina: del turno peronista al turno del libertario Milei

"Los críticos de Milei, tanto argentinos como del exterior, se han limitado a calificarlo de ultradechista. Y los más exaltados a colmarlo de otros epítetos, pero no han suministrado alguna fórmula ni consejo para acabar con la inflación ahora incontrolable"

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A las once de la noche del domingo 23 de octubre, cuando terminó el conteo general, se supo que en Argentina habría una segunda vuelta para elegir presidente de la República. Había ganado Sergio Massa, apoyado por el peronismo, con el 36.78%, seguido por Javier Milei, un outsider que tiene como lema volver a la libertad económica, con el 29.9%. A continuación llegaron: Patricia Bullrich, de un conglomerado denominado Juntos por el Cambio, antiperonista, con el 23.81%; Juan Schiaretti, proclamado peronista, con el 6.73%; y Myriam Bregman, del partido trotskista, con el 2.69%.

Este resultado contrariaba ciertas encuestas que daban como ganador a Javier Milei. Sin embargo, en realidad, la suerte había sido echada, puesto que, en la segunda vuelta, los votos antiperonistas se unirían. Y así fue. El grupo de Patricia Bullrich declaró en seguida que votaría por Milei, en tanto, que, era claro, que los grupos de Schiaretti y Bregman serían para Massa.

En la segunda vuelta, del 19 de noviembre, en efecto, ganó Milei con el 55.69%, en tanto que Massa obtuvo 44.30%. El primero acumuló los votos antiperonistas (29.9 + 23.81) y el segundo los peronistas y los del grupo de Bregman (36.78% + 6.73 + 2.69). La diferencia, en ambos casos, corresponden a los que se abstuvieron. Esta polarización refleja la reacción de la ciudadanía argentina ante el descalabro de la economía que se manifiesta como una inflación galopante. Antes de la primera vuelta el dólar blue o libre había llegado a 900 pesos. En octubre del año pasado estaba a 260.

Después de la primera vuelta subió a 1050 pesos. Massa hizo expedir entonces un decreto por el cual les entregó a los exportadores la libre disponibilidad del 30% de las divisas por un mes, con lo cual el dólar blue bajó a 900. El Banco Central pagaba a los exportadores en ese momento 356 pesos por dólar. Pero, esto no bastó para convencer a los electores disconformes. Aunque Massa corría aparentemente con ventaja, puesto que es ministro de Economía y podía usar el aparato del Estado, era evidente para sus opositores que si continuaba en el poder como Presidente haría lo mismo que estaba haciendo como ministro y nada cambiaría. En muchos del lado peronista cundió una desconfianza similar, pero, haciendo honor a su fidelidad, se abstuvieron de hacerla pública.

La economía argentina no está en crisis. La Argentina es un país con una riqueza agropecuaria inmensa, una industria extractiva y transformativa que podría aportar más bienes que ahora. En las tiendas, mercados, supermercados, bares, restaurantes y espectáculos de Buenos Aires y las demás ciudades se ve a las multitudes que consumen, aunque hay un sector aún reducido por debajo de la línea de pobreza. Las calles y carreteras están llenas de vehículos, y es muy difícil en las calles de Buenos Aires hallar espacios donde estacionar.

El problema principal se centra en la emisión inorgánica de dinero por el Banco Central por disposición del gobierno. Y tiene que hacerlo así, porque los ingresos no alcanzan para pagar los gastos del Estado, derivados sobre todo de los subsidios a bienes de consumo general: electricidad, agua, y gas, y a servicios de salud, transportes y otros, para pagar gran parte de su costo, y para solventar las pensiones de jubilación no financiadas con aportes de los empleadores y trabajadores, además de cierto sobredimensionamiento del personal del Estado.

Para congraciarse con la población, los gobiernos peronistas acudieron a este procedimiento y a prestarse dinero, probablemente sin la intención de devolverlo. La deuda pública argentina está ahora cerca de los 400,000 millones de dólares. Los gobiernos no peronistas hicieron lo mismo. Y, en la Argentina, se acostumbraron a vivir así, rehuyendo pensar que si los gastos del Estado aumentan deben financiarse elevando los impuestos directos e indirectos.

El plan de Milei se centra, por eso, en la reducción de la inflación, lo que le tomará de 18 a 24 meses, según ha declarado, evidentemente reduciendo los gastos del Estado y en hacer crecer la producción, apelando a la libertad del mercado, tanto en la esfera interna como en la externa. Por lo tanto, abolirá la entrega al Banco Central de las divisas procedentes de las exportaciones de bienes y servicios para que se vendan libremente. De manera que su precio único se fije por la oferta y la demanda, con lo cual se propone potenciar la producción exportable.

La idea parece ser contrapesar el mayor precio de los bienes y servicios tras retirarles los subsidios con un aumento de la producción. Esto deberá implicar una política más activa de educación y formación profesional. Y tal vez quede algo para pagar por lo menos una parte de los intereses de la deuda externa. En su plan no figura una elevación de los impuestos.

El ajuste dará lugar a una disminución transitoria de la capacidad de compra actual que podría remontar luego, a criterio de Milei, por el aumento de la producción debido a la riqueza natural de Argentina, a la iniciativa de sus empresarios y al nivel de formación de sus profesionales y otros trabajadores. Milei habla de convertir a Argentina en una potencia económica mundial.

Para la ejecución de esta política, tendrá que negociar con la Cámara de Senadores y la Cámara de Diputados sus propuestas legislativas. En la Cámara de Senadores, quienes lo apoyan son solo 31 de los 72 senadores. El peronismo y sus aliados tienen 33; por consiguiente, decidirán los otros. En la Cámara de Diputados, Milei tiene 131 miembros de 257; y el peronismo 108.

Los críticos de Milei, tanto argentinos como del exterior, se han limitado a calificarlo de ultradechista. Y los más exaltados a colmarlo de otros epítetos, pero no han suministrado alguna fórmula ni consejo para acabar con la inflación ahora incontrolable. Se conforman, sin duda, con la continuación del statu quo.

Los grupos de izquierda, atrapados en la contradicción de aspirar a una revolución que los lleve a alguna forma de sociedad ideal y tratar de insertarse en el juego parlamentario, solo han podido convencer a algunos y no cuentan para nada como factores políticos.

En primera división solo juegan el peronismo y el antiperonismo con cuadros expertos en el manejo del Estado y de la alienación de los ciudadanos. Al entrar Milei y su gente tendrán que salir los otros. Milei ha denominado a aquellos y su clientela la casta, una calificación que posiblemente haya de aplicarse también a los suyos luego de algún tiempo.

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