“El ciempiés blanco”, finalista de la categoría Cuento en el XII Concurso Literario

"Me veo alejándome mientras observo cómo un ciempiés blanco envuelve por completo a Elena entre sus patas largas y la arrastra hacia un almacén. De manera involuntaria, como si fuera una simple travesura, una sonrisa se dibuja en mi rostro"

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Como se ha ofrecido, cada domingo se publicará uno de los trabajos finalistas del XII Concurso Literario El Búho que culminó, con gran éxito, en diciembre pasado. En esta ocasión damos a conocer uno de los trabajos finalistas en la categoría Cuento, sobre el cual el jurado tuvo elogiosos comentarios.

El jurado estuvo compuesto por los renombrados escritores: Alfredo Herrera Flores, Hugo Yuen Cárdenas y Jhemy Tineo Mulatillo. El veredicto se dio a conocer el 2 de setiembre pasado.

Sobre la autora del cuento finalista

Flor Ángel Leslie Enríquez Chipana, es una abogada arequipeña con afición constante por la Literatura. su trabajo “El ciempiés blanco”, quedó finalista en la categoría Cuento del XII Concurso Literario, junto a otros tres trabajos entre los cuales, por pocos puntos, resultó un ganador. Ella pretende combinar el Derecho con las Letras para no abandonar esta pasión.

finalista concurso literario

“Nací en Arequipa y me gradué en Derecho en la Universidad Nacional de San Agustín. Gané un concurso de cuentos en mi facultad, evidenciando mi pasión por la escritura y la expresión artística. Emocionada por ser finalista en el XII Concurso Literario “El Búho”, este representa uno de mis primeros desafíos a nivel nacional. Estoy ansiosa por seguir aprendiendo y participar en diversos certámenes, buscando oportunidades de crecimiento en mi trayectoria creativa y profesional”.

Trabajo finalista en el XII Concurso Literario: “El ciempiés blanco”

Conocer a Elena no fue el evento más grandioso de mi vida ni mucho menos el peor. Sin embargo, a pesar de los años su recuerdo se asoma por mi mente como si de un espíritu se tratara, para hacerme recordar que no necesito de pesadillas para poder verla y regresar a ese día.

Era sábado, siempre amé los sábados, porque lo sentía como una pequeña independencia. A mi madre la veía al medio día cuando volvía de hacer las compras y a mi padre en las tardes cuando volvía del trabajo, a los únicos que veía desde temprano eran a mi hermano pequeño y a mi abuela, prácticamente era como vivir sola. Ese día me invitaron a jugar al parque, con un poco de insistencia mi abuela accedió a dejarme ir con la condición de llegar temprano. Me apresuré a ponerme mis zapatillas y me despedí gritando desde la puerta. El temor se apoderó de mí, me importaba hacer amigos, pero no podía dejar de pensar en lo patética que siempre me veía intentándolo.

Cuando llegué, todos querían elegir lo que jugaríamos primero, de pronto una voz surgió dentro de ese alboroto, así la conocí. Elena tenía la confianza suficiente para imponer su juego frente a niños desconocidos. A ella fue a la única que preguntaron su nombre y estoy segura que nunca se nos borró de la mente. Elena era el tipo de persona que quería ser observada, la naturalidad con la que se desenvolvía mientras sabía que todos la miraban era realmente inquietante; y allí estaba yo, buscándola con los ojos.

Era alta y delgada, su cabello era largo con unas ligeras ondas que cuando se movían desprendían un delicioso olor a sandía, tenía pestañas largas, mágicamente onduladas, labios brillosos que eran retocados a cada cierto tiempo. Rápidamente comenzamos a jugar, para mi suerte era buena en el juego de esconderme y ser casi de las últimas en ser encontrada. Algunas veces creo que soy tan invisible y olvidable que las personas realmente se olvidan que estoy jugando con ellos y por eso casi siempre gano. Elena se dio cuenta de mi “habilidad”, en una ronda me siguió para preguntarme dónde debería esconderse y así poder liberar a todos los compañeros antes atrapados; porque si, ella era y debía ser la heroína. Le indiqué un posible escondite y me apresuré en esconderme con ella, tomé valor para decirle mi nombre y mi edad para después preguntarle la suya.

Resultó que era 1 año mayor que yo, pero parecía de más. Los juegos variaron y Elena siempre resaltaba ya sea con ingeniosos nombres de países o simplemente siendo la que hacía ganar a su equipo. Las horas pasaron y al final solo quedamos las dos. Mientras ella buscaba cómo pasar el rato, yo buscaba cómo preguntarle cosas, quería ser su amiga, su confidente; su mejor amiga. Mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz masculina diciendo que tenía algo interesante que mostrarle. Elena se acercó sin miedo al sujeto. Recuerdo algunos rasgos de él, era alto, quizá tenía 15 años, era simpático, pero no tanto como Elena, era pálido de ojos oscuros, y apestaba a cigarro. Sus dedos largos apuntaban a un ciempiés agonizante sacudiéndose patas arriba tratando de vivir. Elena miró al asqueroso bicho sin mucho interés, mientras el chico la observaba.

—¿Esto era lo interesante? —preguntó de manera despectiva devolviéndole la mirada— He visto cosas más “interesantes” que un gusano muriendo.

No pude dejar de mirar la interacción de esos dos, lo odié. Miré el cielo rojizo y pude oír los gritos de mi madre en mi cabeza, pero no quería irme. Elena se dio cuenta que yo seguía allí, se sentó delicadamente en el pasto y continuó diciendo:

  • Por ejemplo, ayer vi a mi madre besándose con alguien que no era mi papá. —reveló, posando sus ojos en el chico y haciendo una mueca burlona.

Tanto él como yo nos quedamos en silencio mirándola, asimilando lo que confesó.

  • No es un gusano, pero ganaste — se apresuró en decir el muchacho; sentándose frente a ella sin apartar la mirada, como si fuera un juego secreto entre ellos.

Estaba de cuclillas mirando todo ese espectáculo junto al bicho muerto, consiente que la única perdedora era yo. Aparté mis ojos por un rato y los posé en mis zapatillas viejas y sucias buscando algo que contar que no me haga sentir fracasada; sin embargo, eso era. La voz de Elena me trajo de vuelta a la realidad cuando dijo:

  • Oye, creo que es tarde. Deberías irte. Yo esperaré a mi mamá, me dijo que vendría a recogerme. — soltó cada palabra escaneando lentamente al desconocido para finalmente mirarme esperando a que me fuera.

No me dolió ser echada tan fácilmente, ante la mirada atónita del extraño que no vio venir ese movimiento. Lo que me dolió profundamente fue que, en ese momento, ni siquiera recordó mi nombre. Los detalles pueden variar, pero el desenlace siempre es el mismo. Me veo alejándome mientras observo cómo un ciempiés blanco envuelve por completo a Elena entre sus patas largas y la arrastra hacia un almacén. De manera involuntaria, como si fuera una simple travesura, una sonrisa se dibuja en mi rostro. (Se lo merecía por no recordar mi nombre).

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Autor

  • Semanario El Búho

    Las notas publicadas por “Semanario El Búho” fueron elaboradas por miembros de nuestra redacción bajo la supervisión del equipo editorial. Conozca más en https://elbuho.pe/quienes-somos/.

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