Aunque aún rige toque de queda entre 10 de la noche y 4 de la mañana, la cuarentena se levantó desde el 1 de setiembre.
La población de más de un millón de habitantes despertó luego de un gran letargo que duró algo más de cinco meses. Se contabilizó unas ciento dieciocho mil infecciones en la región y 2000 decesos, oficialmente.
Cada persona que uno ve, en buena cuenta, es sobreviviente no solo a una pandemia viral, sino a un bombardeo como nunca antes se ha visto de un entreverado de noticias oficiales y conspirativas, a través de los medios oficiales y de los informales.
Como nunca, el espectador pasivo y encerrado fue el blanco de una excesiva radiación informativa; tanto de aquella que fluía por los medios de comunicación reconocidos, como la que viene de la especulación sin mesura ni control, activados desde el celular de cualquier ciudadano. La línea entre lo verosímil y lo febril llegó a desdibujarse más de una vez provocando una visión delirante de las cosas.
Este piso movedizo de la realidad equívoca, esta sensación de la incertidumbre esculpida por los flashes mediáticos en la psicología social; es la materia de aproximación del presente ensayo fotográfico levantado en los primeros días después de la cuarentena arequipeña, entre el 10 y el 12 de setiembre recientes.
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