Tierra de todos, tierra de nadie

"Ha llegado el verano y, con ello, todos nuestros complejos y prejuicios se extienden hasta las orillas del mar"

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Ha llegado el verano y, con ello, todos nuestros complejos y prejuicios se extienden hasta las orillas del mar, con más frecuencia que en el resto año. Así, una de las primeras imágenes que se ha viralizado en este 2024, ha sido la de un incidente de racismo en una playa de Tacna.

En la grabación, hecha con un celular, se observa a un sujeto que se cree dueño de un pedazo de la playa. Y expulsa con insultos, de ese lugar, a una familia. Lo curioso del entuerto es que, al mismo tiempo que el agresor es grabado, él también tiene encendida la cámara de su celular, enfocando a sus víctimas. Eso quiere decir que él tiene la certeza de que tiene todo el derecho de actuar como lo hace: con prepotencia, clasismo y absoluta ignorancia sobre los límites que existen en el uso un espacio público. Este triste episodio debe servirnos para refrescar la mente, precisamente, sobre estos límites.

Siempre se dice que el límite de nuestros derechos es el derecho de los demás. Pero, ese razonamiento conduce al error, pues para la mayoría distinguir el derecho ajeno es una misión imposible. Por ejemplo, el tipo de la playa. Él está seguro que, en el momento que instaló su ramada de estera en la playa, de manera permanente, se convirtió en dueño del espacio. Por lo tanto, tiene derecho a defenderlo y no permitir que nadie más se beneficie de la sombra que allí se produce. De hecho, en los debates que se originaron en redes, a raíz de este episodio, muchos defendían la postura del agresor.

Lo mismo sucede con quienes defienden la frentera de sus casas. Como si formara parte de su propiedad privada. O quienes estacionan sus vehículos sobre las veredas o dejan las mesas de un foodcourt peor que un gallinero. Si no somos capaces de distinguir el límite de nuestros derechos, todo se descontrola.

El concepto de espacio público es difícil de manejar, pues se trata de lugares a los que todos deberíamos tener el mismo derecho de uso. Sin distinción. Pero, si llega alguien primero y lo deteriora o ensucia, porque quiere usarlo a sus anchas, está afectando el uso que le pueda dar el siguiente. Y ni hablemos de quienes creen que, porque colocan una estera en una playa, ya pueden reclamar derecho de uso exclusivo sobre ese espacio. El espacio público, entonces, se convierte en tierra de nadie, si no hay autoridades que fijen los límites con claridad. Tanto como sanciones viables para quienes no respeten esos límites.

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