Estos caminos empolvados debieron haber perdurado a lo largo de los dos primeros siglos de la colonia, tal como lo señaló Ramón Gutiérrez, citando las crónicas de la época, donde los vecinos eran reacios en asentarse en la ciudad por cuidado de sus pertenencias en sus haciendas de campo.
A medida que los años transcurrían y el carruaje empezaba a verse por las calles, se empezó a utilizar el sillar y piedra para pavimentar las vías; testimonio de la existencia de esta primera combinación, es posible aún encontrar a 80 centímetros del nivel actual de nuestros pisos, restos de pavimentos de piedra redonda de 6″ de diámetro.
Los registros fotográficos del último cuarto del siglo XIX, muestran algunas calles del centro histórico de Arequipa, con amplias veredas de granito gris y pistas de canto rodado, mientras que las callejuelas y pasajes de las zonas marginales y rurales, se observan de sillar y canto rodado.
1900 se inicia con el cambio del canto rodado por adoquines de granito gris, junto a pequeñas acequias y desagües abiertos. En 1940, a propósito de los cuatrocientos años de fundación española, se realizaron una serie de obras. Entre ellas, el pavimentado masivo de calles con adoquines de piedra y veredas de granito traídas de las canteras de Alto Misti, política y paisaje que dominó las calles de nuestro centro histórico hasta 1960, cuando el cemento sustituyó de forma sistemática a la piedra de las veredas; y el asfalto el adoquinado de las calles.
Aunque en 1983 como último intento, se usaría el adoquín de granito gris en el pasaje del Solar, para cubrir un piso de canto rodado con veredas de sillar.
El 1999 se sustituyeron nueve cuadras de veredas de cemento por lajas de granito gris y se implementó el cableado subterráneo.
Aunque todos reconocemos que la política de renovar nuestros pavimentos es parte de recobrar una imagen fugaz de la “Arequipa pétrea”, es una tarea que no debe detenerse.
Publicado en el Semanario El Búho