MisiĆ³n imposible

"Es posible que los comisionados de la OEA esperen escuchar propuestas de salida. Pero es probable que haya mĆ”s crĆ­ticas a la otra parte, recriminaciones, justificaciones y ninguna autocrĆ­tica o disposiciĆ³n a ceder"

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Cuando el grupo de alto nivel de la misiĆ³n de la OEA llegue a Lima por encargo de su Consejo Permanente para analizar in situ la situaciĆ³n de nuestro paĆ­s, millones de peruanos estarĆ”n pendientes de los partidos del campeonato mundial de fĆŗtbol, mĆ”s que de sus conversaciones. DifĆ­cil encargo el que tienen los cinco cancilleres porque, por un lado, vienen a mostrar la preocupaciĆ³n del continente entero por el entrampamiento polĆ­tico peruano, pero -por otro- no pueden sugerir una ruta de salida, sino motivar a los actores a buscarlas, cuando durante meses de meses viven enfrentados y sin ganas de sentarse a conversar cara a cara y menos a ceder un centĆ­metro en sus posiciones.

Seguramente los cancilleres ya saben que la crisis presente -bajo la forma de una lucha entre ejecutivo y legislativo- comenzĆ³ hace seis aƱos, cuando los perdedores no reconocieron los resultados electorales del 2016 y que, aunque no pudieron usar como pretexto la ineptitud del gabinete (calificado como un dream team), sĆ­ fueron las sospechas generadas por los efectos continentales del escĆ”ndalo Lavajato las que hicieron renunciar al presidente Kuzcynski. Esas contradicciones polĆ­ticas, agudizadas por la pandemia, trajeron abajo la gobernabilidad hasta los extremos que se hemos visto y vivido en los Ćŗltimos quince meses.

La lejanĆ­a del ciudadano no es extraƱa, pues desde siempre las grandes decisiones se toman en las alturas sin considerarlo y sĆ³lo se le consulta cada cinco aƱos para que emita su voto. IrĆ³nicamente, tras la consulta del aƱo pasado, una parte de la mitad perdedora desconociĆ³ los resultados y buscĆ³ el respaldo de OEA. La intransigencia de algunos, no otorgĆ³, como las normas democrĆ”ticas no escritas mandan, la tregua de cien dĆ­as, para que el presidente Pedro Castillo pudiera organizar su gobierno y formular las reformas que prometiĆ³ en la campaƱa de la segunda vuelta. Al cumplir su primer mes, presionado por las fuerzas armadas despidiĆ³ a su ministro de Relaciones Exteriores y su ministro de Trabajo fue censurado por el Congreso. Desde esa oportunidad, los intransigentes no han cesado en su propĆ³sito de cortar cuanto antes el mandato del elegido.

Es verdad que el nuevo gobierno desde temprano dio muestras de una ineptitud e inoperancia jamĆ”s vistos, y peor aĆŗn, varios de los altos funcionarios estĆ”n comprometidos en delitos investigados por la FiscalĆ­a desde el comienzo de su gestiĆ³n, en una de cuyas diligencias fue descubierta una inexplicable cantidad de dinero en efectivo en la oficina del Secretario General de la Presidencia.

Hay un continuum en la actuaciĆ³n del ala intransigente de la oposiciĆ³n parlamentaria que va hasta la presentaciĆ³n de la tercera mociĆ³n de vacancia presidencial. Pero hay que convenir, tambiĆ©n, en que esa conducta ha sido motivada y alimentada por las decisiones del presidente. Lo hace al nombrar a personas no aptas para el desempeƱo de elevados cargos de gobierno, incluyendo a un ministro de Agricultura envuelto en dos casos de homicidio. O nombrar a un primer ministro por tres dĆ­as, o el despido de los pocos que tuvieron un reconocimiento de diversos sectores.

El gobierno pide diĆ”logo, pero nunca convocĆ³ al Acuerdo Nacional. Solo una vez al Consejo de Estado y ha conversado con las bancadas parlamentarias afines, en contadas ocasiones. Y aunque nombrĆ³ a algĆŗn ministro de un signo ideolĆ³gico diferente, no fue suficiente para formar un gobierno de ancha base como el que prometiĆ³. Inclusive, despreciĆ³ el ofrecimiento de la Iglesia CatĆ³lica que tuvo una iniciativa concertadora, con el lenguaje agresivo del primer ministro Torres, que no ayudĆ³ ni ayuda en nada a su gobierno ni a normalizar las relaciones entre los poderes del Estado.

Pero los errores y deficiencias de un gobierno no pueden determinar el accionar de un poder legislativo. No puede funcionar un parlamento con una mayorĆ­a concentrada en la vacancia de la presidencia desde el primer momento. Menos con el desprestigio que tiene, con trĆ”nsfugas que dividen bancadas, con un congresista acusado de haber violado a la secretaria de su despacho. O pendientes por la agenda fijada por una prensa que tiene una mirada sesgada y vive cegada por la bĆŗsqueda del enfrentamiento como espectĆ”culo y no necesariamente en ayudar a encontrar puentes y salidas.

ĀæCuĆ”l ha sido la responsabilidad de la gran prensa en la crisis? ĀæQuiĆ©n le pide cuentas? Su responsabilidad ha sido su toma de partido desde que terminĆ³ la primera vuelta electoral en abril del aƱo pasado. Su falta de objetividad carga de sospecha sus investigaciones sobre la corrupciĆ³n gubernamental. Al dar la palabra y la imagen a los extremistas es responsable de alimentar un clima de intolerancia que puede afectar el futuro de la democracia y del PerĆŗ. Un clima de intolerancia que ha tensado tanto el ambiente que hasta despreciarĆ­a la conseja de ā€œa enemigo que huye, puente de plata.ā€

Sin embargo, una mirada objetiva al sector minoritario de la prensa que no fue arrastrada por el tremendismo que ha polarizado a la sociedad, descubrirƔ que, hoy por hoy, esos periodistas independientes tambiƩn exigen la salida del presidente.

Luego de tantos empates electorales, el sistema polĆ­tico de partidos ā€œcascarĆ³nā€ y frĆ”gil ciudadanĆ­a, no aguanta mĆ”s. El PerĆŗ estĆ” al borde de la ruptura del orden constitucional y por eso la alarma de la OEA. El PerĆŗ no es EspaƱa, BĆ©lgica o Italia que pueden permanecer meses con gobiernos de transiciĆ³n en situaciones de emergencia. Aunque siempre vuelven civilizadamente a los cauces constitucionales. Esa ruptura puede llevar a un gobierno de facto, autoritario, que arrase con las libertades individuales. Lo que es peor, que absuelva a los tiburones de la corrupciĆ³n del pasado y condene a las piraƱas del presente.

Los pesimistas opinan que se ha llegado a un punto de no retorno. Y que ya no hay condiciones para el diƔlogo porque no hay algo que se parezca a una pƔlida autocrƭtica de parte del gobierno; y de la mayorƭa congresal. O de fiscales y jueces que tambiƩn se han convertido en actores polƭticos.

No parece que haya posibilidades de un pacto semejante al de Punchauca entre el general San MartĆ­n y el virrey La Serna. O a aquel que puso fin a la guerra civil de 1894-95, porque nadie estĆ” dispuesto a ceder nada. El PerĆŗ ha tenido demasiados aƱos de barbarie, como el que pintĆ³ Guillermo Thorndike en su novela sobre el aƱo 1932. No existe la costumbre de los regĆ­menes parlamentarios europeos donde es comĆŗn el diĆ”logo, la negociaciĆ³n, los acuerdos. AquĆ­, desde los aƱos 90 es un pecado mentar la palabra ā€œnegociaciĆ³nā€ en polĆ­tica. Y aunque la sucesiĆ³n constitucional prevista en caso de vacancia manda que la vicepresidenta se haga cargo, a ella pretenden descalificarla por una nimiedad administrativa.

Lo peor de todo esto es que un rĆ©gimen dominado por cualquier extremismo ā€“con o sin representaciĆ³n parlamentaria- querrĆ­a desaparecer, liquidar, anular la participaciĆ³n polĆ­tica de sus adversarios. El grupo de alto nivel lograrĆ­a en parte su misiĆ³n si consiguiera que los polĆ­ticos se convencieran que no puede haber estabilidad y progreso en una sociedad si ellos no se aceptan con sus diferencias, aunque Ć©stas puedan parecer totalmente incompatibles. EstĆ” por verse si serĆ” posible.

Es posible que los comisionados de la OEA esperen escuchar propuestas de salida. Pero es probable que haya mĆ”s crĆ­ticas a la otra parte, recriminaciones, justificaciones y ninguna autocrĆ­tica o disposiciĆ³n a ceder. A estas alturas, la lucha por el poder se ha tornado descarada, cruda y sin eufemismos. De las causas de la crisis ya se han ocupado y seguirĆ”n ocupĆ”ndose los acadĆ©micos. De las responsabilidades se ocupan todos porque es un deporte nacional echar la culpa al otro. Y de las salidas realistas muy pocos se ocupan, tal vez los diplomĆ”ticos y algunas pocas cabezas sensatas en medio de un clima crispado.

A lo mejor la pasividad e indiferencia de las mayorĆ­as sea aparente. DetrĆ”s de una expectante espera que se definirĆ” en algĆŗn momento de un futuro cercano. Por ahora, padecen las consecuencias de la pandemia y de la guerra de Ucrania. Es decir, la parĆ”lisis econĆ³mica y el empobrecimiento masivo, la amenaza de una recesiĆ³n mundial, la sostenida inflaciĆ³n. Tal vez sienten que no es legĆ­timo cortar el mandato del ungido por mayorĆ­a electoral, porque las manos de los que acusan tambiĆ©n estĆ”n sucias. O, si el presente es malo, sospechan que el futuro puede ser peor. Eso explicarĆ­a que se incremente paulatinamente la ola con el reclamo ciudadano de que se vayan todos los polĆ­ticos. Pues no se ve un autĆ©ntico esfuerzo en ambos lados de buscar soluciones a los Ć”lgidos problemas que lo golpean.

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