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Arequipa

¿Ayuda divina para desastres?

"en estas cosas también hay que invocar la ayuda divina…Los invito a hacer una cadena de oración, para que los desastres no sean tan fuertes"

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No acabo de entender por qué causa sorpresa que el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, frente al ciclón que azota el Perú, haya pronunciado que “en estas cosas también hay que invocar la ayuda divina…Los invito a hacer una cadena de oración”, para que los desastres no sean tan fuertes. Tamañas declaraciones no deberían sorprender a nadie porque la gente lo eligió a sabiendas de que es una persona que claramente no sabe distinguir realidad de alucinación y, a pesar de eso, lo eligieron: Como candidato afirmó cosas tan ajenas a la realidad como que “estoy enamorado de la virgen María, que es muy bonita”, que él se curó del covid con Ivermectina (nadie ha demostrado que la ivermectina cure el covid), y que como presidente él curaría a los peruanos con ivermectina y con la “vacuna peruana”, que nunca existió.

En cuanto a si se trata de evaluar la eficacia de las oraciones para evitar desastres, parecería que más bien las plegarias tienen un efecto contrario, como lo sugieren los sucesos en el gran terremoto de Lisboa, un capítulo en la historia que paso a describir brevemente.

El 1 de noviembre de 1755 se produjo un gran terremoto en Lisboa, una de las ciudades con más
creyentes católicos de Europa, en uno de los días feriados religiosos más celebrados: el día de todos los santos, a las 9:40 de la mañana, cuando la mayoría de la población se encontraba reunida en las construcciones más numerosas, grandes, y pesadas de la ciudad, en las iglesias, celebrando misas.
Al empezar el terremoto, la gente dentro de en las iglesias decidió empezar a orar “para pedir ayuda divina y que el desastre no sea muy fuerte”. Se estima que el terremoto fue de grado 8, con una duración entre tres y seis minutos. Muchas de las iglesias terminaron derrumbadas, matando a miles de feligreses que estaban orando dentro, por lo que parecería que las oraciones no habían tenido respuesta favorable, pero los sobrevivientes seguían orando.

En las casas y en las iglesias había miles de velas encendidas como parte de las fiestas, y con el terremoto muchas se cayeron, provocando rápidos incendios en toda la ciudad; y al escapar de los edificios cayéndoles encima y de los incendios, los pobladores buscaron refugio en los espacios abiertos como el puerto o la playa. Pero entonces los alcanzó un tsunami provocado por el terremoto que desafortunadamente había tenido su epicentro en el mar. Murieron entre 60 y 100 mil personas, aplastadas, quemadas, asfixiadas por el humo, o ahogadas. Pareciera que miles de oraciones, de las personas con la mayor fe, al mismo tiempo, trajeron como respuesta más castigos y muertes, no menos.

Quienes defienden que las oraciones sí funcionan sugieren que tal vez los creyentes no estaban orando correctamente, o que entre ellos había muchos pecadores, y por eso su dios los castigó, como en Sodoma y Gomorra (el relato bíblico con el castigo divino que nunca fue verificado y, por tanto, no es un hecho). Pero entonces, ¿ese dios mató o dejó huérfanos a miles de niños inocentes porque sus padres eran pecadores (siguiendo el principio bíblico de que los descendientes deben pagar por los pecados de sus antepasados)?

Los que pudieron salvarse estaban en las colinas, no en las iglesias, y entre ellos se encontraba su monarca, el rey Jose I de Portugal. Tamaña destrucción y muerte dejaron al rey afectado de por vida, y nunca volvió a vivir entre muros, como los de un palacio. Un tiempo después preguntó a sus consejeros cómo deberían reconstruir la ciudad. Hubo quienes le dijeron que la ciudad debería ser reconstruida como era antes, y que solo hacían falta más oraciones y más fe para evitar desastres. Afortunadamente, para nosotros, el rey decidió no escucharlos y en su lugar aceptó las ideas de los pensadores basados en evidencia, ordenando luego investigar, en varias ciudades destruidas, cómo y por qué, muchas construcciones cayeron y algunas quedaron en pie.

Fue el primer terremoto científicamente estudiado por sus efectos en un área grande. Después se hicieron experimentos con modelos miniatura para ver cuáles estructuras resistían mejor los movimientos del suelo. Y luego, con el conocimiento ganado mediante la experimentación y la observación de los hechos, procedieron a reconstruir la ciudad desde cero, diseñada con calles largas y anchas, y con plazas amplias, para reducir el número de víctimas (las calles antes del terremoto eran muy estrechas, por lo que la gente no tenía por donde escapar). Los edificios tuvieron un diseño antisísmico; así, Lisboa se convirtió en la primera ciudad en el mundo científicamente construida para resistir sismos. Y de esos esfuerzos nació la ingeniería antisísmica y la sismología que hoy tenemos. Con el tiempo, estudios científicos encontraron que los terremotos en el mar pueden provocar tsunamis, información que los habitantes de esos tiempos no tenían.

El conocimiento que hoy tenemos sobre los terremotos y otros desastres ha sido alcanzado gracias al empleo del pensamiento basado en evidencia y, sobre todo, a su producto que más beneficios ha traído a la humanidad, como se ha demostrado miles de veces: el método científico, con su inigualable capacidad de descubrir o discriminar lo que es real.

Bien dicen que cuando las mentiras son repetidas muchas veces se convierten en verdad, y tal vez no hay mejor ejemplo como el que la gente se crea, por millones, generación tras generación, que las oraciones tienen poder, aun cuando jamás se ha podido demostrar que las oraciones rindan efecto alguno, en ninguna religión, a ningún dios. Es una mentira tan aceptada que no admite dudas. Y se la creen de tal modo que hasta les ofende que alguien trate de hacerles ver que están siendo engañados; es uno de esos casos en que la verdad ofende, y en masa.

Las personas tenemos libertad de creencia. Podemos creer, si queremos, que el hombre araña es real. Pero las decisiones de nuestros gobernantes deberían estar basadas en hechos, en evidencia, en pensamiento basado en evidencia, en ciencia, y no basadas en superstición, pensamiento mágico, o “verdades personales”. Y quienes no sean capaces de establecer esas diferencias no deberían ocupar cargos en el gobierno; como es claro que problemas reales requieren soluciones reales, no imaginarias.

Finalmente, las declaraciones de López Aliaga tienen que tomarse con alarma. Como una alerta de que las falsas creencias no son inofensivas, que pueden traer fuertes consecuencias para todos en casos de desastre. Y ya basta de mirar para otro lado, de quedarse callado “para no ofender a nadie”. En tanto, debiera ser una responsabilidad social refutarlas, confrontarlas, exponiendo sus graves peligros.

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