Historias de Arequipa | Una anécdota taurina

"Y para que usted sepa que hubo antitaurinos desde muy antiguo, les cuento que dando la noticia de una corrida de toros en la fiesta de Nuestra Señora de la Alta Gracia, un anónimo cronista de La Bolsa, dijo que las corridas de toros son un insulto al culto y a la civilización"

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A mi padre Oscar Carpio Arias (+), quien me inició en esta afición taurina. A mis amigos Samuel Lozada Tamayo, Goyo Menaut y Antonio González Polar, quienes comparten su exquisita sensibilidad taurina conmigo.

CON PERMISO DE LA AUTORIDAD COMPETENTE, BRINDO A LOS AFICIONADOS DE AREQUIPA LA SIGUIENTE CORRIDA. . . DE PLUMA, CON 8 ANÉCDOTAS DE MUERTE.

I. “A LA HUACHI, HUACHI, TORITO”

Es suficiente enunciar el tema de las corridas de toros, para que las gentes tomen un palco y sostengan: unas que son un crimen, y otras, que son un arte. Me parece que estas opiniones encontradas encierran verdades a medias, y las verdades a medias son mentiras de cuerpo entero. Nadie podrá discutir que los hombres somos individuos de una especie animal, que en larga y salvaje lucha se ha enseñoreado sobre las demás especies.

La corrida de toros es una suerte de misa pagana, que recuerda y simboliza en la dimensión animal del hombre, aquella lucha y ese enseñoramiento; por eso a la salida del toro a la plaza se siente esa emoción instintiva por saber el desenlace del encuentro entre el hombre y la bestia; por eso los primeros aplausos son para el toro si éste, por bravo e íntegro, pone sobre la arena el riesgo de la sobrevivencia humana; por eso el toreo está en el dominio y mando que el hombre puede lograr sobre el animal; por eso los espectadores, identificados ya con su congénere que los representa en la arena, celebran el triunfo cuando el animal muere por la estocada certera del matador.

Esta es la dimensión instintiva del rito, pero al torero no sólo se le pide dominio, mando y ejecución de la muerte, porque si no convendríamos en que el mejor torero es el matarife del camal del pueblo, no, el torero debe, además, crear con su cuerpo, con su capa y muleta, con sus garapullos, con sus movimientos, escenas de plasticidad y belleza que demuestran que si el hombre, animal al fin, está en la arena por salvaje e instintivo, está también por ser superior y dominador de su propia animalidad e instinto: mientras el instinto de conservación incita al torero a correr ante la embestida de un temible animal, él, no corre, con serenidad que pasma, lo espera y engañándole con el capote destila 500 kilos de bravura en el delicado primor de una verónica.

Arequipa, ciudad chola que sujeta sus bayetas nativas con alamares hispanos, conoció desde su fundación el toreo. Ya en 1555 el Cabildo de la ciudad acordaba que en las principales fiestas religiosas “de aquí para delante para siempre jamás”, se debían lidiar 6 toros. En el siglo XIX eran tradicionales las corridas de toros en las fiestas de San Juan Ccalato. Se realizaban en la misma plaza de Yanahuara, como se estilaba en las ciudades y pueblos españoles. Nuestros antepasados taurinos llamaban “la temporada de toros” a las corridas yanahuarinas que se realizaban en el mes de junio, mes en que el día 24 era la fiesta de San Juan Ccalato.

Las corridas de ese tiempo eran más capeas pueblerinas que corridas de postín. Cualquier paisano se tiraba al ruedo y con temeridad ejecutaba algunos pases del villancico “a la huachi, huachi, torito”. Hasta que el astado lo topaba o bien, rápido como una liebre, hasta que se ponía a buen recaudo.

El año de 1886, por ejemplo, con ocasión de celebrar “la exaltación del Excmo. Señor General don Andrés A. Cáceres” a la Presidencia de la República, los días 17, 18 y 19 de junio se realizaron 3 corridas de toros en la plaza de Yanahuara. Todas empezaron con el despeje de “vistosas evoluciones gimnásticas” de guardias civiles.

Cada tarde se corrieron 6 toros con nombres tan ocurrentes como: el Quitacalzón, el Lanza Fuego, el Saltaperico, el Pierolista, el Menesteroso, el Rompetablado, el Condenado, el Terremoto, etc. Los miraflorinos no se quedaron atrás. Por la misma “exaltación” organizaron corridas los días 4, 5 y 6 de julio en la “Plaza de Miraflores”, hoy Plaza de San Antonio. Los toros de las seis corridas de “exaltación” no fueron a muerte, sino para capearlos nomá. Los toreros aficionados fueron tan malos, que todos recibieron porrazos a cual mejor, incluso uno de ellos, a consecuencia de una cornada, murió.

Las crónicas de La Bolsa que dieron cuenta de los espectáculos, se regodearon condenando la acción de los capeadores: “Los toreros entenderán de todo, pero no del arte de la tauromaquia”. “Un muchacho hizo de capeador. Valiente chico que mejor estaría en una escuela aprendiendo a leer para ser útil a la sociedad”. “No sabemos cómo se permiten en un pueblo culto semejantes ridiculeces. Y cómo se dan corridas de toros sin que existan entre nosotros individuos peritos en el arte, para evitar desgracias”. “Toros y toreros malos, tales para cuales”.

Otra vez, “entre las estaciones de los ferrocarriles” (había dos estaciones: del tren de Mollendo y del de Puno), se verificó una corrida organizada por los jefes de la guardia civil el 31 de julio de 1888. Varias señoritas invitadas, miraron la corrida desde los altos de la Casa Redonda de la maestranza ferrocarrilera (¡los toros les parecerían a los pimpollos: locomotoras con cachos!).

En 1890, “cerca de la estación de los ferrocarriles” y al lado del “establecimiento que posee el señor Keller”, se construyó la primera plaza de toros de Arequipa. La plaza fue mandada a levantar por los comerciantes Miruched y Keller. Y se estrenó con una soberbia temporada de 6 corridas de postín que les detallo. El domingo 19 de octubre de 1890, a las 3 de la tarde, “con permiso de la H. autoridad y presidida por el juez de espectáculos señor Gala”, sonó el clarín e hicieron el paseíllo los diestros: Juan León “el Mestizo” y Francisco Trujillo “El Tildo”, mientras la banda del escuadrón Gendarmes celebraba el acontecimiento con la alegría contagiosa de un pasodoble.

La afición que se abarrotaba en los palcos, cuartos y galería de la plaza vibraron por la cristalización de un viejo anhelo. Presenció la lidia, el banderilleo y la muerte de 6 toros bravos. La nota más taurina de la tarde la dio El Tildo, quien en el segundo tercio de sus toros, con plasticidad y valentía, clavó hermosos pares de banderillas. El domingo 26 de octubre y el sábado 1 de noviembre, con el mismo cartel y empresa, se verificaron otras corridas de la temporada.

Por ese tiempo, don Enrique B. Barrón alquiló la plaza de Miruched y Keller y, haciendo empresa, organizó 2 corridas más que tuvieron por atractivo: El “estreno del matador Antonio Flores (El Valiente)”, quien “hace días llegó de Lima” y traía un cartel de triunfos en México, La Habana, Montevideo “y otras ciudades”.

Las dos corridas de la empresa Barrón, fueron a beneficio de la continuación de la obra del parque de Santo Domingo (hoy Parque Duhamel). Y para su promoción, se recurrió al taurino expediente de exhibir, con días de anticipación y “en los corrales del circo”, los 12 toros que se jugarían. “Toros inmejorables de las mentadas ganaderías de Laurayani”. Antonio Flores (El Valiente), que el domingo 9 de noviembre partió plaza con Francisco Trujillo (El Tildo) y Francisco Fernández (El Isleño) y, el domingo 16 de noviembre, con Juan León (El Mestizo) y Germán León (Facultades); hizo honor a su cartel y a su nombre, pues con el marco de un concurso espléndido y teniendo al frente un “ganado grande, bravísimo, superior”, dejó enteramente satisfecha a la afición.

Finalizó la temporada inaugural con la corrida, que a beneficio de El Tildo, se efectuó el domingo 30 de noviembre. En ésta, Francisco Trujillo (El Tildo) “sacó con destreza la suerte del picador de á caballo”. Además de la ganancia líquida del caso y una medalla de oro que le fue obsequiada por sus amigos. Actuaron también El Isleño. Y unas tales: Fragosa y Cigüeña (¿mujeres?) que ejecutaron “de la mejor manera que pudieron las nuevas pruebas apostilla para entendidos, el que en 1890 se hiciera la suerte de varas en Arequipa, por El Tildo, era toda una novedad en el Perú, porque en Lima, específicamente en Acho, y en la misma Arequipa, desde antiguo hasta bien entrado el siglo XX, se reemplazó la suerte de varas, por la suerte nacional. Se prefería correr al toro, a caballo, para probarlo y cansarlo, en lugar de picarlo.

No se crea que la afición arequipeña se conformaba con asistir a las corridas organizadas, pues también las improvisaba en las ocasiones menos pensadas. Y hasta con sorpresivos protagonistas. A manera de ejemplo y en loor de la tauromaquia arequipeña permítanme dar la siguiente tanda de cuatro verónicas: los soldados de la columna que comanda el mayor Frisancho, el domingo 20 de abril del año 1873, por la tarde, en que se abrió calle en lo que hoy es la sexta cuadra de la calle Jerusalén, “tuvieron la buena ocurrencia de entretenerse en jugar un novillo en la calle de Jerusalén.

La pequeña corrida se hizo en toda forma. Se arregló convenientemente la calle indicada; el toro estuvo bien enjalmado y los toreros fueron algunos mozos bastante diestros pertenecientes a la misma columna”. Y no me creen en el siglo XXI, que en la antigua Arequipa hubo corridas de toros hasta por quítame esas pajas.

Y para que usted sepa que hubo antitaurinos desde muy antiguo, les cuento que dando la noticia de una corrida de toros en la fiesta de Nuestra Señora de la Alta Gracia, un anónimo cronista de La Bolsa, dijo que las corridas de toros “son un insulto al culto y a la civilización, sería muy conveniente que de consuno las autoridades eclesiásticas y administrativas procuren” abolirlas. (La Bolsa 25 de setiembre de 1873).

A falta de las consabidas corridas de toros de las fiestas de Yanahuara, “ayer” hubo allí una CORRIDA DE VACAS “en presencia de un gentío de toda clase y condición”. (La Bolsa 22 de Julio de 1884. Pág.1).

Ante numerosa concurrencia “Se efectuó ayer” la primera CORRIDA de la temporada. El cartel estuvo integrado por el espada gaditano Francisco Espinoza (El Cuqui) y Manuel Pomares (El Troni). (La Bolsa 10 de Junio de 1895). Las otras corridas de esa temporada se verificaron el 16 y el 23 de junio. Ojo: otra vez toreros españoles en Arequipa ¡Ole!

(En las citas textuales de esta obra se respeta la ortografía de los originales)

Juan Guillermo Carpio Muñoz
Texao. Arequipa y Mostajo. La Historia de un Pueblo y un Hombre
Tomo VI. Págs. 145 – 146

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  • Semanario El Búho

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