La nueva Arequipa

"Dejar atrás el racismo, el clasismo y el regionalismo fatuo. Al menos el 60% de la población actual son migrantes o arequipeños de primera o segunda generación. Es decir, arequipeños que nacieron donde les vino en gana, pero que poseen ese espíritu insobornable, la sed de justicia, la constancia y el talento de los mejores natos al pie del volcán"

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Pocas veces en la historia de una ciudad, como ésta de blanco sillar en su imponente arquitectura y dispersos retazos de campiña depredada por las propias gestiones municipales; ocurre una circunstancia decisiva como la actual. Quizás única para iniciar el camino cuesta arriba de Arequipa.

¿Cuál es esa circunstancia? Pues la desesperanza, la falta de horizonte, la ausencia de líderazgo, el destino incierto y el abandono de ideales. Osea, difícilmente podíamos haber caído más bajo. Y es una oportunidad para levantarse y empezar de nuevo.

Y lo resumo en tres retos a superar. Quizás con un pequeño esfuerzo, pero colectivo, podamos retomar el camino.

  1. Dejar atrás el racismo, el clasismo y el regionalismo fatuo. Al menos el 60% de la población actual son migrantes o arequipeños de primera o segunda generación. Es decir, arequipeños que nacieron donde les vino en gana, pero que poseen ese espíritu insobornable, la sed de justicia, la constancia y el talento de los mejores natos al pie del volcán. Las nuevas generaciones, educadas aun con el espíritu discriminador, la pasarán mal en el futuro.
  2. Apreciar, más allá del lirismo insulso, la riqueza patrimonial de la ciudad. Eso incluye: no destruir casonas para alquilarlas a galerías comerciales; no pagar coimas para habilitar terrenos agrícolas; no afear los monumentos arquitectónicos con suciedad o pintas; no incrementar el caos del transporte ignorando las reglas básicas de la transitabilidad o dejando a los transportistas informales jugar con nuestra vida; no construir o invadir terrenos para lucrar simplemente.
  3. Llenar de contenido aquello que repetimos tan ligeramente: vivir en una ciudad reconocida como Patrominio Cultural de la Humanidad, debería implicar un poco más de “humanidad”, precisamente. Retomar valores como la amabilidad, la solidaridad, la sensibilidad artística. Y, de acuerdo a los tiempos, emplear con sentido común la tecnología para hacer posibles nuestros sueños, los de todos. De la colectividad que conformamos, no solo de los que viven en Yanuahuara o Cayma. Implica tolerancia cero con la corrupción y la “viveza” criolla; privilegiar la cultura, la ecología y la justicia. En suma, mejorar nuestra propia humanidad, para conformar en colectivo una mejor sociedad.

El esfuerzo individual, en función del propósito común, puede obrar esta transformación en Arequipa. En la era de la inteligencia artificial, necesitamos profundidad en el alma. No vivamos en vano al pie de un volcán.

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