Vértigo (1958): Hitchcock visita al Dr. Freud

"Desde siempre, desde que la película empezó, él ha estado enamorado de alguien que no existió, de una sombra, de un fantasma, de una mentira, de una parodia"

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“Vértigo” (Paramount, 1958) es tal vez mi película favorita de Hitchcock. En ella están presentes todas las obsesiones, las manías y las preocupaciones del gran director inglés. “Vértigo” es -primero- un tratado del amor (el amor es una eterna persecución en busca de lo inasible), es también una muestra moderna de cine surrealista y es -por último- un ingenioso cuento policial.

Cuando la vi por primera vez, hace treinta años, me pareció que el asunto policial era el único punto débil de una grandiosa película. La volví a ver no hace mucho (la he visto cuatro veces en mi vida) y mi percepción ha cambiado un poco: el asunto policial en “Vértigo”, es decir, la cotidianeidad de la vida “real y verdadera” es más que necesaria: hace el contrapeso exacto a la imaginería hitchcockiana que se deleita en el vuelo onírico hacia un pasado fabuloso y en la búsqueda de identidades cambiantes e ilusorias.

Bien visto, el cine de Hitchcock tiene esa doble perspectiva: fantasía pesadillesca anclada en una realidad cotidiana y banal. En “Vértigo”, el único personaje racional es la diseñadora Marjorie, la exprometida de “Scottie” Ferguson, y que intenta todavía pescarle como marido. Al rechazarla, “Scottie” elige el mundo onírico de una pasión desbordada y trágica. A partir de entonces, el descenso de “Scottie” hacia esa región verde del pasado y de la obsesión será siempre cuesta abajo (el verde en Hitchcock representa el pasado). Un descenso vertiginoso hacia la locura.

Guillermo Cabrera Infante, con la genialidad que siempre le caracterizó, comparó a “Scottie” y Madeleine con Orfeo y Eurídice. Vio en ese descenso, un “descensus ad inferos” … Puede ser, salvo que los antiguos héroes siempre regresaban, “Scottie” no, él está condenado, como todos nosotros estamos condenados, a ir tras las bellas sombras que el tiempo ha permutado. Desde siempre, desde que la película empezó, él ha estado enamorado de alguien que no existió, de una sombra, de un fantasma, de una mentira, de una parodia. La imagen de esfinge de Madeleine, su candor y su vulnerabilidad, sus silencios y sus largos paseos por San Francisco al mediodía, acaban por enamorarlo. Él la sigue de lejos, la vigila. Hasta que un día ella oye la voz de la muerte que la llama y se arroja a las aguas de la bahía, al pie del Golden Gate. Ese día nace el amor entre ambos y viven un romance prohibido y fantasmal porque ella no es ella sino Carlotta, una dama que vivió hace doscientos años y que tuvo una vida y un final trágicos… Para no hacer spoiler lo dejo ahí. Vale la pena ver esta obra maestra que, como repito, quizá sea lo más logrado de la filmografía de Hitchcock.

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