A raíz del primer acto del golpe institucional contra la Junta Nacional de Justicia perpetrado por la Comisión Permanente del Congreso, los peruanos decentes se hacen la pregunta del millón: ¿por qué la gente no se moviliza contra los que están arrasando con la Constitución y la ley?
Si los gobernantes y parlamentarios exhiben -como señalan todas las encuestas- una desaprobación mayúscula y sostenida durante los últimos doce meses, los políticos izquierdistas se preguntan y les preguntan a los científicos sociales ¿por qué la gente no se moviliza e impone el adelanto de elecciones, como es su deseo?
Hay tantas razones que se añaden para una masiva protesta: la inseguridad ciudadana, sin que los mayores gastos en seguridad estatal activen la inacción policial; la cotidiana aparición de denuncias contra políticos, funcionarios y empresarios corruptos; la falta de empleo y la carestía de la vida que achica los ingresos cada día; la pésima atención en los establecimientos de la salud pública y del Seguro Social y tantos otros abusos, incluidos los de monopolios privados como Movistar. ¿Hasta cuándo soportará la gente? ¿Cuándo se acabará su paciencia?
Aquí ensayaré la presentación de algunos factores que traban las protestas:
- La represión disuade: es verdad que las 49 muertes causaron una gran indignación, particularmente en Ayacucho, Apurímac, Cusco, Puno y Arequipa, pero también provoca la inhibición de la gente. El imaginar una herida resulta paralizante.
- La pobreza disuade. La pobreza no lleva automáticamente a la protesta. Pobreza significa, también, desinformación. Más aún cuando la tele y la radio se esmeran en destacar opiniones favorables a la alianza Gobierno-Congreso, pretendiendo que todo volvió a la normalidad. Por ejemplo, millones no entienden por qué hay un golpe contra la Constitución, la Junta Nacional de Justicia y viene otro contra la Fiscalía, pues los corruptos quieren que destituyan a los fiscales anticorrupción para que los políticos encausados por las coimas de Odebrecht, los cuellos blancos del Callao, y mochasueldos, queden libres de polvo y paja. Además, un día sin trabajar es un día sin comer.
- No tenemos las organizaciones políticas y gremiales que canalicen esa indignación, a diferencia de Argentina o Chile, por ejemplo. Pero las masivas movilizaciones del 2020 que trajo abajo el gobierno de Merino se dieron, igualmente, sin organizaciones sociales fuertes. ¿Por qué, la diferencia?
- Allí donde hay organizaciones no hay liderazgos claros y fuertes. Y si hay algunos dirigentes, “no hacen trabajo de base”, como dicen algunos. No ligan las necesidades inmediatas de la gente con las propuestas de nuevas políticas, con el programa de un nuevo gobierno. Es decir, les faltaría “ligar la lucha económica a la lucha política”, como se decía en el lenguaje de los años 70. Pero, justamente, lo que demostraron las movilizaciones del 2020 que sacaron a Merino y las desarrolladas contra Dina Boluarte, por el adelanto de elecciones, es que la gente sí puede trazarse objetivos políticos sin escalar -necesariamente- por las reivindicaciones inmediatas del agua potable, mejores salarios o medicamentos básicos, como el gobierno quisiera que se limitaran. A propósito, ningún grupo de la izquierda sensata y moderada, está planteando un programa concreto para combatir la inseguridad ciudadana, por ejemplo. Y hasta ahora el capítulo económico de la cacareada nueva Constitución no tiene propuesta fundamentada alguna. Pero en Puno hay indignación y hay organización, ¿por qué dejaron de protestar? La Psicología Social diría que es porque la gente no puede estar en permanente estado de exaltación.
- La publicidad disuade: el bombardeo de avisos que inducen al consumismo y la aspiración a consumir tal o cual producto de belleza o moda, o tal apuesta en los deportes, son el nuevo opio del pueblo y en particular de los jóvenes: los adormece y les hace vivir ilusiones en reemplazo de su vida miserable.
- Pero el factor más importante es que las personas, los sujetos han cambiado y los políticos de izquierda no se han dado cuenta. Desde que Giovanni Sartori escribió en los años 90 que el mundo ha entrado en una nueva época en la que los medios audiovisuales imponen su dominación (la videocracia), se ha transformado al homo sapiens en homo videns que sólo cree que es real lo que sale en la tele o en youtube. Se nota claramente en los jóvenes, que viven pendientes de su teléfono y las redes sociales y sus contenidos ligeros y distractores. Las redes sociales crean la ilusión de la participación política: tal es el individualismo que se extiende más y más, que millones piensan que participar en la vida nacional se limita a leer blogs o canales de youtube y dar algunos likes o poner emoticones de “me molesta”. Sin que sean conscientes de que son manipulados por fakes news y algoritmos de la inteligencia artificial que los llevan a la fanatización, como ha señalado hace poco Francisco Miró Quesada Wesphalen.
- La perspectiva electoral dispersa fuerzas: en la izquierda pululan los pequeños colectivos, los grupos que aspiran a juntar firmas, inscribirse y participar en las elecciones. Muchas cabezas de ratón, poca humildad, muchas mezquindades o suspicacias. Eso para el ciudadano de a pie no sólo lo desalienta, sino que lo molesta y lo lleva al campo del escepticismo.
- La aparición de la izquierda bruta y corrupta en el 2021 disuadió a los ciudadanos honestos e indignados. La izquierda moderna y sensata -apodada “caviar”- no supo romper a tiempo cuando aparecieron los veinte mil dólares en la oficina del primer ministro, con el gobierno más incapaz de la historia republicana. La corrupción había penetrado en los alcaldes de la Izquierda Unida – IU desde los tiempos de Alfonso Barrantes. El caso Villarán -de las filas de los caviares- hizo tanto daño a la causa izquierdista como lo hizo la guerra senderista. Millones dejaron de creer en las izquierdas como alternativas viables. Por tanto, muchos dispuestos a movilizarse no lo hacen, si se van a mezclar con los defensores de los corruptos de la izquierda.
- La izquierda caviar no entiende a la juventud estudiosa o trabajadora, adicta a las redes sociales cuyo interés por la música, el fútbol, la moda y el vacilón del fin de semana, es infinitamente mayor que por los problemas reales. Tampoco ofrece lideres y lideresas creíbles, pues las ve – y es cierto – comprometidas con la debacle del gobierno de Pedro Castillo.
En resumen, la gente no se moviliza porque ha cambiado con la revolución de las nuevas tecnologías de comunicación (hay “nuevas subjetividades”, dirían los académicos). Y de eso todavía no se dan cuenta los políticos de la izquierda sensata y moderna, que suponemos está interesada en “mover la calle”. Pero, aunque algunos sólo estuvieran interesados en la batalla electoral del 25-26, también tienen que ponerse en onda. Pues no se trata sólo de tener comunity managers y hackers, sino organización (activistas, voluntarios, convencidos) en, al menos, un tercio de las provincias del país, como manda la ley. Tampoco se moviliza porque los pequeños liderazgos están dispersos. Y no tienen alternativas claras con un programa que responda a los problemas álgidos y una organización que los sustente. Ninguno ha encantado a la gente, con un lenguaje que pegue en las profundidades del alma de los peruanos.
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