El Carnaval en Arequipa: todo era algarabía, había un corso y abundaban las serpentinas y el agua

Las familias se iban uniendo a sus vecinos y se formaban las comparsas. Los jóvenes escondían sus caras con pintura y así podían “atacar” a sus anchas a los andantes, mientras las jovencitas les lanzaban huevos con pintura.

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La fiesta del Carnaval en Arequipa ha sido motivo de estudios y tesis. Y lo que se sabe de esta fiesta, en general, es a través de los dichos de las personas, algunas fotos y videos que se han podido conservar en el curso de los años.

Recogiendo estos estudios, cuando se trata de las festividades de la Blanca Ciudad, los carnavales tienen un lugar. Se sabe que la costumbre de celebrar vino de Europa, pero en el Perú se fue adaptando según las usanzas de cada región, todas con alguna particularidad.

En Arequipa, los carnavales se jugaban de febrero a marzo. Pero la fecha central se celebraba durante tres días antes del miércoles de ceniza. En estos días, todo era algarabía. Abundaba la serpentina. Se jugaba con polvos, agua, frutas y hasta huevos. Durante todo el año, la gente juntaba con mucho cuidado las cáscaras de los huevos para rellenarlos también con pintura, polvos e incluso perfume. Los globos vendrían después.

Existe un video del año 1931 de Carlos Carrillo -probablemente haya muchos más guardados entre las familias- en el que se puede ver un corso en la Plaza de Armas, con pintorescos carros alegóricos y mucha serpentina, festejando el “Carnaval en la Ciudad de Arequipa” como se le denominaba. Los adultos proveían a los niños de los “materiales” para que “participen”jueguen”. Globos con agua, huevos y las cintas de papel en todos los colores que se enrollaban en el cuello y lanzaban a los marchantes.

De acuerdo con Ballón Lozada, el primer Carnaval que se desarrolló en Arequipa tuvo que ser en febrero, marzo o abril de 1541. “La sociedad arequipeña criollizó esta fiesta pagana, convirtiéndola paulatinamente en un Carnaval popular”, dice.

Y en su libro “Visión histórica de Arequipa”, el historiador Eusebio Quiroz Paz Soldán, explica que desde los años 60, con la llegada de los migrantes y con ellos sus costumbres, la ciudad toma un nuevo rostro. El aporte andino se incrementa también el el carnaval, sobretodo en cuanto a la incorporación de música y cánticos.

Los juegos del carnaval

Según cuentan, las familias se iban uniendo unas a otras para ir todos juntos a la fiesta. Así se formaban lo que luego se llamarían las comparsas o “huifalas”. Unas más adustas y amables y otras convertidas en verdaderas pandillas con jóvenes que venían de otros barrios. Los jóvenes en general cubrían las caras con pintura y así podían pasar de “incógnito” hasta la Plaza de Armas, donde se concentraba el juego y jolgorio.

Allí ya estaban apostados otros grupos listos para el juego de agua y pinturas, pero se dice que también de burlas hacia los políticos y personajes públicos. Arequipa, contestataria también en el carnaval.

Entre las familias más acomodadas, que se quedaban en sus viviendas, también primaba el juego, usando las frutas como armas de defensa. Las preferidas: los mangos y sandías cuyas carnes se aplastaban unos a otros en los rostros.

En toda la ciudad, los balcones servían de “torreones” desde donde se lanzaban baldazos de agua a los transeúntes que estaban en la fiesta o solo pasaban. Eran generalmente las mujeres las que se ubicaban allí y aprovechaban para entablar una lucha de agua y huevos con los jóvenes que transitaban. O simplemente mostraban su coquetería y destreza en la puntería.

Como no podía ser de otra forma en Arequipa, la comida era parte de las fiestas. Y en carnavales se acostumbraba comer chancho, pavo, pollo y gallina con coliflor y grandes porciones de rocoto, ají y lechuga. También se bebía chicha dulce, cervezas y la gente bailaba hasta el amanecer.

También eran parte de ese todo festivo las picanterías que recibían a los visitantes, quienes probaban los famosos platos que las caracterizaban y escuchaban música folclórica y bebían aguardiente.

Al día siguiente, a recargar fuerzas y “municiones”, preparar estrategias de ataque y a resistir la contraofensiva de agua, polvos y pintura en medio de risas y anécdotas de esta costumbre aún enraizada en los arequipeños y peruanos en general.

El gran corso del carnaval

En el apogeo de esta celebración, entre 1920 y 1950, se realizaba el Gran Corso de Carnaval carros alegóricos, donde iba la reina de la fiesta elegida para la ocasión. Participaban clubes y agrupaciones.

Luego se impuso el carnaval arequipeño loncco que empezaba el sábado. El domingo el corso se reemplazó por la entrada del ‘Ño Carnavalón’ que venía desde Miraflores acompañado de las comparsas y su cántico: “Cantemos, bailemos ¡apujllay! sobre una granada ¡apujllay!, hasta que reviente ¡apujllay!, agua colorada ¡apujllay!”.

El Ño carnavalón “moría” el miércoles de ceniza, cuando se le enterraba acompañado de “viudas” que se vestían de negro. Tras nuevos bailes, se le enterraba junto al juego hasta el siguiente año. En algunos barrios, se instituyó la Yunzada, después de este entierro, una costumbre andina que aún se celebra en ciertos distritos, que consiste en derribar un árbol adornado de regalos, asumiendo el “cargo” quien dio el último golpe.

En una síntesis de estas costumbres, surgió la celebración en Acequia alta (Cayma), conocida por la presencia de los mojigangos, quienes dan vida a la celebración junto a los músicos y la “pandilla” de payasos que abre paso.

Los mojigangos son personajes que van disfrazados de: bruja, dama, doctorcito y otros con trajes de varios colores que representan a la gente del pueblo. tradicional. Esta celebración ha sido reconocida como patrimonio cultual vivo por el Congreso de la República.

Con algunos datos de “Fiesta y poder en los carnavales de Arequipa contemporánea: 1900 – 1960”. Julia Estela Condori Huamaní y Yeny Nina Escalante. Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. 2016.

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