El tiempo que fluye a la media noche

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Aristóteles decía que el historiador es profeta del pasado y el poeta, profeta del futuro. Entre las teorías modernas de la literatura, como la teoría de la recepción, se sostiene que es en la interpretación —creativa y coherente­— donde se pueden generar multiplicidad de significados y sentidos del texto. Ahora, ciertamente hay textos que, por sus recursos, presentan más posibilidades que otros. El tiempo que fluye a la media noche (Fondo Editorial. UCSM 2019) de Héctor Martínez Carpio es un poemario de esta provechosa condición. Guarda cierto hálito profético y al mismo tiempo, es un texto sembrado de muchas alusiones y aristas muy sugerentes.  

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Se trata de un solo largo poema cuyo tópico es la travesía. Es una epopeya moderna cuyas referencias nos remiten al renacimiento, pero a su vez contiene muchos elementos que podemos trasponer al mundo actual. Su héroe, como Colón, se embarca a ultramar, a lo desconocido, en busca de un lugar inexistente: Narsingar. El único sentido y valor de su vida está centrado en la empresa del descubrimiento del “nuevo mundo” que paradójicamente es un lugar que cree recordar y acaso confunde con una visión. Topos – utopos, recuerdo – visión, mundo viejo – mundo nuevo, el fin – el inicio, lo original – lo repetido son términos polarizados con los cuales permanentemente juega el yo poético desde los primeros versos:

“En un mundo ya

perdido y fragmentado sólo intentamos completar la

realidad, mediante una combinación de palabras que se

alejan de la trivialidad y de la originalidad extrema”

La utopía, también está presentada como una urgencia en un mundo envejecido y caduco. Así, el navegante viaja incansablemente a Narsingar para salvarse “del horror al vacío”.

Un elemento clave en este poema narrativo es el espejo. Una especie de frontera entre lo real y lo ficcticio, porque los espejos en Narsingar no multiplica a los seres fantástico sino los desaparece. Ante esta revelación, el navegante comprende que la travesía ha terminado. La noche ha terminado, se dice. Con lo cual, hacia las últimas líneas, se abre la poderosa sugerencia de que aquel viaje hacia lo imposible y desconocido, en apariencia eterno, ocurre apenas en unas horas de la noche, más aun, en un instante de la media noche. En este libro cada uno de nosotros, lectores, puede emprender el viaje a su propia utopía que, de cierta forma, conducirá nuestra vida. Las utopías nunca se alcanzan, pero eso no importa. Lo que importa es la revelación y el viaje.   

“Entonces comprendí

que ese raro y dramático momento

no importa

El fin del mundo

no importa”.

Es el primer poemario publicado de un poeta maduro. No es posible que sea el primero que escribe. “Héctor Martínez formó parte de la movida poética de los ochenta en Arequipa”, dice en la presentación. El tono prosaico lo identifica y emparenta con una vertiente de esta poesía en el Perú. Llama la atención que recién publique. Dudo del hecho de que haya invertido tiempo y energía convirtiéndose también en un destacado académico y haya publicado varios libros de investigación, sea la razón. Me inclino a pensar más bien que esperaba la maduración de su poesía. Así, los lectores podemos tener la seguridad de leer en El tiempo que fluye a la media noche la única poesía posible: la buena.

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