Entre los escasos aportes de las ciencias sociales peruanas para entender nuestra realidad, hay que resaltar la teoría de la “Cultura Chicha”, que apareció a fines de siglo pasado, y tuvo mucha vigencia hasta inicios del presente. Nacida del campo de la música, lo “Chicha” no sólo se refería a ese ritmo producido por la hibridez del huayno y la cumbia, a la que se le sumaba una nueva estética de formas y colores, sino también a nuevas reglas del quehacer político en donde los principios partidarios, la lealtad ideológica y demás valores, fueron reemplazados por la inmediatez y tecnocracia pragmática, envoltorios que hicieron de la mentira y la traición, los nuevos paradigmas de la política nacional. Eran los años del auge fujimorista.
Así, nuestro país se “achichó”; es decir, como nunca, la trasgresión se glorificó, la informalidad se enalteció; los medios vendidos al poder liquidaban sin rubor alguno a los opositores políticos; y el gobierno, específicamente, la dupla fujimontesinista, pisoteaba o interpretaban a su manera las leyes para perpetuarse en el poder y seguir robándole al país. Es decir, la mafia se apoderó de nuestro sistema político, imponiendo su lógica.
Todo parece indicar que, a pesar del tiempo transcurrido, la ecuación “Cultura Chicha-Estado Mafioso”, sigue siendo la regla de oro en nuestro país; es decir, para el peruano de a pie, lo natural es transgredir la norma; es más, la “pendejada” es un símbolo distintivo de nuestra peruanidad. Esas características (trasgresión y pendejada), también distinguen a nuestro Estado, y mucho más a nuestros gobiernos.
Quizá, éstas sean las explicaciones sociohistóricas que nos ayuden a entender por qué la peste sigue ganándonos, y mucho más en esta ya oficialmente declarada segunda ola, que ha hecho que la frase más repetida sea: “No aprendimos nada”. Como puede verse, a casi una semana de la “Cuarentena Sagastista”, ésta no funciona; o, en todo caso es una “Cuarentena Chicha”, tanto para la población como para nuestro gobierno; es decir, la gran mayoría la incumple, o la cumple a su modo, igual que nuestras autoridades, que divagan, no definen, callan; se centran en sus propios intereses, o, lo peor, mienten. De esa manera, sin orden y autoridad, el país se achicha más; por tanto, más posibilidades para que la peste siga en auge.
En esa lógica, es imposible que la “Cuarentena Sagastista” dure sólo las dos semanas anunciadas. Todo hace prever que se extenderá hasta no sabemos cuándo; y, lo que es peor, se ensanchará al resto del país, involucrando a regiones como Arequipa que hasta el momento estaría en el privilegiado grupo de los menos afectados; pero que está haciendo todos los méritos para aparejarse a Lima y las nueve regiones restantes declaradas en cuarentena total.
Es cierto que en esta “Cuarentena Sagastista”, las condiciones son diferentes a la “Vizcarrista”; pues, principalmente, la economía aprieta más y hay un hartazgo al encierro; sin embargo, esas características se confabulan mejor con nuestra cultura trasgresora, lo cual ha hecho que esta cuarentena chicha se asuma casi con normalidad por todo el país; es decir, nadie se inmuta; y, lo peor, ni siquiera nos conmueve la cifra de seis dígitos que ya alcanzó las víctimas de la peste.
Muy a nuestro estilo, a esta “cuarentena chicha”, luego le seguirá la “vacunación chicha”; es decir, desorden, informalidad, negociados, información falsa, estafas, y un largo etcétera, que nos mantendrá distraídos, hasta retomar, por obligación, el tema de las elecciones generales que son más chichas que nunca, y que arrojará a un congreso y, luego, a un “presidente súper chicha”. Parece un guion tenebroso; sin embargo, así son las cosas. Lo único que nos queda por desear, es que esa chicha, por lo menos sea de guiñapo.
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