Dólares y ‘brics’: la guerra monetaria del siglo XXI

El dólar ha sido la moneda global desde los años veinte tras la desaparición del patrón oro, por su utilidad como medio de cambio, unidad de cuenta y depósito de valor. Hoy son cada vez más frecuentes las iniciativas para ‘desdolarizar’ el comercio internacional desde organizaciones como los BRICS o la OCS

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En 2003, unos soldados de EEUU que inspeccionaban uno de los palacios de Sadam Hussein encontraron en una de sus habitaciones 650 millones de dólares en billetes de 100. Nadie se sorprendió mucho. Debido a su ubicuidad, son los más utilizados para todo tipo de transacciones ilegales: de drogas, armas, personas…

Y eso es mucho dinero. Según la Global Initiative Against Transnational Organized Crime, las falsificaciones mueven al año entre 923.000 millones y 1,1 billones de dólares, el tráfico de drogas 426.000-652.000, el de especies protegidas 15.000, la minería ilegal 12.000-48.000 y el de armas cortas 1.700-3.500, entre otras actividades delictivas que suman 1,6-2,2 billones de
dólares anuales.

Gran parte de ese dinero circula en billetes verdes de 100, cuyo número se duplicó entre 2008 y 2018 por la inagotable demanda de países cuyos ciudadanos temen la volatilidad de sus monedas y sistemas financiero y la seguridad de sus propiedades y para los que los dólares son un valor de refugio tan seguro como el oro, pero más fáciles de gastar. El billete de 200 euros, que vale mucho más que el de 100 dólares, en cambio, apenas se usa. La razón es simple.

El producto de exportación más lucrativo de EEUU no es el petróleo, las películas de Hollywood, los aviones de Boeing o los iPhone de Apple, sino trozos de papel con el rostro de Benjamin Franklin que se imprimen en Washington y Fort Worth y se distribuyen desde Londres, Frankfurt, Singapur y otros centros financieros.

En 2020, EEUU exportó 65.300 millones de dólares en billetes, la mayor parte de 100, solo después de petróleo, pero con mucho mayor rentabilidad. Al gobierno federal le cuesta solo 14 centavos imprimir un Benjamin y unos centavos más enviarlo fuera. A cambio de cada uno de ellos, por los ingresos de señoriaje, Washington obtiene el equivalente a un crédito sin intereses de 100 dólares.

La Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication estima que en 2019 las reservas de divisas nominadas en dólares en sumaban 773.900 millones, el 62% del total, frente al 2,7% del yuan.

¿Una fortaleza inexpugnable?

Ese orden monetario no sale gratis a Estados Unidos. El dólar fuerte le permite pagar menos por sus importaciones, pero encarece sus exportaciones, un precio que la Casa Blanca, el Congreso y los votantes están dispuestos siempre a pagar. El resto del mundo no está tan contento, sin embargo.

El expresidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, consideraba “aberrante”, por ejemplo, que la UE tuviese que pagar en dólares más del 80% de sus importaciones de gas y
petróleo pese a que solo el 2% provenían entonces de EEUU. Tampoco es difícil de explicar. Según el FMI, el 40% de las transacciones financieras internacionales y el 84,3% del comercio exterior se hacen en dólares, frente al 4,5% del yuan.

Al final, la respuesta a la pregunta que se hizo Lula en Shanghái en abril –“¿Quién decidió que el dólar fuese la moneda global tras la desaparición del patrón oro?” es simple: nadie. Su valor lo fue adquiriendo poco a poco desde los años veinte por su utilidad como medio de cambio, unidad de cuenta y depósito de valor, es decir, las funciones esenciales del dinero.

Pero las cada vez más frecuentes iniciativas para desdolarizar el comercio internacional indican que la fortaleza ya no es inexpugnable. Las fuerzas que hoy se congregan ante sus muros suman las de los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica. China, India, Brasil y Rusia son cuatro de los nueve países más poblados, con 3.200 millones, el 40% de la población global. En 2022, gracias a China, su superávit comercial rondó lo 387.000 millones de dólares.

Pese a las reticencias de India y Brasil, que temían que la ampliación del bloque diluyera su influencia en los BRICS, al final, China, con el apoyo de Rusia, impuso su criterio en la XV cumbre de Johannesburgo en agosto, invitando a unirse al grupo a Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos.

China ha creado así una estructura política y económica bajo su liderazgo y en la que será el ‘primus inter pares’ de un bloque que representará el 47% de la población mundial y más
del 37% del PIB en términos de poder adquisitivo (ppp), frente al 9,8% y 29,8%, respectivamente, del G7.

Muchos analistas –entre ellos Jim O’Neill, el economista de Goldman Sachs que acuñó el acrónimo en 2001–, no veían futuro para un bloque artificial de países separados por océanos y valores culturales, con escasas relaciones diplomáticas y sistemas políticos diferentes. De sus 11 países miembros, cinco serán democracias, tres Estados autoritarios, dos monarquías absolutistas y una teocracia.

Pero contra todo pronóstico, el bloque se institucionalizó, creó un banco (NDB), y aumentó sus intercambios comerciales. Este año, por primera vez, China exportó más a países en desarrollo que a EEUU, la UE y Japón juntos. En 2022, el comercio bilateral entre China y Arabia Saudí superó los 106.000 millones de dólares, un 30% más que en 2021. En 2001, esa cifra apenas rondaba los 4.000 millones de dólares, un 10% del comercio que Riad mantenía con EEUU y la UE.

Los privilegios del club

Pertenecer al club tiene muchas ventajas. Tras invadir a Ucrania, Rusia ha obtenido ayuda de India para evadir las sanciones occidentales, apoyo económico de China y diplomático de Brasil y su Armada ha participado en ejercicios navales con la de Suráfrica. Barry Eichegreen, una especie de biógrafo del dólar, ve el vaso medio lleno a favor del dólar, pero los economistas de los BRICS lo ven medio vacío.

En 2001 las reservas mundiales en dólares eran el 73% del total, 55% en 2021 55% y 47% en 2022. Otras secuencia es igualmente reveladora: en 1945 EEUU representaba el 50% del
PIB mundial, 20% en 1991 y 17% en 2022.

La naturaleza del monstruo

Analistas geopolíticos como Hal Brands o Niall Ferguson ven analogías con la guerra fría. Pero ésta vez el desafío es muy distinto. En los años setenta y ochenta, el comercio bilateral entre EEUU y la Unión Soviética nunca superó el 1% de su comercio exterior. China, en cambio, representa el 16% de la balanza comercial de EEUU y de la UE. El desacoplamiento –o
de-risking, como prefiere llamarlo Bruselas– es una misión quizá imposible. Pero no va ser por falta de intentos.

Robert Lighthizer –que como su representante comercial aconsejó a Trump subir al 25% los aranceles a las importaciones provenientes de China–, sostiene en No trade is free (2023) que para un desacoplamiento total de sus economías, EEUU debe subir los aranceles al 100% y expulsar a China de la OMC hasta que su superávit comercial con EEUU (400.000 millones de dólares) desaparezca.


«Hoy el 27% de los países del
mundo, que suman el 29% del PIB,
están sujetos a algún tipo de
sanciones, la mayor parte de
Washington»


Según escribe Hal Brands en Foreing Policy, Rusia y China no son aliados, pero integran un bloque cada vez más cohesionado por los gasoductos, las redes de transporte y organizaciones como los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) para ponerse fuera del alcance del largo brazo del departamento del Tesoro y del Pentágono.

Según el Center for Economic and Policy Research de Washington, hoy el 27% de los países del mundo, que suman el 29% del PIB, están sujetos a algún tipo de sanciones, la mayor parte de Washington, que a fines de 2021 tenía en su lista negra a 9.241 personas y organizaciones, 900% más que hace 20 años.

Dogmas de fe

La oposición vehemente a la influencia china es lo único en lo que están de acuerdo republicanos y demócratas. En Pekín las cosas no son muy distintas. En Party of one (2023) Chun Han Wong, excorresponsal del The Wall Street Journal en Pekín, señala que la creencia de un Oriente en ascenso y un Occidente en declive se ha convertido en un dogma de fe en
Zhongnanhai, la sede del PCCh y del gobierno chino, que parece creer que tiene cartas para ganar la partida monetaria.

En la última cumbre de la OCS, que en 2022 admitió a Irán, Xi Jinping dijo que era necesario aumentar el porcentaje de pagos en monedas nacionales para contrarrestar el “hegemonismo”. Y está actuando en consecuencia.

En abril, Argentina anunció que pagaría 1.000 millones de dólares de importaciones chinas en yuanes. Rusia propone crear una nueva moneda –un hipotético “bric”– que los países del bloque usarían como medio de cambio entre ellos, no como circulante. Ya en 2019, Moscú aumentó del 5% al 15% sus reservas de divisas en yuanes, 10 veces más que la media
mundial.

Antes de la guerra en Ucrania, Yiwu, una ciudad a 300 kilómetros de Shanghái que alberga el mayor mercado mayorista del mundo de manufacturas, realizaba solo el 10% de sus operaciones internacionales en moneda china. Gracias a sus nuevos clientes rusos, que lo pagan todo en yuanes, su uso se ha quintuplicado en relación a 2019. El mundo árabe
podría sumarse al nuevo orden.

Desde 2018 China, el mayor importador de petróleo, es el principal socio comercial de Arabia Saudí, a su vez su mayor exportador. En 2022, su comercio bilateral superó los 106.000 millones de dólares, 30% más que en 2021. En 2001, esa cifra apenas rondaba los 4.000 millones, un 10% del que mantenía con EEUU y la UE.

El yuan con otro nombre

El gobernador del banco central surafricano, Lesetja Kganyago, ha dicho que una moneda común exigiría un banco central, algo especialmente difícil, dijo, en países dispersos en
varios continentes. Una divisa viable requería sistemas de pago y mercados financieros regulados y líquidos para poder competir con los bonos del Tesoro en profundidad y liquidez.
Pero Kganyago no dijo que fuese imposible. Los BRICS tienen ya algunas cartas en la manga: desde 2015 el Asian Infraestructure Investment Bank y desde 2013 el New Development Bank (NDB), que va a conceder el 30% de sus créditos en monedas de sus países miembros.

El problema para los BRICS es de distinta naturaleza y probablemente irresoluble. Como recuerda Michael Pettis en Foreing Affairs, nunca hubo nada similar al dólar en la historia
monetaria. Antes de su ascenso, las monedas que financiaban el comercio internacional basaban su valor en el oro y la plata.

«China no se plantea en realidad
suplantar el dólar. Su objetivo es
más modesto: mitigar la exposición
de sus bancos al riesgo de las
sanciones occidentales»

Aunque ya en 1860 EEUU tenía la mayor economía mundial, el dólar se usaba poco. Fuera por las dudas que existían sobre su compromiso con el patrón oro. Su predominio depende, sostiene, del libre flujo de capitales que permite a través de sus fronteras, con lo que absorbe ahorros y desequilibrios de todo el mundo.

Los controles de capitales y la no convertibilidad son incompatibles con una hegemonía como la del dólar.

¿Qué puede ir mal?

Según Gerard DiPippo, analista del Center for Strategic and International Studies, China no se plantea en realidad suplantar el dólar. Su objetivo es más modesto: mitigar la exposición de sus bancos al riesgo de las sanciones occidentales.

Ruchir Charma sostiene en el Financial Times que los mayores peligros que se ciernen sobre el dólar son internos. Esto es, un déficit fiscal del 8,1% del PIB, frente al 6% del record anterior, en
plena II Guerra Mundial. La inflación subyacente ronda el 5%, la mayor desde los años ochenta. La Oficina Presupuestaria del Congreso advierte que, sin disciplina fiscal, la deuda pública – del 98% del PIB, solo por detrás de las de Japón e Italia– llegará al 115% en 2033.

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