Elogio a Mollendo, al puerto que fue

"Mollendo: cresta de madera sobre la roca frente al mar ¿puedes permitir que nuestros pasos taconeen la nostalgia de tus enmaderados y podamos contemplar la historia de los hombres que te hicieron sin par?"

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Mollendo: roca y mar, riel y madera. Son las columnas delgadas y sobrias de tus casas añosas, los mástiles en que se izaba la bonanza de nuestros abuelos. Son los rieles retorcidos y oxidados de tu muelle, artríticos notarios de tu esplendor pasado.

Por tus enmaderados, ahítos de humedad, todavía parecen taconear los zapatos de jóvenes extranjeros que vinieron para llevar la lana y se quedaron en la región como en su casa. Todavía se siente el repiqueteo de los botines hacendados que venían a tus playas a dejar, en el sudor que absorbía sus chalecos, el frío acumulado de las alturas. Todavía se sienten los pasos asordinados de tus lancheros descalzos, que fueron músculos tensados por la necesidad y el esfuerzo.

Mollendo: cresta de madera sobre la roca frente al mar ¿puedes permitir que nuestros pasos taconeen la nostalgia de tus enmaderados y podamos contemplar la historia de los hombres que te hicieron sin par?

El 28 de mayo de 1868, apenas transcurridos veinticuatro días de la elevación del contrato de construcción del ferrocarril que debía unir Punta Mejía y la ciudad de Arequipa a instrumento público, comenzaron los trabajos. Henry Meiggs y su equipo de ingenieros, viendo que en Mejía, sin defensas naturales, no había condiciones para levantar el muelle que permita el desembarque de los materiales para la obra, decidieron y edificaron un muelle provisional en una “roca solitaria” que quedaba más al norte de Mejía y un poco más al sur del antiguo puerto de Islay. Así, en aquella “roca solitaria”, nació Mollendo, sin acta de fundación, sin notables, sin siquiera dejar algún documento que nos permitiese precisar el día de los trabajos iniciales.

En los dos años y medio que duró la construcción ferrocarrilera, encima y alrededor del muelle mollendino, levantaron varias construcciones de madera: almacenes, campamento y la línea que permitía acarrear los materiales hacia Mejía, Huasamayo y Arequipa. En ese tiempo también, la población de constructores fue incrementada con muchos vecinos de Islay que prefirieron trasladarse al puerto que nacía, tanto para librarse de una peste furiosa, como para tener una ubicación al pie de la línea que los pondría de cara al futuro.

Inaugurado el Ferrocarril de Arequipa el último día del año de 1870, con la asistencia de las principales autoridades del país, Mollendo se convirtió de hecho en el puerto inicial de los ferrocarriles del sur del Perú. Esta situación, de hecho, tuvo su reconocimiento oficial, el 6 de enero de 1871. Entonces, desde Arequipa se dictaron dos resoluciones con la firma del Ministro de Hacienda: Nicolás de Piérola y Villena y rúbrica del Presidente José Balta. Ambas declaraban al Puerto de Mollendo como “término provisional” del ferrocarril y clausuraban las dependencias del antiguo Puerto de Islay.

Es mucha la importancia del Puerto de Mollendo en nuestra historia económica reciente. Puerta de entrada, llave maestra del comercio de exportación e importación, hizo que el ferrocarril trasladase su función a lejanos pueblos del sur del Perú. E incluso de la vecina República de Bolivia. Las empresas comerciales más importantes de la región tuvieron en Mollendo oficinas y agencias. Ensartadas al tráfico comercial y ferrocarrilero, se dieron también la inmigración de personas e ideas, por eso Mollendo tiene el mestizaje más cosmopolita del sur. Sus hermosas como extensas playas fueron el lugar ideal para las vacaciones veraniegas de las familias con mayor capacidad económica del enorme territorio sur andino. ¡Cuántos miles de personas conocieron el mar en la ribera mollendina!

Entre 1900 y 1930 el puerto era próspero. Prácticamente monopolizaba el tráfico de mercancías y de pasajeros que iban o venían del extranjero, o de Lima, o del sur. En aquellos años se levantaba la ciudad con su bella y sobria arquitectura de madera. Con ese trazo urbano que respetando el ondular de la superficie terrestre, pareciera convertir a las calles en imaginaria copa de embudo. Pues caen en un solo destino: el mar.

Y, entonces, aquel enjambre de vigas, columnas, tijerales y cercos de madera (donde los maderos, esos que sudan la resina de haber sido, son como un bosque en segunda vida), se vio poblado por cientos de lancheros, estibadores, pescadores, marineros y comerciantes de los más remotos lugares, comisionistas, vendedores de seguros, agentes de aduanas, oficinistas. Por el curioso donckey mollendino se destilaba la economía del sur de nuestra patria. Por aquellos tiempos también, tiempos de bonanza económica, en los meses de las vacaciones veraniegas se derrochaba la riqueza del sur en el puerto. Regios restaurantes, magníficas fiestas con orquestas traídas de Lima o Arequipa. Insólitas y enormes mansiones de descanso hechas con “cimiento” importado, clubes sociales, casas de juego. Y una muchedumbre pasajera (que le preferían llamar “de temporada”) que frenéticamente buscaba la diversión, sin reparar en el despilfarro.

Pero esos años felices, fueron en realidad el presagio de la tormenta. Al promediar el siglo veinte, y luego de largos pesares para la población mollendina, entraron en funcionamiento el nuevo Puerto de Matarani y el nuevo ramal ferrocarrilero Matarani – La Joya. Esta situación hizo pensar a los mollendinos que su pueblo moriría como había nacido: de hecho. Sin certificación oficial, sin notables, sin tener un día fijado para el acontecimiento. Y entonces, algunas familias comenzaron a emigrar para no ser testigos del dolor de la agonía. Los inmuebles se vieron desvalorizados y los mollendinos que se quedaron comenzaron a tragar a sorbos la angustia de un incierto porvenir.

Hoy, cuatro décadas después de aquel dolor colectivo, Mollendo sobrevive cambiando imperceptiblemente su condición portuaria por la de ciudad. Lo que pudo ser la puntilla de la fatalidad –Matarani-, es hoy el complemento de su desarrollo. Mollendo sueña con el ofrecimiento demagógico de una zona franca, pero en realidad, por su emplazamiento natural, por su historia, por su vocación, debiera cifrar más sus esperanzas y derrochar sus esfuerzos en desarrollar su condición de ciudad balneario, en tornar eficientes y competitivos los servicios portuarios de Matarani y en incentivar la actividad pesquera en sus dimensiones artesanal e industrial. Si no se puede hablar de bonanza (¡qué pueblo peruano la tiene en esta crisis!) se puede hablar del triunfo de Mollendo en la lucha. ¡La pesadilla ha pasado! y los mollendinos se preparaban para un nuevo despertar.

Juan Guillermo Carpio Muñoz en el libro En Elogio a Arequipa

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Autor

  • Semanario El Búho

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