Sabores del pasado: Arequipa y su conexión con la repostería conventual

En la Ciudad Blanca se erigen majestuosos conventos que no solo atestiguan su pasado religioso, sino que también preservan una rica tradición culinaria que ha perdurado a lo largo de los siglos

Los monasterios de Santa Teresa, Santa Rosa y Santa Catalina han dejado un legado dulce en la historia de la ciudad. Representando la esencia misma de la repostería de la Arequipa colonial y ofreciendo una fascinante conexión entre el pasado y el presente a través de sus exquisitos postres y dulces.

La repostería y pastelería españolas florecieron en enclaves de población hispana y mestiza, como la ciudad de Arequipa, en Perú. Específicamente, los conventos de monjas jugaron un papel predominante en el desarrollo de la repostería, y su legado aún perdura hoy en día. Las cocinas de estos conventos, alimentadas con leña de ccapo fueron espacios donde las monjas preparaban sus manjares y endulzaban la vida de quienes tenían la suerte de probar sus creaciones.

El Convento de Santa Catalina

Destaca como un lugar emblemático en la historia de la repostería de Arequipa. Allí las monjas elaboraban una amplia variedad de delicias dulces como pasteles, bizcochos, confites, mermeladas, galletas, panes, alfajorcillos, polvorones, mantecados, cabellos de ángel, jarabes y licores. Algunos de estos dulces incluso se recomendaban como remedios estomacales y digestivos, mostrando la creatividad culinaria de las monjas de Santa Catalina.

Uno de los tesoros más famosos que surgieron de las cocinas de Santa Catalina fue el queso helado, que se ha convertido en un símbolo de la gastronomía local. Las monjas de Santa Catalina se valieron de los recursos locales, utilizando hielo montañoso, leche, canela, clavo de olor, vainilla y azúcar para darle sabor.

Riqueza culinaria

El resultado fue un exquisito postre de la repostería de Arequipa que continúa deleitando a lugareños y visitantes por igual. Los claustros de Santa Catalina son un testimonio de la riqueza culinaria de la época, con sus cocinas que parecen salidas de una postal, con hornos de barro y utensilios que reflejan el esplendor de las artes culinarias en el monasterio.

Antes de que el azúcar refinado en cristales se volviera ampliamente utilizado en la repostería, la chancaca, un endulzante tradicional, era comúnmente empleado para endulzar las comidas y bebidas en la región. Con el tiempo, los dulces y postres del convento evolucionaron, incorporando nuevos ingredientes y técnicas, pero siempre conservando la esencia de la tradición colonial.

El Convento de Santa Teresa

También jugó un papel fundamental en la historia de la repostería de Arequipa. Las monjas de Santa Teresa elaboraban una amplia variedad de pasteles, bizcochos, confites, mermeladas, galletas, panes, alfajorcitos y polvorones. Estos dulces no solo eran una delicia para el paladar, sino que también se utilizaban como regalos para amigos y benefactores. Además, su venta contribuía al sostenimiento del monasterio.

En el Convento de Santa Teresa, las monjas cultivaban algunos de los ingredientes en su huerta para utilizarlos en la elaboración de dulces. Para realzar así el sabor y la calidad de sus creaciones. Ofrecían variedades como los “maicillos”, el “turrón de San José”, las “condesas”, las “delicias de Santa Teresa”, los “cigarritos” y los “chicharrones”, cada uno con su propio toque distintivo.

Festividad de la Virgen del Carmen

Una de las noches más especiales para disfrutar de los pasteles del Convento de Santa Teresa era la víspera del 16 de julio, en la festividad de la Virgen del Carmen. Después de la novena, los pasteles preparados por las monjas se exhibían en el atrio de la iglesia para la venta. Se ofrecía una amplia variedad de dulces a los asistentes, destacando las “teresitas”, un tipo de pan relleno con castañas, canela y azúcar.

La conexión entre los dulces y la tradición religiosa es una constante en la repostería conventual de Arequipa. Los sabores y aromas de estos manjares forman parte de la vida cotidiana y de las celebraciones especiales de la comunidad. Los pasteles y dulces del Convento de Santa Teresa, elaborados con esmero y dedicación. Son una muestra del cuidado con el que las monjas preparaban sus delicias. Para preservar así una tradición que ha perdurado a lo largo del tiempo y que forma parte del patrimonio gastronómico de la Ciudad Blanca.

Aunque en la actualidad el Monasterio de Santa Teresa ha abierto sus puertas como museo, la tradición de sus dulces continúa en una tienda-cafetería. Donde los visitantes pueden degustar y apreciar el legado culinario de las monjas. Cada bocado es un viaje en el tiempo, una oportunidad para saborear la historia y conectarnos con las tradiciones que han perdurado durante siglos.

El Convento de Santa Rosa

Otro recinto religioso que también ha dejado su huella en la repostería de Arequipa. En el siglo XIX, las monjas de Santa Rosa obtuvieron permiso del obispo para elaborar chocolates, además de postres. Santa Rosa era conocida por su “mazamorra de carmín”, una especie de papilla con sabor a huevos rojos, y su cabello de ángel a base de lacayote. En el siglo XIX, las monjas de Santa Rosa tenían permiso del obispo para hacer chocolates, además de sus postres tradicionales.

A lo largo del tiempo, algunas de las recetas originales se han mantenido, mientras que otras se han perdido o se han adaptado a las preferencias actuales. Actualmente, las monjas de Santa Rosa han retomado la venta de galletas, jarabes y cremas con recetas antiguas y modernas.

Recetas antiguas y modernas

Entre sus especialidades destacan las bolitas de naranja y el cabello de ángel hecho a base de lacayote, una fruta típica de la región. Actualmente, las monjas han retomado la venta de dulces y productos con recetas antiguas y modernas. Entre las delicias que ofrecen se encuentran las galletas de plátano, maicena y coco, las condesas, el vino de misa, el vinagre de manzana y la miel de abeja.

El Convento de Santa Rosa ha mantenido viva la tradición de la repostería de Arequipa a lo largo de los años, ofreciendo a sus visitantes una muestra de la rica y variada cocina que se preparaba en el lugar. Estos dulces y postres de antaño son una delicia para el paladar. Un verdadero regalo para quienes tienen la oportunidad de probarlos y un testimonio de la diversidad y riqueza cultural que se esconde detrás de cada bocado.

Cada uno de estas instalaciones religiosas agrupaban a un grupo de mujeres que crearon una pequeña sociedad aislada de la ciudad. Con grandes murallas que separaban la vida común de la vida religiosa. Pero esas gruesas paredes que las aislaban del frío y el calor no pudieron aislarlas del buen comer.

Así, saborear estos dulces es hacer un viaje a través del tiempo. Conectando con las tradiciones de antaño y honrando a quienes forjaron estas delicias hace siglos.

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