No hay Navidad sin Jesús y sin los niños de Gaza

"Jesús lloró. Lloró hondo y en silencio, pensando seguramente que por su culpa habían muerto inocentes. E imaginando los que habrían de ser torturados y asesinados por causa de su nombre o por el simple hecho de ser niños"

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“…el Ángel de Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle. Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes… Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos” (Mateo 2:13-16)

¿Cuándo se enteró Jesús de este terrible episodio sucedido a su familia, apenas había nacido? ¿Quién se lo contó? ¿Sus padres? ¿Juntos o por separado? ¿Acaso su primo Juan, cuando eran adolescentes y cuidaban rebaños de ovejas? ¿Y cuál fue la ocasión? ¿Quizá cuando, a los doce años se perdió en Jerusalén, su madre tuvo angustias de muerte y los resondró duramente al encontrarlo? ¿O, cuando, en esa misma ocasión, Jesús le preguntó a su padre del porqué del estallido furioso de su madre?

Como sabemos, la huida a Egipto sólo está consignada en el Evangelio de Mateo, que -ya se sabe- se basó en el Evangelio de Marcos. No lo trae siquiera el de Lucas, el que más se explaya sobre el nacimiento y la infancia de Jesús. Pero, por ser el único que lo hace no significa que fuera una invención. Existía una fuerte tradición oral y así llegó a oídas de Mateo, que, en su vejez, se la contó al redactor del texto evangélico. Una tradición oral no puede ser desechada así, como así. Ayer como hoy, los hechos que vive el pueblo pobre, ágrafo y analfabeto, no siempre pasan a ser parte de la historia, o una noticia que merezca estar escrita.

De manera que, siguiendo la lógica interna del texto de Mateo, el hecho, es decir, la amenaza de muerte inminente, hizo huir a la familia a Egipto (como ahora no han podido hacerlo las familias de Gaza) y no regresar hasta que no hubiera muerto el rey infanticida, lo que ocurrió tres o cuatro años después. Un hecho tan importante y que determinó también que la familia fuera a asentarse a Nazaret, sin duda, debía contarse a Jesús. Pero, ¿en qué momento?

Tal vez fue en la ocasión en que Jesús pierde el contacto con sus padres en medio de la multitud que peregrina al Templo en Jerusalén en la Pascua, lo que le trae, como es lógico, una tremenda angustia a su madre que ya lo cree muerto por asaltantes o cosa parecida y reacciona más bien enfurecida al encontrarlo. Entonces, en el camino de vuelta a Nazareth, cuando han acampado al borde del camino y su madre ya está dormida, es que Jesús se atreve a preguntarle a José del porqué de la inusitada y extrema reacción de su madre, una mujer apacible. Y entonces, José decide contarle, porque él recordó también que cuando huyeron en medio de la noche, iba muerto de miedo de que los soldados de Herodes dieran con el niño y lo degollaran.

¿Y cuál habría sido la reacción de Jesús, aún niño, pero no tanto, porque sus padres escucharon que discurría con palabras sabias en medio de fariseos y doctores de la Ley? Seguro preguntó si en esos días los soldados de Herodes habían matado a inocentes. Y seguro José le dijo que lo ignoraba, que sólo había recibido el mensaje en un sueño. Y que el mensajero, un ángel, le dijo “huye de inmediato, protege al niño porque lo buscan para matarlo” y nada más.

O, como veía que el rostro del niño-hombre, del niño-Dios se ensombrecía y las arrugas cubrían su frente, seguro trató de consolarlo. Entonces le dijo: “pero sólo fueron rumores, no creo que muriera ningún niño, son misterios de Dios que no entendemos”. Pero no pudo evitarlo y Jesús lloró. Lloró hondo y en silencio, pensando seguramente que por su culpa habían muerto inocentes. E imaginando los que habrían de ser torturados y asesinados por causa de su nombre o por el simple hecho de ser niños. Y lloró. Y José trató de consolar como pudo a ese niño-hombre, a ese hombre-Dios, pero comprendió que eso estaba más allá de sus fuerzas.

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