El polvo emocionado nos abraza: el arribo del juglar

“La enfermedad de venus habría sido escrita por un poeta que era también ferviente admirador de su hermana Carmela […] que fue internada en el Asilo Colonia de la Magdalena (luego Hospital Larco Herrera) en Lima, a principios de 1929”

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Poesía reunida de Alonso Ruiz Rosas

El dictamen de que el influjo de los grupos o movimientos poéticos de Lima arraigó en la poesía peruana escrita fuera de la ciudad capital en las últimas décadas del siglo XX es, en mi opinión, desmedido, inverosímil. Mi condición de ‘provinciano’, sujeto migrante, fronterizo, formado fuera de Lima, sopesa mi versión de testigo e informante. En Arequipa jamás irrumpió, digamos, una proclama de Kloaka; ni siquiera el brío de las palabras urgentes de Hora Zero franqueó el corredor vial del sur: Arequipa, Cusco, Puno, Apurímac. Lo que trascendió -mucho después de los manifiestos- fue la dicción personal de algunos de sus integrantes: poetas caudalosos, irrefrenables, precoces, a quienes conocí poco a poco en Lima, y leí con fervor. Excepcionalmente, cuando yo era estudiante cachimbo de Ingenierías, conocí en Arequipa al poeta Enrique Verástegui, a quien alojé en mi cuartito de estudiante, en la paralela de los tenientes (calles: Teniente Ferré, Teniente Rodríguez).

Por aquellos años, yo había emigrado de un reino de jardines colgantes, microclimas adyacentes; de un imperio sumido en los sotobosques (Capital del Valle Sagrado de los Inkas, Antigua Villa de Zamora, etc), y, aún colegial, profesé fervor por mis primeros referentes concretos: dos regios, finos poetas mayores, residentes en la provincia: Guillermo Mercado y José Ruiz Rosas. Poco después, en la cuenca baja del río Chili, río esporádico, meándrico, coincidí con dos jóvenes poetas mistis: Oswaldo Chanove y Alonso Ruiz Rosas. En mi terruño, yo musitaba trillas, cánticos de bautisterio, fox incaico, y recién llegado vindiqué a los bardos del Callejón Violín, que salmodiaban aires y tonadas subyugantes. Por entonces, se decía que por aquí discurrían las esquivas musas, que aquí acampaba la legión de hierro de la poesía peruana.

El primer poema que desbarató mi oído interno fue cuando escuché leer a Alonso Ruiz Rosas Me ahueva el servicio militar, hacia 1979: “Tengo dieciocho años, una hembrita que amo y una boleta/del servicio militar”, una apertura audaz, sin vello púbico. A partir de entonces, sus preludios serán enunciados laboriosos, constantes eficaces: “Aquí estoy, Señor, sobre estas piedras que unos ordenaron/y otros destruyeron // Ya no os visito tías, ni mi cuerpo/ es el pequeño cuerpo que antes era // Oh caballo de cedro/mansamente trotando/en el prado sin fin”.

En 1986, después de su primer viaje a París, Alonso Ruiz Rosas (ARR) publica Caja negra, una conjunción de neo-cantares de gesta, en que la cadencia, el compás rigen: neta asimilación de las lecturas del coro alto de los clásicos: “Como si caminara por la calle/caminé por el mar, como si fuera/por el mar, naufragué entre la gente”: otra eficaz apertura, trama de una elegía. En este primer volumen, el pulso sonoro en cantares como Silvestre prefigura la noción del poema redondo: La cierva blanca de Borges, El Puma de Kilku Warak’a: cero colesterol.

Los libros siguientes depuran y dilatan el discurso y el campo gravitatorio del poema; los enunciados van plasmando un acento personal: el gobierno del buen ritmo y el balanceo armónico prefijan ahora introitos nítidamente visuales: “De la bola de barro/la comadrona extrae/el cuerpecillo”.

El influjo de Quevedo (cuyas estrofas oí recitar de memoria a ARR hasta enronquecer), los patriarcas del siglo de oro español, la polifonía y tropos de los poetas latinos, afloran resueltamente en la poética de ARR, además de su propia música de procesión (Marcha Morán) que bulle en las callejuelas de adoquín de su ciudad natal. Sacrificio (1989) es ya una edificación sólida de poesía, una cantiga profana voceada por el juglar y su tambor interno: “Aquí, Señor/en medio de lo horrible/y de lo árido/mi corazón retumba/ante una mujer alta/pero invisible/excepto para ti/que la observas,/excepto para mí/que la adoro”.

En una entrevista (2016) con el poeta español Francisco José Cruz, ARR precisa: “El tema religioso y mitológico me ha rondado desde que era niño. Solía jugar a la procesión con unas imágenes que había en la casa de mis abuelos, y sentía fascinación por su apariencia y sus significados. Creo que esa ha sido sobre todo una influencia de mi madre, aunque los temas mitológicos, especialmente los griegos y también algunos mitos andinos flotaban en el ambiente”

Su libro ‘andino’ Espiritupampa (2015) me lo dio en Madrid, y lo primero que pensé fue: mejor título para un libro peruano de poesía, imposible. Espiritupampa interpola un topónimo regional (Vilcabamba: el último reducto inka de la resistencia) con el reino de la niebla y los pájaros parlantes. En este libro, el lenguaje cotidiano prevalece y trasciende al nivel ritual, y en una suerte de transubstanciación confluyen el magisterio de San Juan de la Cruz, de Eielson, Cisneros. El poema de rima consonante Invocación a la musa bien puede resumir ese periodo: “tú que diste la canción a orfeo/para surcar las aguas del leteo/danos también la música callada/para aplacar el viento de la nada”.

La enfermedad de Venus (2000), libro ganador del Premio Cope 1999, es una pulcra colección de 21 poemas “de nueve versos, rima consonante y una combinación de heptasílabos y endecasílabos (estrofa lírica), pareados a partir del cuarto”, y a su vez, un tratado de poética que excede los poemas mismos con juiciosos paratextos. Está precedido por una nota introductoria firmada por Vicente Hidalgo, sosias, seudónimo de Chanove o Ruiz Rosas, o de ambos. Era común en Arequipa que la revistas publicaran poemas, diatribas, reseñas de libros y ensayos firmados por el ubicuo Vicente Hidalgo. Es él quien informa que La enfermedad de Venus fue publicada primigeniamente en 1931, en la revista Letras y Derecho de la Universidad de San Agustín de Arequipa por Alfredo Docampo, un estudiante “del último año de jurisprudencia”. Sobre la autoría, Hidalgo conjetura: “La enfermedad de venus habría sido escrita por un poeta que era también ferviente admirador de su hermana Carmela […] que fue internada en el Asilo Colonia de la Magdalena (luego Hospital Larco Herrera) en Lima, a principios de 1929”. La hermenéutica de los 21 poemas es referida al final del libro, con interpolaciones de filología, poética, y prolija información sobre el corrillo de artistas de la Arequipa de las primeras décadas del siglo XX, vertidas de la tesis de bachiller de Hidalgo.

La reciente colección Contra el Leteo. Poesía reunida (2023), congrega también los libros Museo (2000), Estudio sobre la belleza (2010), En la ascensión (2021), Subida al monte parnaso (2021), Libro de polvo (2022), Estatuas y otros poemas (2022), el vasto acopio de un autor esencial, que no transige con modas ni podios. No está en este volumen el original de La conquista del Perú (1991), libro andante, de pulsión irrefrenable. En Arequipa, los locales sabíamos quiénes eran esos tres granujas del libro; los bares, cafés, templos, las callejuelas mencionadas prefijan la crónica de una generación, con referentes reales, reconocibles. El libro tiene la pulsión de una de saga oral; por decir, el mito fundacional de los hermanos Ayar discurre verosímil en el ruedo de los oyentes porque los referentes perviven hasta hoy: la montaña Paqariqtanpu -de cuyos puquiales los hermanos emanaron envueltos en vapor de agua termal- está a 15 kms, de Cusco; o el lago Titicaca de donde emergió la pareja de héroes civilizadores. Divas, conquistadores, santos bebedores; ríos habladores y hasta oráculos tutelares profieren su bocado shakesperiano.

En Arequipa, junto a mis pares -camada de letraheridos- oí, en recitales y presentaciones locales buena parte de los poemas de los primeros libros de ARR; la poesía reunida la leí en New York, en Seúl, en Oaxaca, Denver, Syracuse, y no obstante la magnitud tensorial tiempo/espacio, sus olas rompientes, experimenté el mismo frescor, el riego sanguíneo apremiante que cuando escuchaba en Arequipa.

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